La integridad como un valor
La integridad, sin duda, sigue siendo un valor indispensable y en peligro de extinción.
Columnas - Mar abierto02/10/2020 Tania A. Ramos GonzálezPOSDATA Digital Press | Argentina
Cuando se habla de valores, casi siempre uno escoge aquel que le parece más afín o del que tiene mucho aún que aprender. Este escrito no intenta, de ninguna manera, dar consejos de moral ni ética, sino estudiar los juegos semánticos o metafóricos de las palabras dado su comportamiento social y el impacto discursivo que tienen. Un buen ejemplo de esto lo exhiben las palabras “íntegro” e “integridad”, pues se puede observar en textos escritos cómo a través de los siglos el uso de una u otra ha variado en frecuencia. Por esto, propondré algunas razones por las que creo que se produce ese cambio.
Es obvio que con las palabras reflejamos también quiénes somos o quiénes estamos siendo. La selección de “íntegro” e “integridad” nace de la necesidad de entender en qué lugar del tiempo han quedado sus significados. Creo que es importante rescatarlas del espacio rígido e inmóvil en el que parecen haber caído para darles movilidad y plenitud a través de nuestros actos.
La palabra “íntegro” provienen del latín intĕger y etimológicamente quiere decir lo “intacto”, lo “puro”. La definición del Diccionario de la lengua española (DLE) presenta dos acepciones: que no carece de ninguna de sus partes (definición que coincide con el Nuevo tesoro lexicográfico del español: “entero, completo y que no le falta nada en su línea”) y dicho de una persona recta, proba, intachable.
El término “íntegro” se registra por primera vez en textos del siglo XIII (1250) en España. De hecho, en Enclave, entre los datos que provee de Frecuencia de uso en textos seleccionados, muestra que la palabra “íntegro” no se documenta hasta el siglo XIII, no se registra en el siglo XV y vuelve a aparecer en el siglo XVI hasta nuestros días, alcanzando su mayor frecuencia de uso en el siglo XX y mermando considerablemente en lo que va del siglo XXI. Sin embargo, el sustantivo “integridad” del latín integrĭtas, -ātis, que es la ‘cualidad de íntegro’, aparece registrada antes que íntegro en textos españoles de 1236. Esta presenta una frecuencia de uso parecida a la de la palabra “íntegro”, aunque no idéntica, pues, por el contrario, ha aumentado su uso considerablemente en lo poco que va de este siglo XXI.
Al trazar la ruta histórica mediante la frecuencia de uso de ambas palabras, me parece pertinente observar si hay alguna correspondencia entre la política pública e internacional de los últimos siglos que aporte al aumento o disminución en el uso de estas.
Aunque habría que hacer una estimación y proyección entre la evidencia encontrada del uso de la palabra “íntegro” en el siglo XX (11.5 casos por millón de palabras) y los menos de veinte años que lleva el siglo XXI (4.6 casos por millón de palabras), el simple hecho de que se use con tanta frecuencia me obliga a cuestionar y repensar el por qué el uso frecuencial de una sobre la otra.
Un repaso de algunos hechos históricos trascendentales me plantea las siguientes preguntas: ¿qué acontecimientos han producido la proliferación del uso de la palabra “íntegro” en el siglo XX y su aparente menoscabo durante estos primeros años del siglo XXI?, ¿por qué aumentó el uso de la palabra “integridad” en el siglo XVIII, disminuyó en el XIX y aumentó vertiginosamente en el siglo XX y lo que va del XXI?
Las sutilezas semánticas que plantean ambos términos, aquí también valores, pueden crear ciertas distinciones e interpretaciones significativas. Por eso, es importante observarlas. “Ser íntegro” pudiera interpretarse como una decisión individual, un compromiso voluntario de hacer las cosas correctamente, no olvidemos que es un adjetivo, por lo que va a calificar y a determinar a un sujeto, versus “la integridad” que puede ser interpretada como una cualidad que le pertenece a otro y no al sujeto actante, un atributo o condición que debe tener un ente exterior (empresas, gobiernos…). Repasemos muy brevemente algunos acontecimientos que pudieran haber servido de motor para el uso significativo de estas dos palabras.
La separación entre Iglesia y Estado se consolida durante el siglo XVIII, periodo de la Ilustración. Aunque se sabe que esa idea comienza a surgir desde el Renacimiento, con el Humanismo, no es hasta el siglo XVIII que se fortalece con el surgimiento de la república. Cuando los gobiernos son asunto público (secular), los que lo conforman tienen que ser íntegros y honestos para que funcionen. Es decir, la secularización exige integridad como un principio para establecer el buen gobierno. Por tanto, es lógico que la palabra “integridad” tenga un aumento de frecuencia de uso durante ese periodo.
Por otro lado, es preciso recordar que a principios del siglo XX comienza la experimentación sistemáticamente con miles de seres humanos por parte de militares (británicos, estadounidenses, alemanes y otros) en programas de investigación para lo que es la guerra química y bacteriológica. Recordemos los experimentos de los médicos nazis, los experimentos de radiación humana durante la Guerra Fría, entre otros. La experimentación con humanos no se empleó solamente en Inglaterra, Estados Unidos y Alemania, sino que, muchos otros países, incluyendo Puerto Rico, también la utilizaron. En Puerto Rico, por ejemplo, existen los “estudios” del doctor y científico estadounidense Cornelius P. Rhoads, quien al “investigar” sobre la anemia en la isla (1930) les inyectó células cancerígenas y elementos radiactivos a los anémicos para estudiar los efectos de estos químicos en seres humanos, o la experimentación con la píldora anticonceptiva en puertorriqueñas a principios de los sesenta (1960), sin que estas supieran lo que estaban usando, o la experimentación con el “agente naranja” utilizado en varios bosques de la isla (1963-1965). La lista es larga, pero todo esto pone de relieve la falta de integridad de los gobiernos o Estados para con sus habitantes.
Estos programas de experimentación con humanos pusieron en tela de juicio, no tan solo la integridad de las personas que prestaron sus servicios y las autoridades que los financiaron, sino que faltaron a la integridad de los sujetos que fueron sometidos a estos experimentos. Con el surgimiento de la Junta de Revisión Institucional en Estados Unidos, IRB por sus siglas en inglés, también conocida como la Comisión de Ética Independiente, comenzó una revisión formal de los protocolos para las investigaciones con humanos. Este organismo, a partir de las nuevas leyes (Ley de Investigación Nacional en 1974 y el Informe de Belmont que describían los principios éticos que debían regir las investigaciones con sujetos humanos), se limitó a aprobar las investigaciones en la que los riesgos para los sujetos fueran menores y que, a su vez, potenciaran beneficios para la sociedad.
Es evidente que ante tantos abusos cometidos institucionalmente contra humanos se enjuiciaran a científicos y a militares, y que los gobiernos modificaran, por lo menos a nivel jurídico, su política pública. Esta podría ser una de muchas razones lógicas del incremento en frecuencia de uso de la palabra “íntegro” para esta época.
Asimismo, a nivel laboral, durante el siglo XX las organizaciones y empresas establecieron códigos de ética y normas de conducta que incluían la ‘integridad’ como un principio ético y un valor que les garantizara, no tan solo el comportamiento apropiado de sus empleados, sino la segura obtención de ganancias. Por ejemplo, a principios del siglo XX, el fundador de la compañía Ford Motor Company, Henry Ford, denominado también el “padre” de las cadenas de producción y a quien se le atribuye el fordismo, cambió, según sus mejores intereses, la forma de contratar a los trabajadores a través de un programa revolucionario para su época. Su sistema, en un sentido, puso en debate la idea de integridad e íntegro en el espacio laboral. Su programa redujo la jornada laboral de 9 a 8 horas diarias y aumentó el salario mínimo al doble de lo establecido en ese momento. De esta forma, reclutaba a los trabajadores más competentes y les mejoraba el nivel de vida, hecho que aumentaba, sin duda, su eficiencia y productividad. El aumento en salario significó para Ford “compartir” los beneficios de su empresa con sus trabajadores y, a su vez, mover la economía. Además, implementó algunas reglas éticas, otras no, que aún hoy día permanecen en la mayoría de los trabajos: no beber, no jugar; pero tampoco formar sindicatos. De todo su legado, hay una frase paradigmática, la cual usó para la línea de producción y que es aplicable, no solo para obtener ciertas garantías en el espacio laboral de honestidad y compromiso, sino que puede fácilmente aplicarse a otros ámbitos de la vida:
“Calidad significa hacer lo correcto cuando nadie está mirando”.
En el caso de Ford, era necesario que los trabajadores cumplieran con la encomienda, aun cuando el ojo del jefe no estuviera presente para garantizar la productividad en beneficio de todos.
Esta visión, en gran medida, propició el hecho de que en los noventa surgiera el boom de la “Gerencia de calidad total” (Total Quality Management -TQM-) propulsada por William E. Deming, Joseph M. Juran y Phillip B. Crosby, que fomentaba la mejoría continua de la organización y el involucramiento de todos sus miembros, centrándose en la satisfacción del cliente. Obviamente, esto también aporta a la gestación de una ética laboral consolidada en la que el principio de integridad es fundamental.
En España, la investigadora Carolina Mayor Sánchez, afirma que las empresas del Ibex35 están muy preocupadas por la implementación de los códigos éticos: “El fraude, la corrupción y el soborno, la malversación de fondos y el procedimiento sobre entrega y aceptación de regalos son algunas de las conductas que más preocupan a las empresas” (Mayor Sánchez, 40). Además, sabemos que muchas profesiones, como la medicina y la psicología, los corredores de inversiones y los comerciantes, entre otros, se tienen que regir por el principio de integridad para poder ejercer su profesión.
Ser íntegro implica que cada ser humano tenga el compromiso personal de serlo, hacer las cosas correctamente y con cuidado cuando nadie nos está observando e inclusive procurar el bien ajeno aún a costa del propio (altruismo). Es obvio que estas NO son cualidades que se destaquen en lo que va de este siglo (XXI). Aunque cada siglo tiene sus encantos y desencantos, el que nos compete, ha olvidado su palabra y en su lugar ha dado paso a su revés: la corrupción y la deshonestidad. No porque no haya existido antes, solo basta con mirar la historia para encontrarla (las dinastías, la monarquía, el despotismo ilustrado, los imperios, a Maquiavelo y los Médici, entre otros), allí también faltó integridad, sino que con un vistazo ante los últimos acontecimientos a nivel político en Estados Unidos y en Europa, por nombrar algunas regiones, podríamos entender el porqué de la degradación de la palabra “íntegro” en la actualidad.
Hay quienes dicen que la palabra engendra la cosa, puede ser a nivel simbólico; pero lo cierto es que las palabras pueden convocar los actos. Por esto, hacer una buena selección de las palabras en la construcción de nuestro discurso diario, ya sea en el trabajo, con la familia, en nuestra vida, reconociendo su sentido metafórico (Paul Ricoeur), nos ayuda a centrar las ideas y también a ser mejores seres humanos. No copiarse en una prueba, no mentir en el espacio laboral, pensar y hacer el bien común es tarea de todos. Las palabras no nos obligan a actuar; están ahí, son bastiones, templos sagrados a los que acudir para comunicar nuestras emociones y pensamientos, para convocarnos a hacer muchas cosas, como el bien. Una vez se originan, usarlas es una forma de no perderlas. Habrá que rescatar la palabra “íntegro” y devolvérsela a la tribu, como diría Mallarmé. Habrá que hacer un mejor uso de ella y mostrarlo sin reparo, con nuestros actos.
Referencia:
Gómez Rodríguez, Rafael Ángel. “Integridad”. Cuadernos de Bioética XXV 1ª (2014): 123-128.
En http://aebioetica.org/revistas/2014/25/83/123.pdf
Mayor Sánchez, Carolina. “Evaluación del comportamiento íntegro y de la percepción de la integridad del líder en el trabajo” (Tesis doctoral), Cataluña: Universitat Rovira i Virgili, 2014.
En https://www.tdx.cat/bitstream/handle/10803/145867/TESIS?sequence=1
Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española. Nuevo tesoro lexicográfico del español. En http://ntlle.rae.es/ntlle/SrvltGUILoginNtlle
Real Academia Española. Diccionario de la lengua española. 23.ª ed. Madrid: Espasa, 2014.
En http://www.rae.es/obras-academicas/diccionarios/diccionario-de-la-lengua-espanola
Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española, Diccionario panhispánico de dudas. Madrid: Santillana, 2005.
En http://www.rae.es/obras-academicas/diccionarios/diccionario-panhispanico-de-dudas
Diccionario esencial de la lengua española. Madrid: Espasa, 2006.
En http://www.rae.es/obras-academicas/diccionarios/diccionario-esencial-de-la-lengua-espanola
Segundo poemario de Tania Anaid Ramos González, AZULA.