Rubén Darío: un barroco sin fronteras

Involuntariamente, una propuesta de un programa radial para hablar de Rubén Darío volvió a despertar mis ganas de escribir poesía...

Opinión - Sin ojos que los miren12/04/2020 Juan Botana
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Lic Juan Botana Por Juan Botana | Lic. en comunicación | Escritor

Involuntariamente, una propuesta de un programa radial para hablar de Rubén Darío volvió a despertar mis ganas de escribir poesía. Tuve que ir a mi biblioteca a husmear un poco para encontrar su libro Canto de vida y esperanza. Y tímidamente me dispuse a leerlo otra vez. Hablar de Rubén Darío es hablar de lo que hubiera querido ser: un poeta, cronista del mundo, periodista, cuyo deseo de una nación hispana aparece en el cruce dramático de dos líneas de fuga: la poesía sin fronteras como herramienta política y la libertad en la escritura al estilo barroco, neobarroco o modernista. Tan cercana a autores como Julián del Casal, José Martí, Amado Nervo, Severo Sarduy, José Lezama Lima y José Asunción Silva. Que mezclaban poesía con crónica con periodismo con canción con narrativa. Que como Rubén Darío me ayudaron a escribir. O los más actuales: Néstor Perlongher, Pedro Lemebel, Carlos Monsivais o Juan Villoro, por citar algunos.

Su poesía sin fronteras, barroca y moderna pasa por dos maneras bien definidas. La primera comprendió sus poemas de juventud: Epístolas y poemas, Abrojos, Rosas Andinas y Rimas; en ellas no se aparta de lo tradicional tanto en la forma como en los motivos, en línea con Cervantes, Cicerón, Góngora o Víctor Hugo. La segunda es la etapa de renovación, señalada por tres hitos literarios: Azul (absolutamente revolucionario para la época), Prosas profanas (que impuso el modernismo) y Canto de vida y esperanza, que es el que estoy leyendo ahora y es el que más me interesa. Por la exaltación de la raza hispánica y su profundo americanismo.

Darío se inicia con una mirada retrospectiva:

“Yo soy aquel que ayer nomás decía

El verso azul y la canción profana…” 

Los veintiocho cuartetos de la composición están destinados a cantar las etapas de la evolución interior que se completa en la nostalgia de la “Canción de otoño en primavera”.

“Juventud, divino tesoro,

¡ya te vas para no volver!

Cuando quiero llorar, no lloro.

Y a veces lloro sin querer”.

Es el instante de su reflexión madura, donde se agudizan sus luchas pagano-cristianas, su angustia de vivir hecha de duda y desencanto. Así, “Spes”, “Amo, Amas”, “Canto de esperanza”, “Dulzura del Ángelus”, son una vuelta a Jesucristo frente a las desilusiones y el desconsuelo de “Ay, triste del que un día…”,  y “A Phocás el campesino”. A veces se endulza el camino con las vagas ilusiones que despierta la lectura del optimista “Un soneto a Cervantes” para caer nuevamente en la duda del incierto más allá en “Nocturno” y “Lo fatal”.

Así el paganismo de Azul y de Prosas profanas, como supervivencia del influjo parnasiano o pos romántico francés, tiene su expresión en “Caracol”, “Cleopongo y Heliodemo”, y “Helios”. Y es esa misma influencia la que le dicta el friso de “Marcha triunfal”, donde a las visiones pictóricas se unen las onomatopeyas de perfectos ritmos musicales, que empieza con:

“¡Ya viene el cortejo!… 

“y el odio y la muerte por ser de la patria inmortal,

¡saludan con voces de bronce las trompas de guerra

que tocan

la marcha triunfal!...

Uno de los temas predilectos de Darío, el del cisne, ha inspirado varias composiciones y adquiere distintos simbolismos a través de toda la obra rubeniana. El cisne fue cantado por los autores grecolatinos como personificación de la luz y la armonía, por lo que aparece ligado al mito de Apolo. Está también en la decoración heráldica y en los mitos de la Edad Media, que orquestó Wagner. Pero en Cantos de vida y Esperanza se tornan solemnes y Darío les adjudica valor profético en el poema que dedicó a Juan Ramón Jímenez. 

“Qué signo hacés, oh Cisne, que tu encorvado cuello

al paso de los tristes y errantes soñadores?

¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,

tiránico a las aguas e impasible a las flores?”

Con lo que América y España, que habían estado ausentes en sus libros anteriores, aparecen exaltadas; una, libre y unida para hacer frente al poderío de hombres de otra raza que la dominan por el norte; otra en el recuerdo de sus virtudes y sus glorias; así las ensalza en la primera composición de “Los cisnes”, “Cyrano en España”, “Retratos”, en los sonetos reunidos bajo el nombre de “Trébol”, en “Salutación del optimista”, y en “A Roosevelt” con:

“¡Es con voz de La Biblia, con versos de Walt Whitman

que habría que llegar hasta ti, Cazador!

¡Primitivo y moderno, sencillo y complicado,

con un algo de Washington y cuatro de Nemrod.

Eres los Estados Unidos,

eres el futuro invasor

de la América ingenua que tiene sangre indígena,

que aún reza a Jesucristo y aún habla en español”.

Y en ese “aún” me quedo como postura política; y en su versificación que provoca fugas, donde la aguda sensibilidad musical de Rubén Darío creó nuevas combinaciones métricas cuando aclara: “Mi verso ha nacido siempre con su cuerpo y su alma, y no le he aplicado ninguna clase de ortopedia”.


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