En Tríptrico, “La noche iluminada”
Columnas - Mar abierto24/07/2024 Tania Anaid Ramos González, AZULAPOSDATA Digital Press| Argentina
Por Tania Anaid Ramos González, AZULA
Puerto Rico
Comentaré brevemente una parte del libro Tríptico (Editorial Areté Boricua, 2023), del poeta puertorriqueño Félix Córdova Iturregui, que además fue mi profesor en la universidad. Uno de los maestros sagrados que rompió muchos de mis paradigmas y ha alumbrado el camino que he querido recorrer; hoy día amigo, elegido con premeditación. Su obra es variada, pues, además de poeta, es narrador, y ensayista. Ha sido de los maestros a quienes quieres darle continuidad a su legado para construir un mejor país. Por eso, comparto con los lectores una breve mirada a la tercera parte de su libro de poemas Tríptico con la convicción de que amarán su poesía tanto como yo.
Tríptico ha sido la publicación más reciente del escritor puertorriqueño Félix Córdova Iturregui. Es un poema extenso que consta de tres partes: “La sirga” (dividida en seis cantos y una coda), “El jardín y la estrella o el cielo y la flor”(dividida en cinco partes), y “La noche iluminada”, dedicada a María Magdalena (dividía en tres partes)”. Tres poemas distintos, pero unidos entre sí, cuya lectura también puede ser independiente. Su doblez es la metáfora del viaje, el recorrido, el desplazamiento, la fuga, lo tránsfugo. Esta breve reseña intenta alcanzar, de forma liminar, solo de la tercera parte del texto, el recorrido enigmático que el sujeto lírico hace con respecto al trinomio vida-+muerte-+amor. Me vincula una tristeza parecida a la del poeta con la ausencia, por lo que, me detendré a comentar solo la tercera parte del libro: “La noche iluminada”.
Desde la dedicatoria, “a María Magdalena”, hermana del poeta, es inevitable pensar en la Magdalena bíblica. El título, “La noche iluminada”, puede aludir, en principio, aunque sea solo para alejarse a “La noche oscura del alma” de San Juan de la Cruz.
El sujeto lírico, en esta parte del libro, encara el proceso de la pérdida, del dolor, de la ausencia, y es el recuerdo, único acceso a la vida del ser amado, lo que posibilita a pesar del desconsuelo, la iluminación:
El recuerdo es un cuchillo de luces.
Entonces sé que estás ahí
querida hermana ausente viva. (p.68)
Entre la vida y la muerte, entonces hay una rendija de luz por donde el ojo “salado” del recuerdo, en ocasiones voz que recrea las palabras dichas, ve las cosas intactas que la evocan.
Un verso de Julia de Burgos, como epígrafe, abre el camino luminoso de la ausencia. Julia se había perdido “íntima” átomo por átomo y fue resbalándose poco a poco al alma, en cambio, aquí el poeta transita poco a poco, entre golpes e imágenes su dolor:
[...] contaminado
deshojando imágenes, disolviendo
letras de viejos valores, poroso ante
el dolor, desnuda el asta del sentido,
guiado por el hilo ágil de la angustia [...] (p.66)
Este poema, a su vez subdividido en tres partes, es una elegía de amor.
En la primera parte,”El labio sobre hielo” (I), la muerte sella los labios, el labio que fue voz y que regresa tenso y frío junto con las palabras que la evocan y al mismo tiempo la callan. Es la metonimia uno de los recursos desde el cual se ausculta el tránsito que desata el dolor: ojo, lengua, voz, oído, pie…
El ojo desprende la imagen de lo ausente, la despierta, la convierte en vida, mientras que la sinestesia recrea y se cuestiona la imposibilidad del regreso tras la pérdida de la amada:
[...] ¿Hay sabor en la imagen
cernida en la mirada? ¿Hay tacto en ella?[...]
[...] ¿Siente el aire dolor cuando ella pasa? [...] (p.65-66)
Por otro lado, las metáforas se acumulan, como testigos, por donde aún habitan los
objetos intactos de la cotidianidad:
tu sillón vacío, la cafetera desolada
y el no ver abre su ala, roe el ver del ojo [...] (p.65)
Lo dialéctico enfrenta al verbo con la vida, porque las palabras lo refundan todo y una tristeza, solemnemente lumínica, construye los versos para destruir, aunque sea brevemente, la ausencia y el dolor. La suma de imágenes deviene y sostiene la evocación del misterio entre la vida y la muerte. La noche se abre al dolor para esconder abiertamente un cuerpo ausente que brilla. Es el espacio interior el que permite el encuentro, es solo allí donde el amor reverbera e instala el cuerpo inmortal, cual cuerpo celeste en el cielo de la memoria y los sentidos.
La voz me sube como un amanecer
y una fuente de oscura dimensión
riega mi ser, canta la estrella oculta
de mi sombra, tu ser siembra alegría
en el dolor [...]
En ella habita
un hábil
surtidor
de luz
un tacto inquieto,
y la mejor vegetación de la palabra. (p.68-69)
La voz poética alcanza ver la luz de lo ausente en la oscura noche que se abre en la escritura:
Estás ahí, perfecta, hermana,
como una estatua líquida,
esculpida en rocío, en nube de recuerdo,
dejándote ver sobre la tinta de la noche. (p.69)
En la segunda parte de este poema, “Memoria en fuego”, se detalla la huella indeleble de lo vivido. La muerte arrasa con lo querido y lo desconocido emergeviolento ante la pérdida, y derrumba el interior de los vivos.
Cuando te fuiste a no sé dónde [...] (p.69)
[...] Algo se nos cayó por dentro, sí,
[...] hubo
un derrumbe invisible, una rama
de voz rajada calló en la espalda
agrietada del silencio, [...] (p.70)
Memoria y silencio se aúnan y abren, desde el dolor, el recorrido de la existencia. Entonces Magdalena regresa atemporal e histórica. No es hasta este momento que la voz poética nos devela el sufrimiento de María ante la muerte de su hijo… y es el tiempo una trampa circular por donde deambula el dolor. Entonces… la amiga eterna de Jesús y la madre convergen en el cuerpo de la hermana que muerta en vida sobrevive también al dolor, “El dolor se hundió/ en tu sangre quebrada” (p.71). Los versos en el poema también se quiebran. Los cortes, los silencios, las pausas nos ubican, ineludiblemente, en el lugar de la ruptura, del desasosiego y el dolor. La voz poética no quiere pensar la muerte, pues la ha visto y ausculta en “el límite oscuro de la palabra/ lo que en ella se disuelve” (p.72). La muerte se disuelve en la vida y queda a la intemperie en el rostro de los vivos. Solo la palabra y la memoria regresan a los vivos. Cómo desgajar la muerte tan viva y pensarla sin protestar, sin inquirir, sin reprochar cuando ante su paso deja todo vacío, excepto el amor. A nuestros muertos, los vivimos en “la libertad de la memoria” (p.75). Es allí donde la palabra que no se rinde es luz que “huele a infinito” (p.76).
La tercera parte,“¿Estás ahí tan cerca?”, la interrogación es el camino. Son las preguntas el encuentro con lo inexplicable. Los actos de la cotidianidad ahora producen desolación; la complicidad diaria se reduce a las palabras cuyo cuerpo no está y a la vez está tan cerca, en la región de la memoria. “¿Cómo puede viajar el ser tan lleno/ de ausencias como un barco vacío?” (p.77). El tiempo se recoge en los ojos de la voz poética y la memoria es inútil por invisible, y la imagen, poderosa porque regresa el cuerpo; allí el ser camina visible por un abismo que no conocemos. Queda la palabra para interrogar la ausencia iluminada. Es así como “algo empuja la muerte a tener vida” (p.78) para acercar a nuestros muertos/vivos en la palabra y en la imagen que los regresa.
En la “Noche oscura del alma”, de San Juan de la Cruz, la amada escapa de su casa para buscar a su amado, alegoría del alma que quiere escapar del cuerpo para fundirse con Dios. En la noche iluminada de Félix Córdova, la mujer escapa de su casa también, que es su cuerpo, hacia una luz, su ausencia física quema la presencia de los vivos. Su cárcel terrenal es amada y rescatada desde la fuga de la voz poética en su búsqueda. El sujeto lírico viaja, pero a su interior, para reencontrar a la mujer que se ha ido a no se sabe dónde, pero que está cerca, en la bella inutilidad de la memoria.
En “La noche iluminada” de Tríptico, el dolor atenta contra el amor, lo quiebra, pero no lo destruye. El poema es cuerpo, un cuerpo femenino escindido en tres: María Magdalena, la amiga de Jesús, nuestra Magdalena, Julia de Burgos, quien destella desde la poesía el camino hacia el alma, y María Magdalena, la hermana del poeta, que se hace nuestra también, porque la palabra la regresa ante el lector.
Este poema, “La noche iluminada”, esta elegía de amor, este canto hondo que deshoja la tristeza, se cita con la muerte, y aunque la ausencia tienen la marca inexorable del dolor, se ilumina eternamente en la palabra, en el recuerdo y la evocación de la hermana amada:
No se rinde esa luz que nadie sabe dónde
comienza y nadie sabe dónde termina,
porque esa luz, su mejor raíz, huele
a infinito [...] (p.76)
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