Howard Carter habló en ABC de su famoso descubrimiento de la tumba de Tutankamón

El célebre egiptólogo mantuvo una larga conversación con un redactor de este diario durante su primera visita a España en 1924, que extractamos a continuación

Ciencia - ARQUEOLOGÍA 21/08/2021 CVA  Producciones Integrales CVA Producciones Integrales
Fuente:ABC

POSDATA Digitl Press | Argentina

Estamos en el palacio de Liria, la señorial morada del duque de Alba, a cuya amabilidad debemos haber llegado fácilmente hasta Mr. Carter, y ofrecer ahora como próximo recuerdo de su reciente visita a Madrid estas impresiones de la interesante conversación en la que el famoso egiptólogo nos obsequió con nuevos pormenores de su descubrimiento y encantadores motivos personales.

 La entrevista en 1924 - ABC

El aspecto de nuestro ilustre interlocutor no delata con segura evidencia su nacionalidad británica. Tampoco su profesión. (...) La figura del descubridor de Tut-Ankh-Amen (Tutankamón) se ajusta más bien a ese tipo medio indeciso entre los países latinos... pero hay en su fisonomía otros matices de significación sutil y representativa. ¿Sugestión, mimetismo del ambiente faraónico, misterios fisonómicos? El rostro del descubridor

 de Tut-Ankh-Amen nos parece a nosotros un poco egipcio. Una indefinible alusión egipcia pugna por hacerse visible en su rostro europeo. Quedan aún dos rasgos expresivos, profundos: los ojos cansados, de mirada interior, lejana, de investigador y de estudioso, y la palidez. Una palidez de arqueólogo, de hombre sumido en la profundidad material de las excavaciones tanto como en la espiritual de las históricas, conservando de una y de otra la huella de lividez que deja impresa la prolongada convivencia con la sombra y el silencio de los siglos olvidados, y de los lugares muertos.

Como otros magos de la Arqueología, resucitadores de ciudades fantasma o alumbradores de tesoros fabulosos, Mr. Carter tiene el aire distraído, el vago estupor, el secreto sonriente de los hombres que han visto un prodigio...

Confidencialmente, dándole toda su emoción y su lirismo, Mr. Carter nos va contando su descubrimiento. (...) El señor duque entra de cuando en cuando, y nos honra interviniendo, en la conversación. Otros duques de Alba, de cota de malla o de gorguera, asisten también al coloquio, entre tapices, desde sus dorados marcos. La escena es bella.

(Tras unas primeras preguntas sobre sus inicios, Carter relata que el hallazgo de algunos testimonios arqueológicos a flor de tierra le hicieron concebir la esperanza de descubrir la tumba famosa)

—¿Confió usted a lord Carnarvon su proyecto?

—Sí, y lo acogió enseguida con entusiasmo. Con su ayuda comenzamos las excavaciones. Trabajábamos solamente los cuatro meses de invierno, empleando de 100 a 150 hombres e invirtiendo una cifra siempre mayor de 6.000 libras anuales, costeadas por mi generoso amigo. Seis largos años de labor infructuosa y de tenaz perseverancia, acompañados por el escepticismo de los incrédulos, duraron las excavaciones hasta encontrar el primer indicio (...)

—Mister Carter, ¡su alegría al encontrar esos primeros testimonios debió ser extraordinaria!

—Todo cambió en un instante, y hasta el panorama me pareció risueño. El próspero suceso aconteció el 4 de noviembre de 1922. La novedad la advertí al ir hacia las obras, sorprendido, por un silencio de interrupción. Mis hombres habían descubierto el primer peldaño de la escalera y aguardaban mis órdenes. Animadamente los mandé continuar. Yo mismo desescombraba febrilmente con el pico en la mano. Ya eran cuatro, seis, los escalones descubiertos. Trabajábamos sin descanso, con ese ardor especial de los que quieren disputar a la tierra avara un secreto o un tesoro. La jornada de trabajo no oyó al anochecer ni la hora de la comida, ni la voz de descanso.

Howard Carter y Lord Carnavon durante el descubrimiento de la tumba de Tutankamón - ABC


Hacia el duodécimo escalón apareció la primera puerta tapiada de la tumba. Otros momentos, el de la visión deslumbradora de la antecámara y de la entrada a la cámara sepulcral me produjeron una emoción, tal vez más bella, pero no tan victoriosa. Fue el momento de mi eureka, invadido por mi gratitud a la ciencia y al pensamiento humano. Un sentimiento conmovedor de promesa, de premio, de reconocimiento nos sacudió a todos. Tocábamos temblorosos, golpeábamos la puerta cariñosamente. Los indígenas daban gritos de júbilo ante ella. Con ufana presteza partió a Luxor un mensajero, para telegrafiar a lord Carnarvon la buena nueva.

Nunca otro hallazgo tan fúnebre había sido celebrado con tanto júbilo. Sobre el Valle de los Reyes, fulgía la luna con inusitado esplendor. (...)

La casa de un muerto

... ¿Recuerda usted—prosigue animadamente mister Carter—la descripción del protagonista de la ‘Cità morta’, de D’Annunzio, al relatar el sombrío esplendor de aquella necrópolis remota? Yo he vivido intensamente la escena al aparecer ante mis ojos el cuadro inverosímil de la antecámara de la tumba de Tut-Anj-Amen. (...). Para el egiptólogo era una promesa deliciosa la contemplación de aquel caudal rebosante de documentos históricos. (...) La parte de coleccionista, de devoto, hasta manual, del orden que hay en todo arqueólogo, se solazaba, en fin, a la vista de tanto objeto que clasificar, catalogar, asear y envolver cuidadosamente.

—¿Qué objetos le llamaron a usted más la atención?

—Es difícil la preferencia. En último extremo, el trono del rey y la copa votiva de la reina, su ofrenda postrera. Le diré, para explicarlo, que desde el primer momento nada tan atemperante de los sentimientos agitados que me invadieron como el carácter familiar y la humana poesía que se respiraba en aquella buena casa, en aquel hogar de un muerto. La Historia se me presentaba, como otras veces, con el acento de humanidad que da a la Arqueología de los objetos menudos, íntimos y familiares (...)

—¿Qué sentimiento predominó en usted al penetrar en la cámara sepulcral?

—Una emoción más dramática que en la antecámara. Ningún otro monumento funerario me había hecho experimentar con tanta solemnidad el sentimiento del sueño de la muerte. En ninguna otra tumba faraónica apareció expresada con mayor intensidad esa solicitud por proteger el sueño y velar al durmiente querido, humano sentimiento del que nuestros cuidados funerarios no son más que su exaltación. Los egipcios lo apuraron hasta el refinamiento; fueron sus artífices, y sus tumbas, poemas inspirados en esta poesía de procurar una bienaventuranza ejemplar al sueño eterno de la muerte.

Retrato del arqueólogo Howard Carter en 1924 - ABC


Los «ratos inolvidables» del arqueólogo inglés en España

Apenas dos años después del descubrimiento de la tumba de Tutankamón, el arqueólogo Howard Carter visitó España invitado por el duque de Alba. Jacobo Fitz-James Stuart, amigo y colaborador del egiptólogo inglés, quería que expusiera sus investigaciones en Madrid. Las conferencias fueron seguidas con enorme interés. Las crónicas de la época cuentan que se superó el aforo en las salas y teatros donde Carter habló de sus hallazgos. Carter se llevó de España impresiones «inmejorables», según confesó a ABC. Aficionado a la pintura, disfrutó de «ratos inolvidables» en Toledo y en Madrid, donde visitó el «soberbio» Museo del Prado. Antes de despedirse, donó los clichés y las películas utilizadas en sus conferencias.

Fuente:ABC

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