El hombre que compraba tiempo (parte final)

Y llegó el desenlace de una historia que el tiempo se llevó...

El Arca de Luis 13/08/2020 Luis García Orihuela
EL HOMBRE QUE COMPRABA TIEMPO (Final)
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 POSDATA Digital Press | Argentina 

Luis García Orihuela

 Por Luis García Orihuela  | Escritor | Poeta | Dibujante

Pasé la noche y parte de la mañana del día siguiente rebuscando cualquier recurso legal con el que poder obligarle a Némsi a dejar las cosas como estaban antes de su propuesta. 

Libros de leyes a uno y otro lado  de la mesa, sentencias que sentaban jurisprudencia en algunos casos, eran testigos mudos de mi total fracaso y decepción. Entre taza y taza de café, recorría a grandes pasos el despacho en espera de que me llegara algún tipo de inspiración divina o incluso un hada con una barita mágica que diera al traste con todos mis problemas. Nadie podía estar preparado para una cosa así, y yo no era desde luego una excepción a la regla.

Decidí salir con tiempo de sobra para llegar hasta el punto acordado donde habíamos quedado en encontrarnos. Quizás, si hablaba antes con Némsi, yo solo, pudiera hacerle entender la necesidad moral de restituirle a Pietro lo que le pertenecía por ley divina. Siempre había leído libros y visto en salas de cine, los cuentos y leyendas en los que alguien vendía su alma al diablo. Así recordaba ahora al doctor Fausto, de Goethe y su diablo Mefistófeles, con quien pactaba aceptar dar su alma al diablo, si este a cambio era capaz de proveerle de todos aquellos placeres de la vida humana, estipulando las condiciones en que podría dejar de vivir eternamente. ¿Acaso esto era algo parecido? ¿Quién había intentado engañar a quién?

Aparqué mi coche a apenas una decena de metros de donde dejara la furgoneta, el día antes, resguardada de la lluvia bajo los frondosos árboles. Dentro permanecía quien se había encargado de vigilar en mi ausencia y al que más de un favor le debía. Toqué un par de golpes a la puerta con los nudillos y accedí al interior.

 —Hola Carlos, ¿Alguna novedad? He decidido hablar con él antes de que llegue mi cliente.

—El amigo sigue arriba. No ha salido para nada o le habría visto. Desde aquí se ve que tiene la luz encendida. 

 —¿Ha entrado alguien? ¿Alguna visita?

 —Hace unos minutos lo hizo un anciano. No pude verle bien porque iba encorvado. Llevaba una maleta de esas negras con doble cierre...

 —¡Llama a la policía! ¡Date prisa!

 Pasé corriendo como mejor pude la verja de la entrada y dejando las dos columnas que tenía a los lados, subí decidido la docena de escalones que me separaban de la puerta principal. Estaba entornada, medio oculta por el toldo a rayas que la cubría de las inclemencias del tiempo y del sol. Cuando llegué a la parte más alta me encontré dentro de la estancia a Pietro Némsi  agonizante, y a Dimitri muerto a su lado, con la boca abierta en un rictus de dolor y agarrando con su mano derecha lo que deduje debía de ser la máquina culpable de todos sus males, y quizás, su propia muerte, pues a la vista no se veía arma alguna que justificara la situación en que se encontraban. Némsi hizo un gesto con la mano como de querer decirme algo y me acerqué a donde estaba. Susurraba palabras, frases que no conseguía entender más que alguna cosa aquí y allá; lo justo para darme cuenta de lo que había pasado momentos antes de mi llegada. Mientras le prestaba atención a todo cuanto decía, fui testigo de un hecho espectacular. El joven Némsi, fue gradualmente perdiendo su lozana juventud y haciéndose más y más viejo mientras le duró aire que respirar. Ya cadavérico, conseguí soltarme de la mano  que me agarraba por el antebrazo y que ahora era casi esquelética. Antes de girar mi rostro, ya presentí lo que iba a ver. Dimitri ahora era la viva imagen que me enseñara en su permiso de circulación.

Afuera, en la calle,  comenzaron a oírse las primeras sirenas acercándose al lugar. No lo pensé dos veces, agarré la maleta, la “extraña PDA” y salí más rápido que había entrado.

Carlos, cuando salí a la calle había desaparecido. Siempre he pensado en estos años que debió de llamar a la policía y entrarle miedo de tener problemas al momento de hacerlo. Se había llevado la furgoneta y supe al día siguiente la había devuelto a la casa de alquiler a primera hora de la mañana. Yo, terminaba de sacar mi coche cuando vi llegar a dos unidades policiales.

Seguí curioso las noticias durante días, en busca de alguna pista publicada sobre el suceso, pero solo le dedicaron los periódicos unas pocas líneas y ahí terminó todo. Nunca me relacionaron con ellos y aún de haberlo hecho, no tuve nada que ver con sus muertes.

Estos años he vivido holgadamente gracias al contenido de la maleta, y todas las noches después de cenar, observaba la máquina de Némsi. Hoy creo que aunque no sé que es lo que la hace funcionar, si he deducido como funciona. La idea de usarla, consigue anular cualquier otro pensamiento que pugne por formarse en mi mente, volviéndome loco al contemplar su palpitante círculo rojo.

 


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