Carta a un posible desconocido
Cuento de bolsillo para adultos.
El Arca de Luis02/08/2022 Luis García OrihuelaPOSDATA Digital Press |Argentina
Recuerdo haber pensado que me encontraba en un sueño. De alguna manera tenía presente el haberme acostado.
Estaba en el interior de una casa, en la cual yo era consciente de que había más gente yendo y viniendo por ella, aunque a decir verdad, pareciera que cada uno iba a la suya. Yo me movía por el interior de ella sin un rumbo fijo ni con una idea clara de que hacer ni que era lo que hacía en ella. Me resultaba curioso no tener claro si conocía aquel lugar. Por un lado al recorrer sus pasillos me daba cuenta de que iba descubriendo sus habitaciones por primera vez, sin embargo, por otro lado, tampoco aquel lugar me resultaba desconocido o inquietante. En todo caso me encontraba tranquilo. Las paredes eran toscas, de un color marrón. Era como si hubieran sido talladas bajo tierra. Aquella idea, aunque de una manera fugaz si llegó a inquietarme por un breve lapso de tiempo. Recorrí varios pasillos en los que me crucé con varias personas adultas. Me parecieron también como perdidas o con falta de ilusiones. Fue entonces cuando supe que era lo que buscaba, lo que en verdad deseaba hacer.
Llegué a una salida. En realidad en donde había estado carecía de puertas, tan solo eran pasillos como un laberinto excavado en el que cada cual debiera de buscar su propia salida. Afuera había un par de personas de pie. Supuse era probable el que estuvieran hablando entre ellas en voz baja. Sus ropas las veía grises y parecidas entre sí. Recordaban al vestuario de los presos en cualquier guerra. A un lado estaba una joven. Enseguida supe que ella era diferente a todos los demás. Llevaba su melena recogida con un coletero, Su cabello estirado hacia atrás hacía a sus ojos más grandes. Eran oscuros como su cabello. A mi mente vinieron imágenes de sus zapatillas deportivas rojas. Lo mismo de su pantalón corto blanco. Estaba seguro de haberla visto en el recodo de más de un pasillo, incluso pensé que habíamos llegado a hablar entre nosotros y no hacía mucho de ello. Sin saber porqué le pregunté si le gustaría ir conmigo a correr. Fue algo natural y sin haberlo pensado siquiera. La joven saltó de la roca rn que estaba sin mayor esfuerzo. Era delgada como una gacela.
El tiempo parecía ser bueno. No hacía ni frío ni calor. La luz era de un tono neutro pero agradable.
Comenzamos a correr con ella delante. A los lados de la senda por la que habíamos tomado había grandes rocas, cubiertas muchas de ellas por las sombras de esbeltos árboles que se encontraban a varios metros por encima de nosotros. Mis pies pisaban con agilidad la tierra del camino, pero había muchas piedrecillas que me hacían resbalar dificultando mi avance. A los pocos minutos la distancia entre ambos se había duplicado y poco después triplicado. La diferencia de edad se asomaba dejándose ver como el lucero del alba.
El camino por el que corríamos fue estrechándose conforme avanzábamos. Llegó un momento en que tan sólo divisaba la coleta de la joven brincando de un lado a otro de sus estrechos hombros. Giró por un recodo angosto y la perdí de vista. A uno y otro lado ahora lo que tenía ante mi eran rocas de cortes angulados en extrañas geometrías nunca antes vistas. Giré también y fue entonces cuando la vi aguardándome. Estaba medio oculta entre dos rocas en forma de uve. Me detuve en la roca anterior pensando en que allí terminaba el camino que habíamos tomado y que por lo tanto haríamos un alto antes de volver a la casa sin puertas.
No había lugar en dónde sentarse, incluso pensé que de hacerlo me llenaría la ropa de tierra y no quería que eso llegara a pasar. Decidí permanecer de pie. Quizás pasó uno o dos segundos cuando ella giró igual que una puerta cogida con bisagras y se quedó pegada por completo a mi cuerpo. Su rostro permaneció enfrentado al mío. Mis células brincaron. Notaba el calor que desprendía su cuerpo, sus senos subiendo y bajando por un corazón que amartillaba todavía con fuerza después de la carrera. Luego ya no supe si fue ella o yo. Nuestros labios se buscaron con pasión. Fue fuego corriendo por las venas y sensaciones ya olvidas. Besé una y otra vez su delgado cuello con frenesí, mientras mis manos rejuvenecidas exploraban su cuerpo con deseo y deleite mientras era correspondido por ella. Ninguno dijimos nada ni falta nos hacía. Nos amamos ¡Oh Dios! ¡Qué hermosa era! ¿Acaso aquel lugar era el Cielo? ¿Estaba muerto? De pronto había recuperado las ganas de vivir y algo perdido muchos años atrás. Mi cuerpo y mi mente volvían a recordar, a sentir, lo que era estar enamorado.
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