Según un estudio, recuerdas lo que ves, no lo que fotografías
Sociedad06/10/2022CVA Producciones IntegralesPOSDATA Digital Press | Argentina
¿Qué relación existe entre la cámara de nuestro cerebro y la cámara de nuestro teléfono? ¿en qué sentido afecta a nuestra memoria? ¡En este artículo te lo contamos!
El móvil es casi una prolongación de nuestra mano; al menos, para una gran mayoría. También ese dispositivo que se encarga de muchas de esas tareas que hasta hace no mucho llevaba a cabo el cerebro, como guiarnos por una ciudad sin GPS. Asimismo, nuestros teléfonos también son un archivo portátil de nuestras experiencias.
Captamos con el teléfono todo aquello que nos gusta, que nos llama la atención o nos es significativo. Las cámaras son como nuestras retinas, superficies ávidas por ver y registrar cada detalle. Después, lo archivamos en nuestras galerías online. Sin embargo, y aquí llega el problema, según un estudio reciente, recordamos más lo que vemos que aquello que fotografiamos.
Si les preguntáramos a quienes suben cada día a Instagram aquello que desayunan, no todos recordarían qué es lo que han comido por la mañana. Sucede lo mismo cuando vamos de viaje. Muchas veces nos obsesionamos tanto en lograr el mejor ángulo para la foto de esa catedral, monumento o escultura, que olvidamos lo más importante. Deleitarnos en lo que hay delante de nosotros.
Tomar fotografías con el teléfono móvil externaliza nuestra memoria, la hace menos significativa. ¿Estamos, quizá, perdiendo competencias cognitivas al delegar en exceso en la tecnología tareas que nos son propias? Profundizamos en ello.
Estamos obsesionados por fotografiarlo casi todo, dejando de lado así la grata experiencia de admirar en calma aquello que nos rodea sin más accesorios que nuestros ojos, nuestra mente y emociones.
Nuestra obsesión por fotografiarlo todo y compartirlo en redes sociales afecta a la calidad de nuestra memoria visual.
Recuerdas lo que ves, lo que fotografías a menudo se desvanece de tu memoria
Hablamos a menudo de la obsesión por hacernos selfies. Estos fenómenos asociados a la tecnología han dado forma a nuevas realidades clínicas, como es la dismorfia del selfie. Es esa condición en la que un individuo rechaza su imagen real y se obsesiona con la que le proporcionan los filtros de sus aplicaciones.
Lo cierto es que hay otro hecho no menos llamativo, y es la necesidad de tomar fotos de todo lo que nos rodea, de todo lo que nos sucede. Fotografiamos lo que comemos, lo que vemos a través de una ventana, el sol al atardecer, los libros que leemos, a nuestras mascotas y cada detalle, aspecto y escenario en el que nos encontramos cuando estamos de vacaciones.
En un estudio reciente publicado en el Psychonomic Bulletin and Review y realizado en la Universidad Estatal revela algo interesante. Nuestra obsesión por fotografiar todo lo que vemos deteriora la memoria. Es decir, recuerdas lo que ves, y muy poco de lo que captas con el móvil y dejas en la galería de fotos.
Esa necesidad por documentar cada cosa que nos envuelve y que hay ante nosotros se acompaña a su vez de otro hecho indudable. Tomamos fotos para proceder después a su publicación en redes sociales. La motivación se focaliza en ese fin, el de mostrar a los demás aquello que vemos. Mientras nosotros apenas prestamos atención a lo que hay ante nuestros ojos.
El efecto “deterioro de la toma de fotos”
En realidad, este hecho ya se había advertido en el 2014. Un estudio de la doctora Linda Henkel ya describía lo que denominaron como el fenómeno “deterioro de la toma de fotos”. Lo que evidenció es que tomar varias fotos seguidas hace que recordemos mucho menos aquello que estamos mirando.
Sin embargo, si nos limitamos a tomar una foto puntual, el recuerdo no se ve afectado. De hecho, si lo pensamos bien, a lo largo del día es común tomar infinidad de imágenes, la mayoría sin relevancia. Este hecho provoca que nuestra memoria visual pierda agilidad porque no prestamos una atención real, significativa y sostenida a lo que nos rodea.
Ver el mundo a través de una pantalla lo vuelve más volátil, difuso y cambiante. Pocas cosas permanecen en nuestra memoria porque la atención está casi siempre dispersa y pendiente de decenas de estímulos.
El móvil, nuestra memoria externa
Recuerdas lo que ves, pero no tanto aquello que dejas en tu galería de fotos del móvil. Saber esto nos debería permitir tomar conciencia de un hecho. Los smartphones y las nuevas tecnologías están sustituyendo muchas de esas competencias que nos son propias, tareas cognitivas que, de no practicar, se debilitan.
Los expertos en neurociencia nos advierten que nuestra memoria espacial es cada vez peor. Dejamos que los GPS nos guíen hasta cuando aparcamos el coche en una gran superficie y no logramos recordar después dónde se encuentra. Ahora, la memoria visual, entendida como el recuerdo de imágenes, colores y detalles de aquello que nos rodea, también está en crisis.
Bien es cierto que el ser humano siempre se ha valido de recursos que podían hacerle la vida más fácil, incluso en lo que se refiere a la adquisición de sabiduría. Tanto es así que muchos podrían decir que acumular imágenes en nuestras galerías de fotos del móvil puede ser una ventaja y no un problema. Entre otras cosas, nos permite admirar más tarde y cuando deseemos esas fotos que hemos tomado.
Sin embargo, ¿de verdad lo hacemos? No todos encuentran tiempo para ello. Puesto que, como hemos señalado, el propósito de hacer fotos responde (casi siempre) al deseo de publicarlas en redes sociales.
Por lo general, al tomar una foto de algo, nos desconectamos de lo que estamos mirando. Esto provoca que la memoria falle.
Mirar en calma y emocionarnos, la mejor receta para el recuerdo
Hacer fotos lleva años siendo un recurso barato para inmortalizar determinados momentos. Sin embargo, en la actualidad, el flujo de imágenes que capturamos al día es inmenso, desproporcionado casi. Es más, como ya sabemos, en el momento en que abrimos la cámara y acercamos el móvil a lo que deseamos fotografiar, la mente se desconecta de lo que está mirando.
Estamos más pendientes de tomar una buena foto y de compartirla que de atender ese objeto, persona o escenario. Por tanto, es fácil que termine emborronándose, difuminándose de nuestra galería “interna” para quedarse en la galería “externa” del dispositivo. Que suceda esto no es problemático ni patológico, por supuesto. Pero da que pensar.
Delegamos tanto en las tecnologías que, a veces, nos perdemos el placer, por ejemplo, de atender una obra pictórica, una escultura o una preciosa catedral solo con la mirada. Sin más accesorios. Porque recuerdas lo que ves cuando miras desde la curiosidad, la admiración y la reflexión. Sin obsesionarte en compartir después esa imagen.
Aquello que captan nuestros sentidos desde el corazón y la calma es la mejor de las fotografías. Esa que se recuerda siempre. Obviamente, no vamos a despreciar el indudable poder que nos ofrecen las tecnologías. Sin embargo, intentemos levantar de vez en cuando la mirada de nuestros móviles. Hay cosas que se ven mejor sin una pantalla delante.
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