La semilla

¡No vas a poder dejar de leer! Nuevo relato del escritor y dibujante Luis García Orihuela

El Arca de Luis 23/01/2019 Luis García Orihuela

LA SEMILLA interiorDibujo:Luis García Orihuela

Posdata Digital | Argentina

Luis Gracia OrihuelaPor Luis García Orihuela | Dibujante | Escritor 


LA SEMILLA

La mujer tocó por dos veces a la puerta del dormitorio, y entró sin importarle mucho le dieran permiso para hacerlo. En el interior de la alcoba se giró sobresaltada Rose Marie ante la inusitada intrusión a su dormitorio.

—¿Qué ocurre para que entres así en mi habitación, Bessie?

—¿No se ha dado cuenta, señorita? Desde aquí debería de poder escuchar el carruaje del señor acercándose. Asómese a la ventana. ¡Corra! Todavía está a tiempo de ver entrar a su padre por la rosaleda. Le vi tomar el camino de la entrada cuando subía.

Pero Rose Marie ya estaba corriendo por las escaleras de caracol para salir al encuentro de su padre, el famoso y adinerado Lord Torrent. Hacía ya más de seis meses desde que se fuera de viaje a la India, y era una sorpresa para todos su regreso, ya que al marchar dejó dicho volvería para el verano.

—¡Papá, papá! ¡Tu aquí, ya de regreso! No me lo puedo creer. ¡Qué sorpresa! Espero te hayas acordado de traerme regalos de todos los sitios en los que has estado en la India.

Lord Torrent salía en ese momento del carruaje, ayudado por Travis, su cochero personal. Rose Marie se abalanzó en los brazos de su padre con tal ímpetu que a punto estuvo de hacerle caer en el suelo pedregoso que adornaba la poco atractiva entrada a la mansión.

—Rose, cariño, si llego a saber que tendría este recibimiento tan efusivo, habría regresado mucho antes. Pero casi me haces caer; en estos meses que he estado fuera, veo que no has cambiado nada, sigues igual de alocada, criatura, pero mucho más guapa —dijo Lord Torrent haciéndole un guiño de complicidad— ¡Bendita juventud! Perdona un momento. He de dar instrucciones a Travis, ha de volver a la ciudad a por el resto del equipaje, han quedado allí consignados varios baúles, y la verdad es que, tal y como están los tiempos, no me quedo muy tranquilo de que no les pase nada o los extravíen si permanecen allí por mucho más tiempo. Son todos unos incompetentes en esta ciudad. En verdad no se por qué decidí establecerme aquí en la casa de tu madre. No fue una buena decisión.

—Claro papá. Iré a la cocina a hablar con Bessie para que nos prepare una gran comida de bienvenida. Seguro que es mucho lo que tienes para contarme de tu viaje.

 Lord Torrent ya no escuchaba a su joven hija. Había dado por terminado el recibimiento «oficial» dado por ella. Se dispuso a ultimar las instrucciones con el chofer sin más tardanza.

—¡Travis!

—¿Señor?

—Descarga todo esto —dijo refiriéndose a las maletas que había traído con él— si es necesario, que te echen una mano los jardineros para entrarlas a la casa.

—¡Jerry!, ¡Pat!, ¡Venid aquí! —Clamó Lord Torrent con su potente voz—ya se que me estáis escuchando detrás de los arbustos del seto. Ayudad a Travis a entrar todo esto, así terminaremos antes. En cuanto a ti —dijo señalando a Travis— nada más se encuentre todo a buen recaudo dentro de la casa, acércate a la estación a por el resto del equipaje. Y date prisa en volver con todo… Nada de entretenerte a hablar con otros cocheros durante el camino.

Travis asintió con un leve movimiento de cabeza, y sin mediar palabra alguna comenzó a descargar las pesadas maletas. Diez minutos después se alejaba en dirección a la ciudad.

 —Bien, Travis, con este baúl ya lo tienes todo en el carruaje —dijo Walter, el encargado de la estación.

—¿Estás seguro de que no me dejo nada? No me gustaría llegar a la mansión de Lord Torrent y descubrir que me he dejado algún bulto suyo por aquí. Ya sabes lo desagradable que puede llegar a ponerse el viejo cascarrabias.

—Puedes marchar tranquilo, amigo. Estos baúles son lo único que dejó en consigna cuando llegó. La verdad es que no se como podéis soportar a ese engreído decrépito y viejo estúpido que se cree el dueño del mundo.

No le contestó. Travis montó en el carruaje, y con gesto enérgico con las bridas azuzó al os caballos abandonando la estación sin más demora. El sol estaba llegando a su cenit y la gente sin nada que hacer comenzaba a dejarse ver por las calles. Pronto sería un infierno el poder transitar por ellas. Fustigó a los caballos con fuerza. El aire parecía haber cambiado y ser más fresco. Vio como los caballos de normal tranquilos, olfateaban nerviosos el aire y apretaban obedientes el trote. Solo se giró una vez desde su asiento para contemplar como una gran nube negra comenzaba a cubrir el dorado sol y desplazarse hacia su posición.

—¡Mal presagio!

 —Y esta bolsita que has traído, papá ¿Qué es? No pesa cuanto apenas —interpeló Rose Marie a su padre con la bolsa ya en su mano, agitándola a la altura de su rostro como si fuera un sonajero.

—¡Ah! es verdad. Ya no la recordaba. Fue un regalo que me hizo una gitana durante mi estancia en la India. Son semillas. Me aseguró que de ellas brotarían unos árboles grandes y fuertes; pero ya sabes como son este tipo de gente que van de un lado para otro. Son muy fantasiosos y supersticiosos con sus cosas.

—¿Pero te dijo que tipo de árbol sería al crecer?

—No. De hecho, sus palabras fueron que eran unas semillas especiales y que de ellas nacería una especie única. Anda, deja de jugar con ellas y vamos a cenar, me muero de hambre. La comida por esos países resulta demasiado pesada para mi gusto y me causa acidez. Le ponen espacias a todo. Dale las semillas a Jerry, el sabrá que hacer con ellas. De hecho, creo recordar me dijo antes de irme de viaje, que quería cambiar la entrada por otro tipo de jardín más resistente. Según él, este terreno es demasiado ácido y no sirve cualquier planta o árbol. Al entrar me he fijado que los setos y rosaledas andan un tanto abandonados y resecos. Mañana, ya descansado, hablaré con él a ver en dónde plantamos esas simientes. Lleva cuidado no las vayas a perder.

Al día siguiente, nada mas levantarse Lord Torrent y desayunar, salió fuera de la casa en busca de Jerry. No lo encontró, pero si a su ayudante, que en ese momento trabajaba en una de las rosaledas.

—¡Patt!

—Hola, señor Torrent, usted dirá en que puedo ayudarle —dijo Patt soltando las grandes tijeras de podar y quitándose los guantes de jardinería. Extendió su mano diestra en muestra de saludo cordial, pero Lord Torrent hizo caso omiso de su educado gesto. Iba vestido cómo era de esperar de alguien de su clase social, pero su aspecto físico no pasó desapercibido a Patt. Tenía un rostro preocupado y tenso. Parecía enfermo o a punto de estarlo; quizás en el viaje a la India hubiera contraído algún virus. Pensó decirle alguna palabra amable, pero se abstuvo de hacerlo, y decidió esperar a que le dijera el motivo de su presencia allí.

—Llevo un buen rato buscando a Jerry, y no consigo hacerme con él. Nunca le encuentro dónde espero que esté.

Patt se quitó el sombrero y se enjugó el sudor que le caía con la manga arremangada de la camisa.

—No está, señor Torrent —dijo a modo de disculpa— Ha salido a primera hora de la mañana, cuando aún despuntaba el día. Me dijo iba a la ciudad a comprar nuevos fertilizantes al almacén nuevo que han abierto la semana pasada. Hablan muy bien de él por lo visto. —Viendo que Lord Torrent no decía nada, Patt continuó— Por más que cuidamos todo el jardín y su arbolado, no termina de coger bien nada de lo que plantamos en él. Jerry opina es esta tierra, que es mala… demasiado ácida y dura para que nada crezca en ella.

—¡Pamplinas! Déjese de monsergas Patt, no le pago para eso. Tenga, ¡quédese esta bolsa de semillas y déselas cuando regrese. Quiero las planten enseguida alrededor de toda la mansión. Sobre todo en esta parte de la entrada, y dígale de mi parte que quite todos estos árboles resecos a la mayor brevedad posible. Voy a dar una fiesta para celebrar mi reciente llegada, y no quiero vean mis invitados todo este descalabro de jardín.

 —¡George! Si regresa mi padre, dígale que he salido de visita a casa de la señorita Dorothy. Hace tiempo que no la veo.

—No se preocupe, señorita Marie. No dejaré de darle su recado. ¿Desea que la acerque Travis con el coche?

—No. No hará falta. Gracias George. Voy a coger mi caballo. Regresaré para la comida.

—Avisaré a Margaret para que cuente con usted a la mesa. Tenga cuidado en el camino.

—Así lo haré. Descuide.

 —¿Qué es lo que ocurre, Rose Marie? —preguntó Lord Torrent al ver a su hija que se acercaba molesta hacía él.

 —No lo se. Vivian, la ayudante de Margaret, hablaba con Jerry cuando llegué a su encuentro, miraba en su mano las nuevas semillas que has traído, y al momento se ha puesto como loca. Estaba normal al llegar donde ellos, pero ha sido tomar las semillas en su mano y nada más observarlas cambiarle el aspecto de su semblante por completo. Su rostro ha perdido el color y quedado tan blanco como el de un muerto.  Ha dicho que el diablo había entrado a esta casa, y tras santiguarse varias veces seguidas, ha dicho que nos dejaba sin falta hoy mismo. Que se marchaba sin más pérdida de tiempo. De hecho, no ha esperado, y se ha ido a empacar todas sus pertenencias, que de seguro han de ser bien pocas.

—En esta ciudad son muy de creer en historias raras. Mañana haré gestiones para sustituirla por otra que sea más sensata. ¿Jerry se quedó las semillas entonces?

—Así es papá, ella le devolvió la bolsita que trajiste. Jerry puso mala cara también al escucharla. Pero no dijo nada al respecto.

—Encárgate tu misma de pagarle a esa maldita loca de Vivian. No quiero volver a verla a esa desgraciada por aquí. ¡Ah! descuéntale entero el día de hoy, y asegúrate de que no se lleve nada nuestro. Esa es muy capaz de robarnos cualquier cosa si le damos la oportunidad. Ya buscaré otra ayudante para la cocinera.

Rose Marie asintió obediente y se marchó preocupada por todo lo que había ocurrido. El regreso de su padre a la casa antes de lo previsto no parecía estar resultando para nada lo esperado. Sabía la opinión generalizada que tenían en el pueblo sobre su padre. No la decían más que al oído, por no atreverse a poder ser escuchados por alguien afín a la casa, pero sabía bien que la opinión que tenían de él era la de ser un déspota, y que se había enriquecido de una manera muy sospechosa con la muerte prematura de su joven esposa. Todos pensaban se había casado por su fortuna y no por amor, y que luego la había envenenado para ser el beneficiario de su herencia. Su madre nunca había padecido enfermedad alguna, todo lo más, algún simple catarro. Y de pronto, un día, a mitad de la cena, había caído muerta sin más. Su padre, muy compungido, terminaba de heredar una inmensa fortuna. Desde aquel día su forma de ser cambió, haciéndose más y más cruel con todo el mundo. Ella pensaba que la causa era al haberse quedado solo sin su esposa, pero le constaba que el sentir general de los empleados de la casa era el de que antes fingía ser una persona magnánima y encantadora, pero que en verdad ocultaba su verdadero ser déspota y mezquino. Cruel en muchas ocasiones con los animales y con ellos mismos. Intentaba engañarse, pero su corazón le decía a gritos que estaba en lo cierto.

Pasaron los meses y llegó el crudo invierno sin más incidentes. A la fiesta dada por Lord Torrent apenas fueron los que tenían algún negocio con él y les era ineludible el faltar a la misma. Los árboles de la entrada fueron cortados y sustituidos por las semillas con gran esfuerzo, pues en su mayoría se trataban de hayas y robles de gran tamaño que habían permanecido allí durante generaciones. La marcha de la casa tan inesperada de la ayudante de Margaret fue comentada en voz baja durante las noches a puerta cerrada y en voz baja; unos dijeron que había sido un arrebato lo que había sufrido a causa de su edad. Otros que se lo había inventado todo aquello para tener una escusa con la que abandonar la mansión sin que se le pusiera problemas al pensar todos en un estado de aparente locura, otros sin embargo dijeron que era una mujer muy religiosa y veía símbolos y presencias demoníacas por todas partes. Finalmente las aguas se calmaron y todo volvió aparentemente a la normalidad. Las semillas dieron su fruto antes de lo esperado, creciendo a un ritmo nunca antes visto en unos árboles. Era como si aquella tierra de la mansión, hubiera sido traída en concreto para aquel tipo de arbolado. A los seis meses ya eran unos árboles altos y de troncos robustos, de cuyas ramas comenzaron a surgir unas pequeñas bolas negras que a todos llamaron la atención nada mas verlas. Jerry, al no llevarse bien con Lord Torrent desde la tala de los árboles de la entrada, comentó con Rose Marie la posibilidad de quitar aquellos frutos que parecían dar los árboles, pero ella no quiso saber nada de los mismos y se desentendió del tema.

El amanecer en la mansión de lord Torrent había sido brusco y repentino a causa de los gritos proferidos por el personal del servicio domestico. 

La primera en verle y gritar fue la criada al salir a primera hora de la mañana fuera de la casa. Jerry se hallaba muerto ante ella ofreciendo una imagen dantesca y ridícula. Se encontraba atravesado por el pecho por una de las ramas del árbol más cercano a la entrada principal de la mansión. De todos los árboles nacidos de las semillas de la gitana, aquel era el que se había hecho más grande de todos a pesar de los pocos meses transcurridos. Jerry lo había cuidado con el esmero y cuidado propio de un buen jardinero, pero cuando aquella rama creció de una manera inusual y antinatural, todo su interés no fue otro que el de conseguir permiso para cortarla, pero Lord Torrent no consintió en ello por más que Jerry le insistió cada vez que tenía oportunidad de hacerlo.

A pesar de los intentos de Lord Torrent por evitar que la muerte de Jerry no transcendiese en el pueblo, no pudo evitar corriera de boca en boca como la pólvora.  A la hora del entierro se habían congregado ciudadanos curiosos unos y habidos otros por saber más de las causas de la muerte tan extraña que había tenido lugar. Jerry no es que hubiese sido una persona popular en el lugar. Apenas abandonaba los fuertes muros de la mansión en ocasiones contadas o a requerimiento de Lord Torrent para algún recado, pero una muerte en circunstancias tan extrañas y desagradables en una localidad tan pequeña, era más que suficiente para atraer al cementerio a propios y extraños, tanto si le conocían de algún encuentro casual, como si no.

A Jerry no se le conocía familiar alguno que estuviera vivo, y por lo que pudieron colegir al buscar entre sus pertenencias vivía al día con lo que ganaba de jardinero, por lo que asesorado Lord Torrent por su hija en que sería lo más correcto, convino a regañadientes el hacerse cargo de los gastos ocasionados por el entierro, y así pasar página de lo sucedido cuanto antes.

Patt, el ayudante de Jerry, pidió permiso a Lord Torrent para asistir al entierro, el cual, estando con la policía presente, no se atrevió a negarle dicho derecho, conminando a Travis le acercase al pueblo con su propio carruaje. La policía quedó gratamente sorprendida ante dicho gesto del todo inesperado por su parte, pues les constaba que Lord Torrent no era así, pero se abstuvieron de hacer comentario alguno, limitándose a tomar declaraciones a todos los integrantes de la casa para su posterior informe policial.

 Al entierro apenas acudió gente. La mañana era muy fría y amenazaba con la llegada de tormentas. Travis se quedó junto al carruaje para asegurarse de que los caballos estuvieran bien atendidos y no les pasase nada. Patt se detuvo a escasos metros del ataúd para seguir de cerca la ceremonia fúnebre, siendo sorprendido cuando el pastor oficiaba los santos sacramentos por una voz de mujer a su espalda.

—Lo avisé cuando me fui. La casa del asesino está maldita, y el diablo vive ahora en ella.

Patt, se dio la vuelta de inmediato. Estaba sorprendido. Conocía aquella voz muy bien.

—¡Tú! —dijo a Vivian— Me has asustado. Quizás no es muy buena idea el que te vean aquí. Te han…

—Solo escucha… dile a Margaret de mi parte que use los frutos negros de los árboles como te voy a indicar.

Patt escuchó pacientemente mientras observaba como el enterrador recubría con la pala el ataúd de tierra. Cuando Vivian terminó de darle las indicaciones se giró nuevamente para hablarle, pero ya no estaba. Terminada la ceremonia se enfundó el sombrero y sin decir nada a Travis se introdujo en el carruaje. Durante el trayecto de regreso pensó en no hacerle caso en su demanda, pero tomó miedo al pensarlo mejor, y decidió finalmente hablar con la cocinera y contarle el encuentro con su antigua ayudante. Buscaría el momento adecuado en que estuviera sola. La nueva ayudanta que habían contratado siempre andaba escuchando con la oreja pegada a las puertas.

 Llegada la hora de la cena, con Rose Marie y Lord Torrent sentados a la mesa, la ayudante de cocina sirvió los platos hondos de sopa y se retiró a la cocina.

—Me ha dicho Margaret que es una receta nueva la de esta sopa, aunque yo la encuentro como siempre —dijo Rose Marie a su padre— me parece se ha debido de confundir. Sabe igual.

—Te confundes, hija. Esta sopa está buenísima. Es la más rica sopa que he probado en mucho tiempo. Aunque la mía se ve de un tono más oscura que la tuya…

Rose Marie iba a contestar, cuando George, el mayordomo, se atrevió a interrumpir desde la distancia.

—Disculpen, Margaret puso menos especias en la sopa de la señorita. Sabe no le gustan los sabores fuertes.

—Gracias George. Menos mal hay alguien en esta casa que se preocupa de hacer bien su trabajo. Eso lo explica todo.

Un rato después comenzó a llover con fuertes ráfagas de viento, por lo que decidieron dar la velada por concluida y retirarse a descansar.

Durante la tormenta George, siempre de mal dormir y vigilante con todo lo concerniente a la casa, le pareció oír un grito. Comenzó a subir las escaleras por si pasaba algo, pero se detuvo antes de llegar al piso de arriba. Una de las ventanas cerraba mal y cuando hacía viento se filtraba y se oía como un grito fuerte de un alma en pena. La apostilló lo mejor que pudo y se retiró a su aposento. Afuera se escuchaba en la lejanía los ladridos de los perros, entremezclados con el sonido de la lluvia y los constantes truenos. La tormenta estaba justo encima de la mansión.

Amaneció con el cielo completamente gris y sin nubes. Había dejado de llover y los charcos de las inmediaciones reflejaban los árboles con sus renegridas ramas desafiantes. Sobre ellos flotaban decenas de bolitas negras caídas durante la tormenta.

Como todos los días, George preparó el desayuno de Lord Torrent en la bandeja dejada por Margaret en la repisa de la cocina. Olía a los bollos recién horneados, y al café que todavía humeaba en la cocina impregnándolo todo con su inconfundible aroma. Revisó una vez más si lo llevaba todo preparado y subió portando con dignidad inglesa la bandeja de plata. Llamó a la puerta del dormitorio de Lord Torrent. Una vez, dos, tres veces. Preocupado al no recibir el consabido ¡adelante! se atrevió a entreabrir la puerta lentamente y pasar a su interior.

Lo siguiente que escucharon por toda la casa fue su grito desgarrador. A los pocos minutos todos los habitantes de la mansión estaban ante la puerta, contemplando la dantesca tragedia acaecida sin atreverse a decir nada o mirarse siquiera entre ellos a los ojos. Rose Marie cayó desmayada al ver la escena. Su padre; Lord Torrent, aparecía muerto en su dormitorio de una manera macabra e inimaginable. La habitación estaba plagada de ramas negras que salían desde el interior de su cuerpo, y llegaban hasta las paredes. Un ojo, arrancado de su orbita, trinchado por una rama, parecía contemplarles todavía asustado.

 


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