El misterio de la muerte de Leonardo Da Vinci

Está realmente enterrado en su tumba?, ¿murió en brazos del rey Francisco I, su último mecenas, como cuenta la Historia?. Aquí te lo contamos.

Informe02/05/2021CVA  Producciones IntegralesCVA Producciones Integrales
  
La tumba de Leonardo, en la capilla del castillo de Amboise. GETTY

POSDATA Digital Press | Argentina

Hace un día espléndido en esta mañana de verano. El castillo de Amboise acaba de abrir sus puertas y estoy solo ante la tumba de Leonardo. En la bella capilla de estilo gótico flamígero levantada en 1493 en honor de San Huberto, patrón de los cazadores. Las vidrieras convierten la luz en un juego de colores. En el suelo, una losa de mármol, con un medallón de bronce y la inscripción Leonardo da Vinci, colocadas en 2004. Al fondo, en una esquina un ramo de lirios blancos.

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Crédito:El Confidencial

Aquí mismo, 2 de mayo, a más de 500 años de la muerte del genio del Renacimiento, se recogieron los presidentes de Francia, Emmanuel Macron, e Italia, Sergio Mattarella, escenificando las buenas relaciones de ambos países cuyos gobiernos están a la greña, incluso por la conmemoración de Leonardo.

Un momento. ¿Está aquí sepultado Da Vinci? Puede...

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Imagen de las sepulturas que Dalí construyó en el Castillo de Púbol. La de la izquierda sería la suya, mientras que la de la derecha es la que ocupa hoy su mujer Gala - abc

El 23 de abril de 1519, Leonardo había dictado testamento ante Guillaume Boureau, notario de Amboise: «Sean celebradas en la iglesia de Saint Florentin tres misas solemnes con diácono y subdiácono; y en el día se dirán treinta misas gregorianas y sin canto».

La abadía de Saint Florentin, un edificio románico del XI, estaba en lo que hoy son los cuidados jardines del castillo. Aquí fue enterrado Da Vinci. Pero, durante las guerras de religión, la cripta fue saqueada y las tumbas, profanadas. Un busto de mármol blanco de Leonardo enmarcado por un seto señala hoy el lugar preciso.

El templo fue demolido en 1806. Casi 60 años después, Arsène de Houssaye, inspector de museos provinciales, que se labró una reputación de «historiador novelero» se propuso localizar la tumba de Leonardo. Le asistieron en sus excavaciones el intendente de palacio, un pintor de escenas históricas y un inspector de Bellas Artes. Movidos todos por el espíritu romántico de la época.

Encontraron ocho sepulturas. En una de ellas, había un esqueleto de un varón de 1,77 m., vestigios de barba y cabellos blancos con los pies orientados hacia el altar mayor, lo que indicaba que se trataba de un laico. Leonardo era alto y murió a los 67, muy viejo para su siglo.

Pero hay otros dos indicios interesantes. El esqueleto tenía la mano derecha detrás de la nuca. Leonardo había recibido, en el Clos Lucé, aquí abajo donde vivía, la visita del cardenal Luis de Aragón, al que había conocido en Roma. Entre el séquito de más de 40 personas del príncipe de la iglesia estaba su capellán y secretario, Antonio de Beatis. Éste anotó en su diario: «Debido a una parálisis de la mano derecha, ya no cabe esperar de él ninguna obra maestra (...) Leonardo ya no es capaz de pintar con la delicadeza que le era propia, sigue dibujando y enseñando». Leonardo era zurdo, pero su testimonio es uno de los que avalan la tesis del arqueólogo aficionado.

También otras reliquias: un escudo de plata con la efigie de Francisco I lampiño, que corresponde a la época en que se frecuentaban, y una piedra con la mención grabada de San Lucas, patrón de los artistas.

¿Leonardo? ¿Quién si no? El cráneo con ocho dientes y otros 13 huesos se llevaron a París en una caja de plomo, fueron mostrados a Napoleón III y, en 1874 sepultados en la capilla de San Huberto. «En resumen, no tenemos pruebas irrefutables», declaró el director del castillo, Jean Louis Sureau.

Para salir de dudas habría que hacer un estudio de ADN. Dado que el artista no tuvo hijos, el Projet Leonardo ha identificado en Italia a 35 descendientes vivos del padre del artista, Piero, notario destacado, que dejó embarazada a una campesina de 16 años, meses antes de casarse con otra. Pero nadie ha tomado la iniciativa aún.

Volvemos a 1519. La muerte de Leonardo, el nacimiento de un mito. Así se titula la interesante exposición que traza el recorrido de una de las grandes fake news de la Historia. No vayan a creer que la manipulación es un invento de nuestros días.

Habiéndose levantado el rey y cogido su cabeza para socorrerle y mostarle su favor a fin de aliviar su mal, que su divino espíritu, sabiendo que no podía obtener mayor honor, expiró

GIORGI VASARI, 'NOTARIO' DE LEONARDO

Giorgio Vasari publicó en 1550 la primera edición de su célebre Vite de più eccelenti architetti, pittori er scultori italiani..., libro seminal en el que se empleó el término Renacimiento por primera vez. En el capítulo dedicado a Da Vinci narra sus últimos momentos, postrado en su lecho del Clos Lucé. El rey Francisco I, su protector, «que tenía por costumbre visitarle», se acerca a la cama. Leonardo se incorpora...

«Le sobrevino entonces un paroxismo, mensajero de la muerte. Y fue así, habiéndose levantado el rey y cogido su cabeza para socorrerle y mostarle su favor a fin de aliviar su mal, que su divino espíritu, sabiendo que no podía obtener mayor honor, expiró en brazos del rey».

Vasari retocó algún detalle religioso sobre la defunción de Leonardo en su edición de 1568, pero dejó intacto el relato del fallecimiento. De esta fuente, tan ilustre como indocumentada, bebieron numerosos autores.

Así llegamos a 1781, cuando el pintor François Guillaume Ménageot presentó su gran lienzo con Leonardo muriendo en brazos de Francisco I. Éxito total en el Salón del Louvre. Diderot lo encontró «muy bello, con un color sorprendente». Luis XVI pagó 4.000 libras y mandó el cuadro al taller de Gobelins para que tejieran un tapiz de la serie Historia de Francia, «interesante a la vez para la nación y las costumbres». El relato, diríamos hoy, era la monarquía magnánima, protectora de las artes.

Sólo que era falso. Porque aquel 2 de mayo de 1519 el rey estaba en otro castillo, Saint Germain en Laye, festejando el nacimiento del segundo hijo que acababa de tener con su primera esposa, la reina Claudia.

Fue Francesco Melzi, hijo de una familia noble de Milán, secretario personal y escribiente de Leonardo, quien se desplazó desde Amboise para informar al rey. Francisco I se echó a llorar al saber la noticia. Eso al menos contó Melzi en la carta a los hermanos del pintor que envió el 1 de junio de 1519...

Y que publicó Stendhal en su Historia de la pintura en Italia en 1817. Por entonces, Jean Auguste Dominique Ingres se había instalado en Roma. Buscaba nueva clientela tras la caída de Napoleón. «Vivo al día», escribió en una carta en 1818, «agobiado por las deudas, en un mal momento en el que no puedo vender ni un cuadro».

Encontró un cliente, el embajador de Francia ante la Santa Sede, el conde Pierre de Blacas. Además de varios encargos oficiales, le pidió dos obras de tema histórico para su colección personal: Enrique IV recibiendo al embajador de España y La muerte de Leonardo de Vinci en los brazos de Francisco I...

Y, así, el mito, reproducido en grabados una y otra vez, sobrevivió a la verdad durante el siglo XIX.

«La imagen del autor de La Gioconda, uno de los mayores genios de la creación, revaloriza al Estado mecenas. Esto continuó durante la República, que ve en la escena una alegoría de la buena relación entre el orden y la creación», declaró a Le Figaro el director del castillo. Las fake news tienen la piel dura.

François Saint Bris, elegante de espíritu y maneras, nos guía por el Clos Lucé, propiedad de su familia desde 1854. «Esto era un camino de ronda, que fue cubierto en el Renacimiento. Donde están ustedes ahora se colocaba el rey y la corte. Abajo, a la entrada del chateau, Leonardo organizaba funciones para el rey».

El Clos Lucé no es propiamente un castillo. Es una casa solariega de ladrillo y piedra que los reyes utilizaban para su solaz. Aquí jugó de niño el duque de Angulema antes de acceder al trono como Francisco I. Su hermana, la muy culta Margarita de Navarra, escribió aquí los cuentos del Heptamerón. Y aquí instaló el rey a Leonardo, en una muestra de afecto más. Le cedió casa, jardines y caballos, le dió título de «primer pintor, ingeniero y arquitecto del rey», un dinero considerable como anticipo (2.000 escudos de oro) y encomendó su cuidado a Mathurine, que había sido su cocinera en su noble infancia.

Testamento aparte, lo último que escribió Leonardo en sus cuadernos fue «Perché la minestra si fredda» («Porque la sopa se enfría»). Con la mano izquierda y en caligrafía especular (para ser leída en un espejo). En una página en la que dibujó cuatro triángulos rectángulos con bases de diferentes longitudes dentro de los cuales inscribió un rectángulo. Un acertijo de áreas que ya estudió Euclides. Lo cuenta Walter Isaacson en su sabrosa biografía. Remató la explicación con un «etcétera» y la frase. Le esperaban para cenar.

Nuestro anfitrión nos guía con premura. La habitación del primer piso donde murió Leonardo, el estudio, su gabinete, las máquinas construidas a partir de sus apuntes en el sótano. Todo está impecable y los visitantes se agolpan. Todo es una reconstrucción. Ningún mueble fue de Leonardo. Y el pasadizo que comunica con el castillo nunca fue utilizado por el rey en sus asiduas visitas al artista. Es una leyenda. El túnel sirvió en otras épocas para que los soberanos visitaran a sus amantes, eso sí.

Las prisas del señor de la casa están justificadas. Quiere que veamos el tapiz de La última cena que se exhibe aquí temporalmente. Pertenece al Vaticano y, tras una minuciosa restauración de 14 meses, luce sus brillos de oro y seda. No se sabe dónde se tejió, probablemente en Flandes, ni dónde está el cartón que sirvió de guía a los hilanderos, ni si se copió del fresco de Milán.

Sí hay certeza de que está en El Vaticano desde 1533: Francisco I se lo regaló al Papa Clemente VII, que celebró la boda de su hijo (Enrique II) con la sobrina del Pontífice, Catalina de Medicis. Se realizó entre 1515 y 1519. Es, por tanto, una de las primeras copias del fresco milanés de Leonardo.

Aporta dos detalles. Uno, los pies de Jesucristo, desaparecidos del fresco de Santa Maria delle Grazie cuando los dominicos abrieron una puerta a su refectorio. Y dos, da una idea fidedigna de los colores del original que, a fuer de restauraciones, sólo conservaría un cuarto de los pigmentos originales.

Más o menos del mismo tamaño que el fresco (9,13 x 5,15 m.) pero con una diferencia sustancial, el fondo. En lugar de las tres ventanas que evocan el Calvario, en el tapiz hay una balaustrada a través de la que se ve el paisaje y el cielo.

La última cena es esencial para entender el fichaje de Leonardo por la monarquía francesa. El predecesor de Francisco, su suegro, Luis XII, pensó traerse el original cuando conquistó Milán. No pudo, obviamente porque es un fresco. Cuando Francisco I reconquistó Milán a los Sforza, optó por contratar al artista.

En 1516, a lomos de una mula, cruzó los Alpes. Viajaba con un secretario, un sirviente, 'La Gioconda' y 'La virgen, El niño Jesús' y 'Santa Ana'
El rey tenía 21 años; Leonardo, 64. Gracias a su culta madre, Luisa de Saboya, era un rey cultivado: aprendió español, italiano, y se manejaba en hebreo y latín; se interesaba por las ciencias, la poesía y la música. Leonardo, derrotados los Sforza, necesitaba un patrón que no le abrumara con exigencias productivas.

Y así, en 1516, a lomos de una mula, cruzó los Alpes. Viajaba con una escolta militar francesa y seguramente hizo parte del camino navegando por el Saona y el Loira. Le acompañaban su secretario Melzi y su nuevo y joven sirviente, Battista de Vilanis... y los cuadros de La Gioconda, La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana y el San Juan Bautista.

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«La última cena» (1495-1498)-Crédito:WArte

Leonardo dibujó pero no pintó más cuadros en Francia. Retocó la cara y los paños azules del lado izquierdo de Santa Ana... ¿Y qué hacía Leonardo en el Clos Lucé? Hablar con el rey. Como maestro y alumno, Leonardo satisfacía la curiosidad intelectual de Francisco. El artista le organizaba funciones. Entre ellas, La fiesta del paraíso, un remake de la representación que había diseñado en Milán 30 años antes. Una superproducción nocturna «iluminada por 400 candelabros, el patio cubierto de sábanas azules con estrellas doradas y los actores disfrazados de planetas», en relato de un embajador que asistió al evento.

Todo eso y proyectar juntos un complejo palaciego nuevo, una ciudad ex novo que Leonardo esbozó en su cuaderno. Iba a construirse en Romorantin, a 80 km de Amboise, lugar que el rey y su primer arquitecto visitaron juntos. Una utopía donde «debería haber fuentes en cada plaza, cuatro molinos donde el agua entra en la ciudad y cuatro a la salida», escribió Leonardo.

Entonces, en 1519, murió Leonardo. El rey abandonó el proyecto y, a medio camino entre Amboise y Romorantin, donde el terreno era menos pantanoso, decidió levantar el castillo de Chambord.

Fuente:El Mundo.es

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