Cuentos insolubles III: el repartidor de pizza

El pedido más esperado llega a tu puerta.

El Arca de Luis 18/05/2020 Luis García Orihuela
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Foto:ahoranoticias

POSDATA Digital Press | Argentina

Luis García Orihuela

 Por Luis García Orihuela | Escritor | Poeta | Dibujante

Llego ante una puerta que me resulta un tanto curiosa; no es que todas las demás puertas no resulten atractivas y conlleven a una curiosidad más allá de toda lógica, es que en esta puerta en concreto hay un cartel con un texto escrito en un sin fin de lenguas y símbolos, todo ello, para indicar únicamente un aviso a quien desee cruzarla: “Entre sin llamar”.Puestos así, no me hago de rogar. Empujo suavemente y la puerta cede como si no pesara nada y fuera sumamente liviana.

El paisaje que contemplo ante mis ojos ha cambiado y en mucho. El suelo se nota bajo los pies, es firme y liso, pero no se puede ver. Una especie de neblina de apenas medio metro de espesor, se encarga de mantenerlo oculto de cualquier espectador, aunque quien sabe, igual no es una función y sí otra, y simplemente está allí porque no puede estar en otra parte. Por lo demás, el sitio es todo hacia el color blanco, carece de paredes y de horizonte. En otras circunstancias habría deseado saber como lo habían podido conseguir, pero este hecho queda al menos apartado ante la presencia de gente trabajando allí mismo. Decenas de mesas separadas equidistantemente entre si de forma matemática, dan soporte a los equipos informáticos con aspecto de última generación que son utilizados por tantos otros sujetos. No hablan entre ellos, no se miran; es como si no existiesen los demás, y quizás sea así, pues son todos de un mismo aspecto; el cual no es otro que ropa blanca –pantalón o falda, según sean hombre o mujer— zapatos o similar color niebla, ya que no se pueden ver y unas elegantes gafas de cristal o materia similar inorgánica, cuyo color, como no podría ser otro es el blanco. En esta situación tan carente de pluralidad de colores, creo se podría decir sin temor alguno, que mi presencia en pijama de rayas, es algo así como el ir vestido de etiqueta y perfectamente conjuntado.

Paso entre las mesas intentando fijarme en lo que hacen; todos tocan sus pantallas táctiles y cada vez que apartan los dedos, queda como un halo luminiscente, similar a las ondas dejadas por una piedra al chocar contra el agua de un río. Como ya podía imaginar sin sorprenderme por ello, no me hacen ni caso. Acaso por ello el cartel de la entrada… Si llamas a la puerta nadie iría a abrirte.

Igual que destacaría una fresa bien roja sobre un recipiente lleno de nata, así mismo descubro mirando hacía donde no hay fondo, a quien tiene toda las trazas de ser un repartidor de pizza. Lleva cuatro cajas blancas como su uniforme, a excepción de su gorra de color rojo “Me estás matando”, y se adivinan con un contenido caliente.

— Jefe, como se den cuenta de que va vestido llamando la atención… —Me dice el chico—

— ¿Llamo la atención? ¿Es eso un problema?

— Pues claro tío, ¿no ves que tus rayas distraen? Qué quieres ¿Que la “pifien”? ¿Qué metan la pata y se vaya todo al garete? La marcha del mundo… depende de ellos –Se levanta la gorra, se rasca la coronilla y continúa acto seguido con voz sibilina— ¿Pero tú de donde sales, colega?

—Bueno, yo… Solo buscaba algo de comer…

—Amigo, ellos se encargan de que todo funcione. Un fallo y adiós a las puertas –Lo dice llevándose la mano libre a modo de cuchillo y pasándola velozmente por el cuello. Se terminaría todo, y eso no es bueno.

—No sería bueno no. Mejor me voy. Por cierto, ¿Me podrías fiar una caja de esas…?

—¿Una pizza? ¿O eres uno de esos locos que coleccionan cajas? Porque hay cada uno…

Mira te regalo esta como oferta de la casa, a modo de degustación. La próxima vez que te vea, me pagas la siguiente.

—Gracias. Una cosa más, ¿Cómo salgo de aquí?

—Menuda pregunta. Por la puerta. Aunque también tienes el ascensor… Pero eso igual no sería bueno…

—No. No sería bueno.

Me despido con un pequeño gesto universal realizado con la mano, conocedor ya de que aquí, sea lo que sea “aquí”, nada funciona como debe o al menos como yo conozco.

El olorcillo a una pizza “Dos estaciones y tres cuartos” recién hecha, me inunda mis papilas olfativas mientras cruzo la puerta.

 

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