La escritora Sil Perez inicia este espacio de difusión con el libro Memorias de los Andes (46 años despúes) de José Luis “Coche” Inciarte Vázquez.
El gran pacto de honor
Espacio de difusión Literario- La escritora Sil Pérez nos presenta la cuarta entrega de fragmentos del libro Memorias de los Andes (46 años despúes) de José Luis “Coche” Inciarte Vázquez.
Columnas - La cima del alma30/09/2022 Sil Pérez
POSDATA Digital Press | Argentina
Por Sil Pérez | Poeta | Escritora | Miembro directivo de SADE (Lomas)
Publicación original:05/06/2019
El gran pacto de honor
Existen ocasiones en que la vida te pide una demostración de amor. Como una mujer hermosa que, ante sus propios encantos, deposita, en el otro, la decisión de elegirla, una vez más. Una maniobra del destino que le recuerde, al tiempo, la virtud de seguir latiendo. Unas manos que cobijen la soledad en las tinieblas del espíritu. Una manta que envuelva, en un abrazo, el alivio de una tristeza. Entonces, como seres pensantes, reflexionamos sobre lo que nos acontece, y despertamos ante el grito de la necesidad. Actuamos conforme a nuestras convicciones y nuestra esencia solidaria. Y atravesamos los puentes de la razón, para arrojarnos sin miedo y sin piedad al imperio mismo de la existencia.
Hoy, en esta entrega de la-cima-del-alma, quiero contar, a los lectores de Posdata Digital Press, y a través del relato del alma sobreviviente, José Luis Inciarte Vázquez, cómo surgió la decisión que cambió definitivamente el rumbo de sus días. Una elección piramidal que dio veredicto a la muerte y libertad absoluta a esa mujer finita que tanto lo seducía: la vida.
Un trato, una liturgia, un obstáculo. Un punto de inflexión, una decisión que debían evaluar con el coraje blindado y con el alma protegida de hombres civilizados. Esa decisión de antropofagia que los determinaría en la historia de la humanidad. Una tragedia donde los únicos sobrevivientes debían alimentarse de los que ya no lo eran.
En ese momento piensas en el cuerpo muerto de tus amigos, que ahí y solo ahí está la proteína que te dará energía para poder seguir viviendo y que, de esa forma, tal vez, podrás cruzar la cordillera en busca de esa vida anterior, ya perdida, que por momentos tanto extrañas. De tanto pensar en eso, llega el momento de compartir tu secreto. ¡Qué impresión te da cuando el otro te dice que está pensando lo mismo desde hace días! Y así, en pequeños grupos al principio, y después en una asamblea general, muchachos de veinte años empiezan a argumentar, desde el punto de vista legal, moral, religioso, teológico y, sobre todo nutricional, la necesidad de alimentarnos de todos de los cuerpos muertos, vacíos de alma.
De manera simultánea, y sin que nadie lo percibiera, fueron aceptando la idea como el único puente que los conduciría hacia el latido continuo, hacia la familia, hacia los amigos, hacia la vida. No existían otros recursos, otras facilidades de alimentación. La zona, totalmente inhóspita y deshabitada de animales; ni siquiera había hierbas que sustentasen la necesidad más vital. Nada, absolutamente nada alrededor. Entonces, y en medio de aquel desierto diáfano, se sorprendieron tratando el tema en una asamblea. Se efectuaron argumentaciones en pro y en contra, como expresiones necesarias para justificar lo inevitable.
Había que defender y honrar la vida que se nos había vuelto a dar. ¡El milagro de estar vivos, cuando la lógica indicaba que todos debíamos estar muertos!
Así, unos rápido y otros más pausadamente, tomamos la decisión de recurrir a los cuerpos para alimentarnos. Fui entonces testigo de un pacto, el pacto más honorable, más digno, de mayor entereza que haya presenciado y vivido jamás, donde los hombres se juraron entregarse uno al otro en caso de muerte, para que el otro viviera. Pacto de entrañable amor entre hombres, amor más allá del sentimiento. Amor en el comportamiento humano, que expresa toda condición humana. De ahí el orgullo que sentí y siento de ser un hombre.
Estos seres se enfrentaron a la necesidad imperiosa de aferrarse a la decisión, como elemento emergente entre la vida y la muerte. Cuenta José Luis Coche que esta fue, sin dudas, la más difícil, la más dura de todas. Y no restan dudas de ello si se piensa que en todo momento se estableció una relación intrínseca entre cuerpos y almas. Cuerpos extinguidos, almas ausentes y, en medio, la prioridad más absoluta e intransferible: la supervivencia.
Porque entre tomar una decisión y ejecutarla existe un espacio enorme como las montañas que nos rodeaban, porque primero tu mano no obedece la orden de tu mente, que debe hacer un esfuerzo sobrehumano y de autoridad para ser obedecida. Luego el proceso se repite cuando tu boca no se abre para meter un pedacito de carne congelada que tu mano por fin tomó y, más tarde aún, otra vez, cuando la garganta se niega a tragarlo.
La actitud, que luego fue determinación, fue gestada en un sentimiento de enorme respeto y gran amor entre todos. Si yo muero, deseo que tú tomes mi cuerpo para seguir viviendo. Como dijo San Juan: «No hay amor más grande que aquel que da su vida por un amigo». Aunque, realmente, nosotros no lo decidimos. Solo cumplimos con el deber que teníamos frente a la vida. ¡De seguir viviéndola! Ellos tampoco eligieron. Ninguno se sacrificó para dar la vida a otro; eso no sucedió. Dios o el destino lo decidió, y esa elección o criterio no puedo saberla ni conocerla. Es un misterio. He pasado cuarenta y seis años de mi vida preguntándomelo, y aún no he llegado a ninguna conclusión. Ni llegaré.
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1º entrega acá: http://bit.ly/2EHCGT9
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ENTREVISTA A José Luis Inciarte Vázquez acá: http://bit.ly/2pMGavs
Próxima entrega: Vida y memoria
Memorias de Los Andes
De José Luis “Coche” Inciarte Vázquez.
Disponible en librerías: Yenny, Casa del Sol y Cúspide.
Los créditos de las imágenes de esta publicación corresponden a los miembros activos del Grupo Re Viven. El Milagro de Los Andes- La tragedia de Los Andes, entre ellos el Lic. Daniel Fernández