Para celebrar este solsticio, los invitamos a leer una poesía de William Henley: Invictus
POSDATA Digital Press| Argentina
Muchas veces vivimos situaciones difíciles en las que no sabemos cómo actuar o para las que no encontramos consuelo en las personas cercanas. Repletos de dudas y sin ningún apoyo al que poder recurrir, nos sumergimos en el problema cada vez más… ¿Sabías que algunos relatos pueden ayudarte a vislumbrar la solución o a sentirte mejor?
Relatos con los que nos sintamos identificados pueden actuar como una lámpara que dé luz al problema, además de como un bálsamo para nuestra alma. A continuación, os contamos dos relatos que significan algo más que dos historias. Disfrútalos.
¿Cuánto pesa una pluma?
“Kuri era uno de los pocos habitantes de la pequeña región de Kamú. En invierno, los días se oscurecían temprano y los negros pensamientos de Kuri amanecían con el ocaso.
“No lo soporto más”, susurraba mientras emprendía el camino hacia el monasterio. Rencor, Rabia, Culpa e Ira lo acompañaban desde hacía mucho tiempo, como inseparables compañeros de viaje.
-¿Qué te preocupa?, le preguntó el monje cuando Kuri le pidió ayuda.
-Últimamente me siento muy cansado. Pienso mucho, sobre todo en el pasado.
El monje comprendió al instante lo que le sucedía. Rebuscó en los cajones del escritorio y le tendió una antigua pluma de tintero.
-¿Cuánto crees que pesa esta pluma?, le preguntó.
Kuri meditó por un momento.
-2 gramos, arriesgó.
Entonces el monje le pidió que, así como estaba con su brazo extendido, sostuviera la pluma un rato más, mientras él iba a buscar el libro que indicaba su peso exacto. Le explicó que, a su vuelta, podría cambiar la respuesta si lo consideraba necesario. Kuri, aunque no comprendía qué le podría hacer cambiar de idea, no objetó frase alguna, simplemente movió la cabeza afirmativamente.
Después de cinco minutos, Kuri pensaba que mantendría su respuesta o, bueno, quizá añadiera un gramo más. Pasados veinte, el brazo le dolía considerablemente.
Cuando el monje volvió después de media hora, Kuri estaba a punto de rendirse. “No puedo más”, susurraba.
El monje se sentó frente a él y, tras hacer un gesto para que descansara, le preguntó de nuevo:
-¿Cuánto crees que pesa esta pluma?
Kuri estaba confundido.
-Al principio, creí que no pesaba apenas. Unos tres gramos. Pasado un rato, su peso pareció triplicarse y, antes de que llegaras, se me antojaba como un trozo de plomo.
-Querido Kuri, las emociones negativas son como esta pluma: si sólo las experimentas y las sueltas, no pesan prácticamente nada. En cambio, si las sostienes durante mucho tiempo, acabas por sentirlas como una losa sobre tu corazón.
Kuri recorrió el camino de regreso a paso rápido, ligero como una pluma… O bastante menos.”
El primero de estos dos relatos nos enseña que las preocupaciones y emociones negativas son perjudiciales para nuestra salud mental y física si permitimos que nos invadan durante demasiado tiempo. No tienes por qué seguir soportándolas. Supera rencores, olvida viejas ofensas. Permítete soltar todo lo que te pese y recupera la energía necesaria para ser feliz. ¡Te lo mereces!
El camino
“En aquella época, la sequía había hecho estragos y a las mujeres recolectoras les resultaba muy difícil conseguir comida para la comunidad.
Abhigya, la más anciana del grupo, había localizado un árbol de mango en la frontera, por lo que -pese a que se trataba de un peligroso camino- envió a dos jóvenes y valientes mujeres, Abhaya y Agrata, a recoger sus frutos.
Abhaya, cuyo nombre significa “sin miedo”, caminaba delante, decidida, siguiendo estrictamente las indicaciones del mapa. Agrata la acompañaba sin hacer honor a su nombre, que significa “tomar la iniciativa”.
A los pocos pasos, una tarántula picó a Abhaya. Agrata auxilió a su compañera y, aunque confirmó que no se trataba de una picadura mortal, le sugirió a Abhaya que cambiaran de camino ya que ése estaba plagado de insectos. “No, Agrata, este es el camino marcado para llegar al árbol, debemos seguirlo para poder alcanzarlo”, replicó Abhaya disimulando los calambres dolorosos que todavía le provocaba la picadura.
Las jóvenes prosiguieron la marcha a buen ritmo, hasta que Abhaya se rozó con una ortiga. Agrata ayudó a su compañera extrayendo jugo de las mismas ortigas y extendiéndolo sobre su sarpullido. “Vamos a probar otro camino, Abhaya, uno sin ortigas”, propuso de nuevo Agrata. Abhaya se negó, volvió a recordarle que aquélla era la ruta que les llevaba al árbol.
Después de otras cuantas calamidades y la testarudez de Abhaya en su empeño por seguir el mapa, llegaron al árbol de mango. Abhaya estaba agotada y malherida. Agrata se ofreció para cargar con la cesta, a condición de que volvieran por otro camino. Abhaya, casi sin fuerzas, aceptó.
La vuelta se desarrolló sin incidentes, el camino que Agrata iba eligiendo las recibía acogedor, libre de insectos y ortigas. Cuando por fin le entregaron la cesta de mangos a Abhigya, ésta les preguntó:
-¿Qué habéis aprendido hoy?
-La terquedad y la rigidez pueden ser peligrosas, respondió Abhaya.
-Quien dibujó el mapa nunca había ido a coger mangos de ese árbol, respondió Agrata.
El segundo de los relatos para el alma nos muestra cómo a veces nos empeñamos en obedecer sin cuestionar lo que es mejor para nosotros o en seguir de forma estricta el camino que creímos correcto aunque nos haga sufrir, sin permitirnos considerar otras opciones o los consejos de quienes nos quieren.
Ser flexibles y asertivos, aceptar que nos hemos equivocado, permitirnos cambiar de idea, probar nuevos caminos así como aceptar ayuda y tener en cuenta los consejos de los demás puede ayudarnos a alcanzar nuestro objetivo sin padecimientos. Haz la prueba.
Fuente:la mente es maravillosa
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