Carta abierta al pueblo argentino

No vale la pena seguir siendo esclavos de las posturas ciegas que llevan a la masa al caos, a la venganza o retribución.

Sin Filtro 23/12/2017 Darío Hernández Orjuela
Carta abierta a los argentinos
Carta abierta al pueblo argentino Foto /Pinterest

Posdata Digital | Argentina

Por Darío Hernández Orjuela

Al amado y respetado pueblo argentino. Al mismo que en su mayoría ha crecido en esta tierra siendo hijos de estirpes lejanas que buscando una vida mejor, cruzaron el océano y se hicieron uno con esta maravillosa tierra que ahora también es hogar de muchos hijos de otras nacionalidades, que han encontrado la oportunidad de ser mejores personas gracias a la calidez y bondad de su cultura, así como los grandes adelantos sociales devenidos de una historia única y sufrida, pero llena de experiencias que los han hecho mejores que muchos otros en el mundo. La mayor de las lecciones de vivir en argentina es la pasión. La forma de crear una vida ligada a un sinnúmero de pasiones que los hacen únicos e irrepetibles. Aquellos que han emigrado saben que es algo difícil de asimilar, pero que en últimas llega a contagiar y a hacer de la vida algo más divertida, más trascendente y a veces más sufrida.

En esta correría que es el tiempo y los acontecimientos que los definen, se han aprendido lecciones, se han olvidado otras, se han tergiversado o decantado con los años algunas más. Pero la esencia sigue intacta. En cada pequeño acto, en cada situación cotidiana, aquella exacerbada pasión define sus vidas. Nuestras vidas. Porque no se puede vivir en Argentina sin volverse un poquito argentino.

La ventaja de no haber nacido en esta tierra que nos da cobijo y oportunidad, es precisamente la capacidad de observar desde otra perspectiva los males que aquejan al país actualmente. Nos separa de cualquier influencia política, de militancia o de simple postura ante la realidad. Poder respetuosamente acercarse a mostrar aquello que vemos desde esa visión libre y objetiva, nos permitiría aportar mucho más a la construcción de un país mas justo para los argentinos. Y de paso para nosotros, los miles de extranjeros que como sus padres o abuelos llegaron para quedarse y apoyarlos en su lucha por hacer grande la nación. Los que vinimos y tenemos en letras rojas en nuestro DNI la palabra extranjero, somos los mismos que compartimos todos los beneficios y sufrimos los males de la sociedad en la que vivimos actualmente. Por igual. Con la diferencia de que no tenemos derecho al voto, así como a la participación en las decisiones que nos afectan a todos. Es en ese aspecto que, como ciudadanos, asumimos esa limitación y apelamos al buen juicio de ustedes al tomar una decisión en las urnas para continuar aportando con nuestra fuerza de trabajo, nuestros impuestos y nuestra responsabilidad como ciudadanos. Los acontecimientos de los últimos días han sido reveladores para las comunidades de inmigrantes en la Argentina, debido a una escalada de decisiones que afectan directamente a aquellos menos favorecidos y a pesar de lo que piensan algunos que no gustan de nuestra presencia en el país, no nos afecta a nosotros directamente, más allá de la inflación exacerbada o la inclinación a coartar libertades por medio de actos de represión o de limitación de la libre movilidad. Cosa que es normal en la mayoría de nuestros países de origen. Con lo cual nosotros aprendimos a vivir, pero ustedes no. Ustedes se ganaron a sangre, fuego y lágrimas una sociedad con cero tolerancia a las injusticias y eso con los años está quedando en el olvido. Tal vez porque esas luchas ganadas se convirtieron en banderas políticas de personajes que a pesar de representar muchos de esos valores, no tomaron decisiones correctas, o como es el caso ahora, son la excusa para desvalorizar esas luchas ganadas e imponer otras menos coherentes con la realidad y llenas de odio y revanchismo que lo único que producen son víctimas. “La Grieta” ha existido en el resto de nuestros países y es inmensa. Por eso con conocimiento de causa hago un llamado hacia el vacío de quien quiera escucharlo, donde les pido ver más allá de los próceres, los líderes y las banderas. Donde el odio y el rencor por las pésimas decisiones de un lado o el otro no les impida mantener ese espíritu libre que los ha hecho ser quien son. Latinoamérica tiene ese sentimiento de “amor y odio” hacia el pueblo argentino, simple y llanamente por sus logros, por su valentía, por lo que ha significado resistir los embates de la misma historia, de la caída en tragedias y abismos de los que tal vez nadie podría levantarse, pero que ustedes lo han logrado. Mirarse con orgullo como nación es lo único que les permitirá recordar que son los mismos. Todos son iguales y se han mantenido a flote por su capacidad de aguantar, de recrearse y resolver lo que sea que pase con su intrépida manera de ver el mundo y la facilidad de unir con alambre lo que está maltrecho. No vale la pena seguir siendo esclavos de las posturas ciegas que llevan a la masa al caos, a la venganza o retribución. No sirve de nada hacer mártires si olvidamos que a cada minuto muchos otros están al borde de la muerte o la pobreza por las mismas causas que los propios líderes han producido por su ineptitud o soberbia.

Somos nosotros los inmigrantes la prueba de lo que significan los estados fallidos, las políticas erróneas de líderes incompetentes y manipuladores que se hicieron al poder por medio de mentiras o populismo. Somos las víctimas de sistemas podridos desde adentro y ese es un punto de no retorno. Cuando llegamos a vivir en un lugar donde estas situaciones no existen o se ven venir, es nuestra responsabilidad ponerlas a la vista si tenemos los medios. Nuestras familias se separaron por décadas por pasiones políticas. Nuestros muertos no tienen rostro y siguen cayendo como moscas por ideales manipulados, criminalidad e intereses económicos. Somos los hijos de años y años de odios. Por eso buscamos refugio en lugares donde tal vez esta clase de violencia es mas tolerable, donde nuestra vida valga más de lo que vale en nuestros lugares de origen. Cuanto tiempo y cuantas atrocidades mas deben repetirse para que nuestra amada tierra argentina detenga esa rueda de odio y reclame a sus medios y a sus políticos transparencia, verdad y reparación para todos aquellos que están quedando en el fuego cruzado del revanchismo y los mensajes de odio que provienen de personas acomodadas y con privilegios. Mientras la base, el pueblo que lucha a diario para tener una vida digna se sigue odiando en cualquier esquina, cualquier cabina de taxi o en las facultades y plazas públicas. Una de las más grandes pasiones argentinas nos da la muestra de los dos lados. Podemos todos, nacionales y extranjeros que aman el país ponernos la albiceleste y hacer fuerza por nuestro futuro, o nos quedamos cada uno en nuestro club, nuestro barrio y nos matamos en las canchas como idiotas útiles para otros representando nada. Esto no implica que perdamos la capacidad de reclamar lo que es justo, que es precisamente lo que la mayoría hace con un acto tan simple como un cacerolazo.

Al final esto no se trata si se es K o Pro, o del frente de izquierda, peronista o neo liberal. Esto se trata de tener la cabeza fría de hacer del diálogo una premisa y la tolerancia una realidad. De dejar fuera a los que radicalizan su postura por una coima, a los que esconden sus fortunas en paraísos fiscales, a los que destruyen la educación no solo con la indiferencia y la falta de inversión. También a aquellos que nos educan mal por medio de programas ramplones de superficialidades y banalidades. Mientras sigamos creyendo que ver bailar a dos monigotes es mas importante que reclamar lo que se nos ha arrebatado, el país se condenará como se condenó el mío y el de muchos otros inmigrantes que aman a la Argentina más que muchos de sus propios hijos. En últimas pagamos el precio de ser chivos expiatorios o víctimas de xenofobia. Pero al final son muchos más los argentinos buenos que los malos. El problema es seguir poniendo a los malos en el poder.

     

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