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Intuición e instinto no son lo mismo. Mientras el segundo da forma a una conducta orientada a permitirnos sobrevivir, la primera traza un sentido más profundo en nuestra especie dotándonos de una voz interna que nos ayuda a tomar mejores decisiones. Así, aunque ambas dimensiones no tengan un origen común, nos ayudan a responder mucho mejor ante los desafíos cotidianos.
Para comprender un poco mejor esta diferencia pensemos en dos maravillosos personajes literarios. Robinson Crusoe es ese valiente marinero de York que tras quedar 28 años aislado en una isla tras un naufragio, hace uso de sus instintos más básicos para sobrevivir a una azarosa y compleja situación. Por su parte, Sherlock Holmes, es la mejor referencia de una mente habituada a hacer uso de su instinto policíaco, de esas deducciones casi inconscientes, ágiles y certeras con las que resolver los más desafiantes enigmas.
“Hay situaciones que las personas resuelven con su instinto, pero que no pueden comentar con su inteligencia”.
-Alejandro Dumas-
Así, lo más interesante sin duda de estas dos competencias o conductas es que ambas las aplicamos por igual en nuestro día a día sin apenas darnos cuenta. No obstante, solo la intuición es característica del ser humano. Saber usar ambos enfoques del mejor modo, y a nuestro favor, puede ayudarnos a prosperar con mayor seguridad, a gestionar mejor los miedos y el estrés, a valernos de nuestra experiencia y capacidades para tener una vida más significativa. Veamos más datos a continuación.
Intuición e instinto, entre la biología y la percepción
Intuición e instinto no son lo mismo, aunque caigamos en el error de usar ambos términos indistintamente a menudo. Así, es muy común hacer uso de ellos en esos contextos donde nuestras sensaciones o emociones nos orientan en una dirección u otra. Frases como “mi instinto me dice” y “mi intuición me indica” son sin duda el claro ejemplo de ese pequeño error conceptual que vale la pena aclarar por un hecho muy claro: por nuestro beneficio personal.
¿Qué es el instinto?
Desde un punto de vista biológico un instinto es un comportamiento innato. Son nuestras necesidades internas y esas conductas que nos permiten subsistir en un entorno determinado. De este modo, instintos como el de conservación, protección, sociabilidad, reproducción, cooperación o curiosidad son facultades muy básicas que definen no solo a los seres humanos, sino también a gran parte de los animales.
Ahora bien, resulta curioso cómo a partir del siglo XX y con el desarrollo de la psicología moderna, el concepto de instinto empezó a ser visto como algo incómodo. Era como ese vínculo que nos unía a una versión casi salvaje del ser humano, una dimensión que era mejor reprimir o camuflar con otras etiquetas. De este modo, figuras como Abraham Maslow empezaron a popularizar términos como “deseo”o “motivación” para simbolizar esas necesidades internas de cada uno de nosotros.
Ahora bien, llegado el siglo XXI, esta concepción ha cambiado bastante. El binomio intuición e instinto vuelven a ser altamente apreciados, y en lo que se refiera a la última dimensión, la reformulación que se hace del instinto es tan interesante como reveladora. De este modo, nombres como el del doctor Hendrie Weisinger, influyente psicólogo clínico y autor del libro El genio del instinto, nos explica que los instintos no son oscuros ni primitivos. No son algo que reprimir.
Si aprendemos a usarlos a nuestro favor podremos manejar mucho mejor factores como el estrés o el miedo. Aún más, potenciar instintos como la compasión, el cuidado, o la amabilidad nos permitirían crear entornos más enriquecedores y significativos. Porque más allá de lo que pueda parecer, el “instinto compasivo” o de la amabilidad existen en cada uno de nosotros, tal y como nos revela un estudio del profesor Dacher Keltner, de la Universidad de California, en Berkeley.
¿Qué es la intuición?
Hay quien piensa que la intuición son un conjunto de sensaciones que nos dan la pista sobre algo. Bien, cabe decir que esta dimensión no responde a procesos mágicos o a percepciones sensoriales, son más bien “percepciones cognitivas”. El propio Carl Jung definió a la persona intuitiva como alguien que puede anticiparse a ciertos eventos o situaciones usando su propio material inconsciente.
Ahora bien, ese material inconsciente es el resultado de todo lo que somos, de todo lo vivido, visto y experimentado. Es la esencia de nuestro ser, un arcón de información comprimida a la que recurre el cerebro para obtener respuestas rápidas, esas que no pasan por el filtro de un análisis objetivo.
Así, y por llamativo que nos resulte, los expertos nos indican que guiarnos por lo que la intuición nos dice es tan positivo como recomendable. De hecho, investigadores de la Universidad de Nueva Gales del Sur realizaron un estudio donde demostrar que hacer caso de esa voz interna nos puede ayudar en nuestros procesos de toma de decisiones.
Los psicólogos Galang Lufityanto, Chris Donkin y Joel Pearson publicaron sus hallazgos en la revista Psychological Science. En este trabajo se concluye una vez más con algo que el mundo científico y el campo de la psicología ya avanzaba: hacer uso de la información inconsciente nos permite no solo tomar decisiones más rápidas, sino llevar una vida más acorde a nuestras necesidades y personalidad.
Para concluir, sabemos ya que intuición e instinto no comparten un mismo origen: el instinto tiene una base biológica, mientras que la intuición es el resultado de nuestra experiencia y el desarrollo de la conciencia. Sin embargo, ambas tienen en realidad una finalidad común innegable: permitirnos estar más ajustados a nuestra realidad, sobrevivir en ella de forma efectiva, anticipar riesgos y dar forma a una vida más conectada y satisfactoria. Escuchémoslos y pongámoslos a nuestro servicio.
Fuente: La Mente es Maravillosa
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