De las miserias humanas a la humana conducta

Hagamos de la libertad la decisión de elegir bien. Y el bien, razonablemente.

Sociedad 29/05/2018 CVA  Producciones Integrales CVA Producciones Integrales
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Posdata Digital | Argentina

Por Juan Andrés Cardozo | Filósofo
 
La secreta verdad del ser huye por las oscuras callejuelas para refugiarse en la apariencia. Descubrirla lleva tiempo y exige una aguda paciencia al pensar. 

En la vida social nos inquieta la angustia por esclarecer la verdad. De ahí abrimos la puerta de las conjeturas y meditamos sin cesar acerca de las conductas humanas. Es que a pesar de todo, incluyendo el triunfo de lo turbio y lo injusto, estamos condenados a seguir las borrosas huellas de la verdad. Sin que resplandezca, está ausente la cultura, en su señera expresión. Preciso es que ilumine aquí y ahora, y se extienda por el universo.

Si la idea no coincide con la realidad, el conocimiento duerme profundamente en la celda de la ignorancia. Mas, le asalta la angustia del saber y sufre la pesadilla de la inteligencia. Hay que escapar de esa horrible prisión. El ser humano no ha nacido para vivir en la oscuridad, sino para esclarecer con luz propia los cerrados laberintos de la existencia. Esos meandros que jamás facilitan al caminante la ansiada salida al sol.

Es temible el ser humano en sus miserables actitudes. Y no se trata solamente de cuando el odio corroe sus entrañas. O de cuando el resentimiento estalla en una permanente vocación destructiva. Se trata de cuando aparenta normalidad y gana confianza con distintas mañas, como fingir amistad, sinceridad y benevolencia, para sin embargo actuar con pavorosa hipocresía, deshonestidad y maldad.

Hay casos en que basta que adquiera algún poder para sacarse su máscara de confiable individuo y mostrar su verdadera personalidad corrosiva, destruyendo a su paso las relaciones conseguidas. Tenía bien guardadas sus miserias. Escondidas sus garras traicioneras. Pero apenas puede decidir, morderá la mano que le dio de comer, sacará el rencor que llevaba adentro y tratará de dañar con extrema crueldad.

Están también los que durante toda su vida no hicieron otra cosa que infestar el espacio por donde se mueven. Aparatosamente procuran intimidar con la perversidad, vileza e iniquidad de sus actos. Son temibles porque encarnan la villanía como forma de imponerse a los demás o simplemente como una manera de supervivencia.

Pero más peligrosos que estos villanos son los que aparentan ser muy buena gente, solidaria y creíble. Los que dicen una cosa y hacen otra. Los que logran vestir su vida con el traje de la simulación. Pues éstos tienen la astucia de engañar y convierten la mentira y la falsedad en un arma letal para el fraude y la traición. Para la intriga y la conspiración. Para la ingratitud y la infamia.

Éstos son los sujetos mediocres que no caben en su inmensa mediocridad. Y por lo mismo viven mordiendo la amargura de la envidia, de la ambición y la codicia. Les molesta el éxito de quienes pueden, la inteligencia de los que poseen talento, en fin una virtud superior.

La ruindad de estos sujetos procede de su complejo de inferioridad.

Las miserias humanas ganan terreno en la sociedad porque existe la confabulación de los infames y perversos. Sus alianzas y redes invaden y penetran los diferentes estratos.

Y avanzan porque la desvergüenza no solo goza de impunidad sino de séquitos.

Pero ninguna sociedad puede elevarse sobre el predominio de la inmoralidad, de las despreciables conductas humanas. La condena de las virtudes a la exclusión social termina por hacer inviable a toda sociedad. De ahí que forzoso es procurar que la humana conducta adquiera carta de ciudadanía y empiece a ganar adeptos, preeminencia en la correlación de las fuerzas sociales.

Pero entonces habrá que darle una dimensión positiva a lo que llamamos "humano". Ya no será la excusa de todos sus vicios. Contrariamente, esa calificación ha de considerar a aquellos valores por los cuales se distingue genuinamente el ser humano y deviene en una especie superior de los que tienen vida.

Humano es amar, y dar testimonio recurrente de amor. Es apreciar al prójimo, sentirlo y quererlo como igual. 

Humano es admirar la belleza, contemplar con inflamante emoción el espléndido paisaje, sobrecogerse ante una obra de arte en la que se hace presente el genio de la imaginación y de la asombrosa creatividad. 

Humano es, y únicamente humano, la búsqueda incesante de la verdad, así como el respeto de su emancipativa validez. Morir y sufrir por la idea del bien, y del bien mismo. Perseguirlo como aquella honrosa destinación que da sentido a la existencia.

Humano es esa incontenida alegría ante la sonrisa de un niño; sufrir su inexplicable desvalidez. Es querer el bien del diminuto pueblo y del gran país, la felicidad de la parte y del todo. Es mirar con doliente visión la pobreza y asumir la esperanza de llegar en rauda carrera a una sociedad justa, de que la justicia existe.

Humano es resistir a la intemperie, buscar el aire, la sombra, el fuego, el movimiento. No morir de asfixia ni de tedio. Allí donde el calor mata, encontrar el árbol, edificar la morada. Donde aburre la soledad, la repetición o la nada, construir amistades, solidaridades firmes. Combatir la monotonía, renovar la vida, cantar la nostalgia de un amanecer distinto, florecerlo en la aurora.

Humano es, "demasiado humano", abrazar la utopía, querer lo mejor para el hombre y la mujer, para todos los hombres y para todas las mujeres, pretender cambiar el mundo. Por tanto, equivale a preferir las virtudes humanas, los valores capaces de ennoblecer sus actos, embellecer su espíritu, dignificar su estirpe.

Hacia esa preferencia es imprescindible avanzar. Cuesta, pero más vale a la sociedad reconocer y reconocerse en la humana conducta antes que naufragar en las miserias humanas. Aprender que lo despreciable no se mantiene mucho tiempo en pie. 

Lo que dura es la solidez de la integridad, su imagen transparente en la cumbre o en llanura. La respuesta confiable y la palabra que antecede sin variar la adusta realidad. 

Lo humano es no quedarse, santiguarse al tiempo. Es avanzar siempre erguido el incierto camino, saltar las quebradas y volver la vista hacia el horizonte perseguido. Saber a golpes del destino que nada es fácil, y que la experiencia enseña que no somos el azote de nadie. 

Por encima de nosotros gobiernan nuestros errores y los aciertos.

Hagamos de la libertad la decisión de elegir bien. Y el bien, razonablemente.

Lo nuestro, lo profundamente humano, es resistir. Y comprender que no somos hijos de la circunstancia, sino señor y padre de la situación. Entonces es posible cambiar la tragedia por la dicha, no aceptar lo que no debería ser, sino solo lo que debe ser.

Esa es la condición humana que en nuestro solar se desplegará. No contribuyamos a su aplazamiento.

En la vida social nos inquieta la angustia por esclarecer la verdad. De ahí abrimos la puerta de las conjeturas y meditamos sin cesar acerca de las conductas humanas. 

Fuente |Última hora

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