Ruth nos guarde, parte II

Este capítulo nos sitúa en un diálogo cargado de tensión entre dos amigos que, bajo la sombra de un terebinto, debaten sobre el origen de la crisis que los aflige

04/14/2025 Luis García Orihuela
  

POSDATA Digital Press| Argentina

 

Luis García OrihuelaBiografía de Luis García Orihuela

Leé aquí el primer capítulo

Ruth nos guarde, parte I-posdata digital pressRuth nos guarde, parte I

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Entre conversaciones bajo la sombra del terebinto, los temores y creencias del pueblo de Israel se entrelazan con el destino de Ruth. En tiempos de hambre y sacrificios, los hombres debaten el origen de su desgracia, la fidelidad a Yahvé y el peso de las tradiciones. Mientras el sacrificio nocturno se avecina, el misterio crece y el nombre de Ruth resuena con fuerza. ¿Será su belleza y presencia el símbolo de un destino marcado por la historia?

Es la hora siguiente a las once, y dos amigos dejan de trabajar la tierra para resguardarse del penetrante Sol bajo la buena y fresca sombra de un grande y recio terebinto de las tierras altas.

—Pero bueno, se sensato, ¿Que tienen que ver los dioses con todo esto? Si hay hambre, que la hay, es por la crisis que sufrimos.

—Te confundes hermano, es un castigo de Yahvé, él es el causante de todos los males que nos afligen en la tierra de Israel. Por el pecado caemos esclavos.

—¿Pero no decías que en su misericordia nos había compensado con la llegada de los jueces?

—Así es. El nunca da la espalda a su pueblo.

—Quizás solo sea un acto de cortesía...

—La infidelidad es la causa de todos nuestros males. ¡Nunca lo olvides hermano! Dios es fiel, pero nosotros debemos de probarle nuestra fidelidad. ¿Y lo hacemos? No. No lo hacemos. Es por ello la causa de tantas desgracias que nos asolan.

—¡Puf! -Dijo resoplando y elevando el hombro derecho Yefradé-, dame unas buenas tierras que no sean tan yermas y secas como estas y verás como todo cambia. No es cosa de profetas o Jueces, sino de que no falten buenas ganas para trabajar de Sol a Sol y disponer de unas buenas simientes.

—Eres un blasfemo, Ifraín. Algún día te arrepentirás de hablar así. ¿Vas a ir al sacrificio de esta tarde, del cordero místico?

—No, no puedo. Hoy es día de descanso... Además, a la hora sexta hay partido. ¿Acaso lo olvidaste? —Dice Yefradé.

—A la noche hacen un sacrificio humano, creo es un benjaminita.

—Huf, siempre lo mismo de lo mismo. ¿Para cuándo algo original? Eso ya no atrae a nadie... Quizás si dieran premios... Viajes... -Yefradé se rasca el mentón pensativo y con la mano izquierda espanta una mosca aviesa.

—La verdad es que tienes razón —dice— Ifraínpierde el interés sabiendo cono sabes, que al final no sale con vida. Verdad es que es un sacrificio, y que un sacrificio ya se sabe lo que es; pero si en alguna que otra ocasión, terminaran no sacrificándolo... No sé, matándolo poco —Ríe mostrando su en gran medida desdentada boca y dejando el olor en el aire a un contumaz y pestilente aliento, seguro de haber mostrado un gran derroche de ingenio.

—Con eso pasa como con la ley del levirato —dice Yefradé—Si la mujer de tu hermano se queda viuda sin haber dado descendencia, tu pasas a ser su esposo, para poder continuar la línea sucesoria. ¿Y dónde está ahí la sorpresa? ¡No la hay! La verdad es que estamos en unos tiempos muy poco originales. ¡Ja!

—Pues no veas como está Ruth, en verdad el nombre le hace gala, ¡Es hermosa! Con ella de seguro no te importaría tanto el levirato.

—Es posible, pero no dirías tu lo mismo si la mujer de tu hermano Isaías fuera Orfa… ¡menuda cierva! -Exclama rotundo Yefradé-

—Algunos —Continúa Ifraín— Se dejan sacrificar muy bien, pero otros en cambio llegado el momento se acobardan, se agitan y lo dejan todo perdido de sangre. Debería de guardarse recuerdo de los que mejor han estado. Distinguirlos de los demás para que pasen a formar parte de la Historia. Quizás marcándoles con una estrella, un tatuaje, no se… ¿Qué es ese alboroto?

—¿Cuál?

—¿Acaso no tienes orejas? ¡Escucha!

 

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