
POSDATA Press | Argentina
Un año más había llegado la navidad. Tan en silencio como la nieve cayendo y cubriendo las asfaltadas calles con sus blancuzcos y livianos copos. Sin hacerse notar, tan calladamente, pero puntual a la cita como todos los años. Llama a mi puerta y siempre me encuentra sin estar preparado. La dejo pasar con la puerta entreabierta. Se que de una u otra manera lo hará en todos los hogares de la Tierra, y que oponerse, no serviría de nada, pero al menos, yo Viur, lo intento año tras año. Eso si, sin mucho éxito por mi parte.
—Bueno Cursiva, ¿Qué hacemos hoy? ¿Salimos a dar una vuelta? De paso podemos hacer algunas ompras. El frigorífico comienza a parecer un valle desolado.
««Si no hay mas remedio... haré el esfuerzo de acompañarte. ¿Vas a salir con esa cara de pobre de
pedir?»».
—¿Y cual si no? No tengo otra.
««Al menos podrías afeitarte. Ya estamos prácticamente en Navidad. Se respira en el aire...»».
—¿Afeitarme? Si. Lo haré. Tienes razón, parezco un desarrapado.
««Ja»».
Definitivamente la calle no es mi aliada. Para nada. No solo se respira la Navidad... también se pisotea y se huele. En la panadería ya andaban colocando ese falso suelo rojo delante de la puerta. El muérdago se encontraba expuesto a la vista en sendas macetas a los lados de la entrada, seguramente, a la espera de como dice la leyenda su poder mágico haga que una joven que se encuentre bajo el muérdago no rechace el ser besada. Salió una mujer, difícil decidir si joven o vieja, pues con las ropas que iba ataviada, resultaba arto complicado verle la cara. Se detuvo por unos breves segundos a comprobar lo que imaginé era el tiket de la compra, y acto seguido, se marchó calle abajo, hacia la zona de los bancos. No ha tenido ningún beso apasionado de algún enamorado, así que he pensado, que ella, no se podrá casar al menos durante otro año.
««Qué cosa lo de las leyendas, eh Viur? ¿Crees en ellas?»».
—¿Y como saber si son verdaderas, o parte de una fantasía? Algunas en verdad son curiosas...
—Disculpe ¿Me decía algo?
—No, no... vaya tranquila, mujer .
La mujer que me ha escuchado hablar con Cursiva en voz alta, prosigue su camino, es una de tantas de las que deambulan sin dirección fija a donde encaminar sus pasos, pero que siempre andan atentas a lo que ocurre en el barrio para luego contarlo a las vecinas a su manera.
««Igual son leyendas para que se venda la plantita en cuestión»».
—No lo creas, Cursiva. Esta es la versión romántica del siglo XVIII, dónde el enamorado, tras cada beso, ha de ir arrancando las bayas de la planta, pero la leyenda se remonta realmente al siglo XVII. Se creía según he leído que poseía un poder mágico que daba la vida y que además poseía la característica de traer bajo la cual los enemigos podían declarar la tregua, encontrarse en una zona o territorio protegido, y por otro lado un matrimonio que discutiera podría besarse y hacer las paces, aunque dudo que si estaban enfadados se pusieran de acuerdo para ir a ponerse debajo del muérdago. Pero la que más me gusta es la del dios de la primavera, el hijo de Frigga.
««Para no gustarte la Navidad te veo muy puestito en sus cosas»».
—Herencia familiar, supongo. Ni más ni menos. Mis padres siempre fueron proclives a inundar por estas fechas la casa con toda suerte de elementos navideños, desde el belén, con el nacimiento al completo, los Reyes Magos montados en sus camellos, precedidos de sus pajes y, cómo no, los pastores con sus rebaños de ovejas junto al río de papel de plata. Por supuesto no faltaban nunca luces intermitentes de colores por detrás de las montañas, y unas cartulinas azules con estrellas pegadas haciendo las veces de un firmamento lo más adecuado para la llegada del Mesías.
««Hum... ¿Y que fue del hijo de Frigga? ¿Acaso inventó algún adorno floral navideño?»».
—Pues verás, dice la leyenda que siendo niño Balder, el dios, su madre, la diosa del amor y de labelleza, despertó habiendo soñado el aviso de la muerte de su hijo. Su madre, Frigga, asustada por el mensaje del sueño, reunió y habló a los cuatro elementos y, a todo ser viviente, haciendo que prometieran que nada, ni nadie, le haría daño a su hijo Balder. Pero no lo hizo con todo el mundo...
««Y de seguro que algo fallaría en el último momento o no sería una leyenda. ¿Me equivoco?»».
—Para nada. Llevas razón, Cursiva. Efectivamente, conocedor del hecho, El dios Loki tomó cartas en el asunto, y ni corto ni perezoso se disfrazó de anciana con el fin de averiguar quién era el que no había prometido la petición de Frigga.
««¿Y que fue lo que pasó?¿Lo encontró?»».
—Ciertamente. Verás. Sucedió que el bueno del dios Balder quiso hacer una demostración de su invulnerabilidad. ¿Y que mejor forma se le vino a ocurrir que invitar a todos los dioses al juego de las lanzas, de tal forma que pudieran comprobar todos que nada ni nadie podía hacerle daño.
««Interesante. ¿Y que sucedió?»».
—Bueno, Loki era un experto en el arte de los engaños y las mentiras, así que no quiso dejar aquella oportunidad que se le brindaba para arrebatarle la vida.
««¿Y que hizo?»».
—Elaboró una lanza con punta de muérdago. Eso hizo.
««Supongo que la lanza no llegó a darle y se salvó el tal Balder»».
—Pues no. La profecía se cumplió de esta manera. Nada más morir, las plantas comenzaron a secarse y sucumbir y el planeta a entrar en un terrible y crudo invierno.
««¡Ja! Vaya plan entonces...»».
—Bueno, la cosa no terminó tan mal como parece. Ocurrió que los dioses viendo llorar a Frigga de forma tan desconsolada mientras besaba a su hijo, decidieron devolverle la vida a su hijo, y convertir, en castigo, a la planta en un parásito que dependiese de las otras plantas para poder vivir.
««Que locura, ¿No? Hasta las plantas reciben castigo. Ja»».
—El caso es que el joven y resucitado Balder, como muestra de agradecimiento a su madre, concibió que a partir de ese momento, cada vez que una pareja pasase bajo una rama de muérdago, debería de sellar con un beso su amor y así perpetuarlo para siempre en la Tierra.
J««¿Me das un beso Viur? Perpetuemos así nuestro amor, ¿Quieres? La cara que se te ha puesto. ¡Ja!
Contémplate en el reflejo del escaparate... ¡Qué gracioso estás con esa cara de circunstancias! Hasta los mofletes se te han puesto rojos, mon cherie»».
He tenido suerte por una vez en la vida. Seguramente porque no la buscaba. Me apartaba de mi otro yo reflejado en la luna del escaparate, cuando justo en dónde estaba hacía unos segundos antes ha caído un Papa Noel kamikaze. Un perro, desconocedor de la leyenda del muérdago, orinaba una de las macetas y, asustado, ha salido corriendo, a punto de tirar a una mujer afanada en guardar una barra de pan en su bolsa de plástico. Una madre ha gritado en lo alto de mi cabeza «¿Pero tú eres idiota o que te pasa?», al momento, el llanto de un niño se ha dejado oír. He mirado hacía las ventanas de los pisos más altos. En el tercer piso estaban asomados madre e hijo. Por un momento, había llegado a pensar que la pregunta de si era idiota me la había hecho a mi; no ha sido el caso. No he sabido si el niño lloraba afligido por su perdida del Papá Noel, o dolorido fruto de alguna nalgada bien dada por parte de su madre. En realidad no me importaba nada en absoluto. Ella ha vuelto a dirigirse al niño gritándole: «¡Anda, baja y coge el Papá Noel antes de que te lo quiten! ¡Qué no tenga que repetírtelo! ¿Me oyes lo que te digo?». Una perorata ha seguido a sus palabras, pero ya no se entendía con claridad lo que le decía a pesar de hacerlo siempre con gritos estridentes. Ahora sonaba su aguda voz más apagada y distorsionada por haberse metido dentro de la casa. Era mi oportunidad.
—Te vas a enterar, pequeño diablo rojo con saco.
Pensado y hecho. He recogido del navideño suelo el maldito escalador en busca de chimeneas. Solo la vieja que guardó la barra de pan me ha visto, y mirándome a los ojos, ha asentido en silencio con un leve movimiento de cabeza. Sabía lo que quería hacer y ha consentido convirtiéndose en mi cómplice y aliado fortuito. Tanto sitio en la calle y no encontraba en donde deshacerme de la prueba del delito. He mirado a uno y otro lado, tiendas, negocios, el Deutsche Bank, cafeterías... ¿En dónde lo dejo?
««¡Date prisa o te van a pillar con las manos en la masa!»».
—Llevaba razón Cursiva con su apremio. Al niño los tres pisos que le separaban de la calle, no le llevarían mucho tiempo de bajarlos, y menos si como yo me imaginaba, los bajaría corriendo. Debía de estar apunto de abrir la puerta del patio y salir a la calle. En mi mano el Papá Noel daba la sensación de haber aumentado de peso. De haberme dicho alguien de los que pasaban a mi lado, que arrastraba un cadáver real, les habría creído a pies juntillas. Pesaba cada vez más. Las manos las tenía sudorosas; seguía escuchando la voz de Cursiva una y otra vez «¡Date prisa o te van a pillar con las manos en la masa!», en mi mente ya me parecía escuchar sirenas de coches de policía acercándose a mi encuentro. Me iban a rodear y hacer preso. Sería acusado de atentar contra Papá Noel: «Es un terrorista de la navidad» Temblé sin poder evitarlo. A qué mala hora había dicho de salir de casa
««¡El tráfico!»» —Gritó Cursiva casi a punto de salir de mi cerebro.
—¿El tráfico?
Delante de mí no había vehículos en marcha en ese momento. Me giré rápido a mirar. Una furgoneta sin techo que transportaba material de construcción llegaba en ese momento a mi altura. Fue un acto reflejo. Con toda la fuerza que fui capaz de imprimirle, lo lancé a su interior con total éxito. «Tú no escalarás más edificios en busca de chimeneas, además, aquí no hay —sentencié».
Sentí entonces como alguien tiraba de mi manga con fuerza.
—Disculpe señor, ¿por casualidad ha visto un Papá Noel?
Era el niño del tercer piso. No le había visto ni escuchado salir del patio. No me cabía duda al respecto. Todavía le corrían por el pecoso rostro chorretones de haber estado llorando. Los lagrimones se habían mezclado con la suciedad de su cara y dejado surcos, como si un grupo de caracoles la hubiera recorrido en busca de romero (o tomillo) con que desayunar.
—¿Lo ha visto? —Apremió mi respuesta sin dejar de tirar de la manga de la chaqueta hacia abajo— Se me calló jugando por la ventana hace tan solo un momento.
La anciana se acerca a dónde estamos y se detiene junto a ambos. Inclinándose sobre el niño le toma por los hombros obligándole a mirarla. Se dirige a él con voz seca.
—Si buscas tu muñeco, el que se calló... se lo ha llevado un perro abandonado que estaba aquí mismo. Yo de ti no perdería tiempo en ir a buscarlo. A estas horas ya lo habrá desmembrado, o peor aún, orinado encima como hizo ahí mismo.
El niño la mira, y soltándose de ella, se enjuga con la manga las lágrimas. Sale corriendo sin decir nada.
Me siento aliviado de su mentira. Me ha librado de pasar un mal trago.
—Gracias.
—Conocí a su padre. Un gran hombre. Sentí mucho su muerte. —Su voz es dulce, cariñosa, me resulta
cálida y reconfortante— Márchese antes de que baje su madre. La conozco del mercado. Tiene un puesto de fruta al comienzo de la calle. Apresúrate hijo. ¡Ve!.
El regreso a casa, se me a hecho, como si hiciera un mes que huniera salido de ella. La Navidad nunca me sentó bien. Al menos Cursiva no ha dicho esta boca es mía. Es cosa de agradecer



Viur. capítulo 16: jugando a los parecidos en el parque


Entrevista a Luisa Cámere Quiroz


Febrero 2026, solo en cines.
