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”Yo Penélope”: Entre la espera y la soledad
Reseña “Yo Penélope” de Luis Enrique Romero
Mar abierto12/01/2025 Tania Anaid Ramos González, AZULAPOSDATA Digital Press | Argentina
Reseña “Yo Penélope” de Luis Enrique Romero (C.P.P. Editoras, 2024)
La partida puede ser el inicio cóncavo del dolor y la soledad. La espera su manifestación material. Yo Penélope, el libro más reciente del poeta y actor puertorriqueño, Luis Enrique Romero, transita por esas instancias. Un texto bellamente triste desbordado de metáforas y musicalidad nos espera.
A partir del título, es inevitable pensar en la Penélope construida por la voz lírica en el poema épico La Odisea del aedo Homero. Mujer que tras la partida del amado se enfrenta a los dogmas y creencias limitantes de la época, y que movida por el amor, espera la llegada de su esposo callada y fielmente. En Yo Penélope, la voz lírica, claramente masculina, se apropia, nuevamente, de la ausencia que sufre una mujer-mito, pero desde la perspectiva del hombre que espera y sufre por su amada. La distancia ha de ser el inicio entre el aquí y el afuera, entre el pasado y el presente.
Partir, o partirse en dos… dos voces… una sombra y un delirio las acompaña; la poesía custodia la emoción. Se convidan dos voces que a la distancia se unen en el trayecto; dos poetas (siglo VIII a.C. y siglo XXI d. C.) que a nivel histórico, desde la soledad, y en un sentido, aportan una temática común a través de la construcción del personaje de Penélope, paradigma del amor paciente y solemne. Un mito, un poema, una épica los encuentra. Pero también se nos presentan los amantes cuya materialidad se deshace, pues solo existen en el imaginario y pasado de la voz lírica. Lo distante, la partida, la soledad y la espera, desde un tono nostálgico, invaden los poemas. La dualidad es el camino, el principio de dos voces que el tiempo separa.
Los adioses son promesas que el tiempo traspone entre, sonidos, percepciones y vidas. La Penélope griega teje y desteje, esperando la llegada del amado porque la esperanza es el latido breve de la existencia. Pero en Yo Penélope, voz dual, que atraviesa el tiempo de las esperas, atemporalmente masculina, se ordenan los recuerdos, y el amor es una herida por donde se filtra el tiempo sin retorno.
El pasado se desliza entre un presente angustioso que ya no es capaz de nombrarla.
He sellado mis labios
con los hilos de la noche
y ya no queda voz
para nombrarte (p.27)
Y solo en la escritura duermen las flores secas sobre su herida, y son epígrafes:
Hoy
amortajé flores secas
entre mis libros
como epígrafes dormidos
sobre esta herida. (p.29)
El pasado reaparece como un espía dentro de la memoria. Por eso, la voz lírica abandona las fechas, aun sabiendo que algunas “cuelgan en el anverso de su agenda” (p.31).
La segunda parte del libro se titula “De la añoranza y la espera”, ineludible, para mí, pensar en el “Cancionero y romancero de ausencias” de Miguel Hernández: poeta que también nos ha desbordado su tristeza en la poesía.
En Yo Penélope, el sujeto femenino se bifurca y es la espera, la sombra, la luz, la partida, la ausencia, la soledad, la foto, la luna, la hoguera, Penélope, la metáfora.
El sujeto masculino, en cambio, quien también es el sujeto lírico, es cenizas, nave a la deriva, cementerio, transeúnte abandonado, melancólico, herido que lidia con la ausencia, la distancia y el olvido. Es un residente sin lugar en la tierra
Asimismo, en muchos poemas notamos cómo la eroticidad se filtra entre los recuerdos del amado, pues la amada tiene la medida del deseo solo existente ahora en la memoria a través de la escritura. Venus, Afrodita… el cuerpo y sus zonas erógenas arpegian un duelo contra la soledad y la espera.
Por otra parte, el sujeto lírico se convierte en historiador y antropólogo, pues su vida es la mirada y descripción emotiva de los espacios y objetos del pasado; su presente, la añoranza del amor; la espera, su única vía; la soledad,en el presente, su única voz.
El alba y cito: “es la metáfora del secuestro” (p.46); es decir, en la primera luz del día, ya imposible de imaginar, quedan atrapados los recuerdos, la idea del amor, la percepción de la experiencia, todo centrado en un rapto inevitable, solo rescatado a través de las palabras ( o la escritura) que invocan el pasado con la amada. Además, esta espera, que no tiene fecha de caducidad, lo obliga a ocupar, y cito: “un banquillo que nunca [me] le pensó” (p.47).
¿Qué teje y desteje esta Penélope masculina? Sin duda, la tristeza. ¿Quién o quiénes son los cómplices de este tránsito?, sin duda, el paisaje: la montaña, la tarde, la noche, las estrellas, el alba, la lluvia, el horizonte.
La nostalgia, por su parte, es el apego inevitable al tiempo ido, ahí se aferra la voz lírica, como quien encuentra un oasis, mientras el tiempo, veloz e implacable, teje y desteje en el lugar de las esperas su soledad. Quizá por eso, el título de esta parte del libro “De añoranzas y la espera”. Lo que pasa es que Penélope aquí espera como un muerto en vida.
Entonces queda el cadáver, pero no el esperanzador de Vallejo en el poema “La masa”, metáfora de la utopía, de la solidaridad y la unidad; aquí es lo contrario, pues al cadáver se lo llevan las cenizas.
Por otro lado, el texto desencadena y evoca, en un sentido, la tristeza que padece el hombre en el “Cancionero y romancero de ausencias” de Miguel Hernández. De hecho, me atrevería a decir, que “Las nanas de la cebolla” de Hernández, acá son una “Obertura en oboe” (poema, p.61). Ya verá el lector de qué se trata cuando lea el texto.
Dos guiños directos con el teatro:
Hay dos poemas que rompen, el discurrir del texto, en el sentido de que nos acercan al teatro, uno en su título y forma: “En lo oculto del ojo, (Poema en tres actos)” [p.63] y el epílogo del libro titulado “De otras despedidas” (texto en prosa) en su estructura, pues se nos presenta como un desenlace teatral y ya lo veremos.
Es fundamental comprender que al adentrarnos al texto nos acercamos a un abismo, nuestras emociones estarán ubicadas de cara a un precipicio cuyo aire colinda con eros y el amor, pero también con la muerte.
Otra de las resonancias y alusiones en el texto, esta vez de forma directa, la encontramos en el poema “Para un otoño sin hojas” dedicado al cuento “La canción de Peronelle” del escritor y actor mexicano Juan José Arreola. El poeta/personaje del cuento y la voz lírica del poema parecen haberse mirado en el mismo espejo. La escritura es la huella de la soledad que comparten, después de haber sido traspasados por el filo del amor a destiempo. Las hojas de otoño (o la del avellano en el cuento) solo son testimonio y evidencia de lo efímero e intangible que es el amor, solo permanente, en la poesía.
La metáfora es el material con el se construye ese tejido para ordenar el texto; sin embargo, antítesis y paradojas amparan el sentido de la vida y el dolor de la ausencia, sabiendo que el hilo que las teje en la escritura es el amor, aunque esté ausente.
Con respecto a los espacio, el sujeto lírico está perdido dentro y fuera de sí, y cito:
Hoy
no sé si estoy por fuera
o ando dentro de mí.
Cuando me alcance la voz
seguro vuelva a estar perdido. (p.78)
En qué lugar se encuentra el olvido, cómo se puede localizar la ausencia del objeto deseado/perdido o del sujeto amado/ido. Este libro ausculta esos lugares imposibles, y los contempla en la naturaleza, y somos los lectores testigos de una mirada triste iterada y en vilo que recuerda y olvida con sus ojos de tiempo. Lo paradójico es que el acto de olvidar sea siempre interpelado por el recuerdo y no muera. Mientras más el sujeto lírico se quiere alejar del recuerdo, más vívido este reaparece.
El lector se colocará inevitablemente en el lugar de la mirada que centra, en el ardid masculino, esta vez desvestido, maltrecho y herido de amor. Aceptando la ausencia permanente de lo amado y reconociendo la inviabilidad de la unión y cito: “pero nunca llovió en el desierto” (91)... o en el poema “Y no pude amarla” (p.95).
Como mencioné, el libro pareciera tener dos cierres; el último poema “Locura inconclusa”, y el epílogo “Tú no eres tú, sin mi presencia cotidiana”. En ambos, regresamos, de alguna manera, a Homero. En el poema “Locura inconclusa” se menciona a Quimera en el último verso, monstruo descrito en La Ilíada “con cabeza de león, cola de dragón y cuerpo de cabra, que respiraba encendidas y horribles llamas" y que siendo hembra auguraba en su llegada tormentas, naufragios y desastres naturales. Además, se nos presenta a Pegaso, que según la mitología griega, junto a Belerofonte, la matan; sin embargo, en esta voz lírica, se reitera, a partir de los destellos de la mirada de la amada, la aparición de Quimera, símbolo de la monstruosidad, y pudiéramos añadir que también es la antípoda del amante.
Finalmente, en el epílogo, el sujeto lírico desaparece, o al menos está oculto; en su lugar, emerge un diálogo en prosa con dos personajes: un poeta y una mujer. El encuentro sugiere de forma muy sutil otra vuelta a Homero, pues sin nombrarla, Medusa parece acechar con su mirada fulminante. Un cambio abrupto se nos presenta, y un lector avisado notará el giro; si la voz lírica (masculina) no está presente, qué quedó; la respuesta nos conduce a observar unos personajes que se hablan, y la espera y el sentido de abandono ya nos es del sujeto lírico masculino, sino que pareciera regresar Penélope la mujer; la voz se parte, y la mujer-personaje espera inútilmente algo que no recibe y no va a recibir porque no hay vuelta atrás. El poeta-personaje, como un espejo de aquella voz lírica que tejía y destejía su tristeza, después de haber sido abandonado por la amada tras su partida, se nos convierte en piedra. Esto me regresa a otra voz lírica masculina de nuestras letras hispanoamericanas, a Rubén Darío en “Lo fatal”, recordemos aquellos versos que dicen:
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo [...]
En fin, les convido a adentrarse a Yo Penélope, texto cuya voz lírica masculina se enfrenta a la tristeza y a la soledad tras el abandono o la partida de la amada, y en donde un hombre, que es Penélope, lo consume el dolor de la ausencia y el olvido:
“Esperé por ti
con mi frasco de olas
derramado en la demencia de la noche.
Ya lo azul
(en lo aturdido)
me llamaba con la hebra infinita
de mi voz.
Zarpé de mi propio pecho
la luz inquieta
yacía en mis ojos
y no hubo un ramo de algas
dque despidiera el olvido. (p.71)