La sociedad del rendimiento: ¿somos esclavos de la productividad?
Ser productivos, autoexigentes y ambiciosos puede llegar a enfermarnos. Descubre cómo nos afecta vivir en la sociedad del rendimiento.
Sociedad20/03/2023CVA Producciones IntegralesPOSDATA Digital Press| Argentina
¿Cuántas veces sientes que no has tenido ni un momento para descansar al finalizar una jornada? Termina el día y, pese a que has estado en constante movimiento, sientes que no ha sido suficiente, que no llegas a todo.
La autoexigencia está siempre presente en tu mente. Crees que deberías ser mejor, que habrías de esforzarte más, que no pones suficiente empeño. ¿Te ha ocurrido? Esto es porque vivimos inmersos en la sociedad del rendimiento.
Este es un concepto propuesto por Byung-Chul Han, un filósofo surcoreano experto en estudios culturales. Siendo una de las figuras principales de la filosofía contemporánea, expone y critica cómo hoy en día somos esclavos de nuestro propio ego y víctimas de la autoexplotación. En su obra La sociedad del cansancio aborda los factores culturales que dan origen a este mal tan propio de nuestra era. Y hoy, queremos hablarte al respecto.
En la actualidad la autoexigencia nos impide disfrutar porque estamos más concentrados en producir que en descansar.
¿Qué es la sociedad del rendimiento?
Este es el término empleado para describir la forma en que vivimos en las sociedades modernas. En un momento en que ya no existen presiones externas que nos esclavicen y somos aparentemente libres para lograr la autorrealización.
Ya no estamos oprimidos por fuerzas ajenas a nosotros, no estamos limitados ni explotados laboralmente. Hemos vivido grandes avances científicos y técnicos y hemos ganado en derechos. Y, sin embargo, esa supuesta libertad es solo una ilusión, pues ahora somos nosotros mismos quienes nos marcamos unos estándares inalcanzables que nos frustran y nos agotan.
No se trata de una situación particular, sino de un fenómeno colectivo. De forma sutil y poco perceptible, la sociedad, los medios, las empresas, el modo en que está construido el entorno y la cultura nos llevan a exigirnos cada vez más, a rendir, a progresar y a correr sin descanso tras ese ideal que, aunque autoimpuesto, asfixia y agota nuestros recursos.
Para comprender mejor cómo funciona esta sociedad del rendimiento, podemos atender a varios factores y dinámicas que la alimentan:
El positivismo tóxico
En los últimos tiempos la positividad está de moda, y no siempre es bien entendida. Por supuesto, una actitud optimista es una fortaleza que favorece la salud y el bienestar, pero no podemos caer en el error de convertirnos en víctimas de este concepto.
Se nos insiste en que todo es posible, en que todo está en nuestra mano, en que somos capaces (y debemos) sentirnos siempre bien y alcanzar nuestros objetivos. Y esto puede resultar agotador.
La comparación con los demás
Igualmente, estamos en una constante comparación alimentada en gran medida por las redes sociales. Vivimos mirando al prójimo en lugar de fijarnos en nuestro propio progreso. Y, en muchas ocasiones, esas vidas que tomamos como modelo son falsas o están mostradas solo parcialmente.
Así, mientras esos otros aparentan la perfección, la productividad y el éxito que tanto nos exigimos a nosotros mismos y que no alcanzamos, nos sentimos sumamente inferiores y frustrados. Nos castigamos mentalmente por no estar a la altura de esos resultados.
La aparente libertad
La base de todo lo anterior es la idea subyacente de que somos libres y de que depende de nosotros procurarnos la realización personal. Nos han repetido que podemos ser todo lo que queramos, que no hay nada fuera de nuestro alcance. Y, por lo mismo, nos colocamos unos estándares poco realistas y nos autoexigimos hasta el cansancio por cumplirlos.
Si no se cumplen, y dado que aparentemente somos los únicos implicados y responsables en nuestro bienestar, nos sentimos totalmente fracasados. Y es que sí, aunque podemos ejercer una total autonomía, no hay nadie desde fuera que nos presione, pero nos hemos convertido en nuestros más duros jueces y capataces, castigándonos con el reproche y la autoagresión.
La productividad como sinónimo de valía personal
Esta sociedad del rendimiento también se alimenta y se sostiene por la creencia de que “hacer más” siempre es mejor. La mayoría de nosotros mantenemos nuestras agendas repletas de actividades y cada segundo del día lo dedicamos a trabajar por un objetivo, ya sea laboral o personal.
El descanso, el silencio, el aburrimiento y la reflexión no tienen cabida en nuestra rutina e incluso nos sentimos culpables por mantenernos ociosos. De algún modo sentimos que ser productivos es lo que nos convierte en valiosos y que, por tanto, no podemos detenernos.
El consumismo
Por último, se nos presenta el consumismo como la vía de escape a esa rutina agotadora y como el premio a nuestra productividad. Pero genera un círculo vicioso que no nos permite avanzar, pues todo lo generado se derrocha y nos encontramos de nuevo en el punto de partida: teniendo que rendir, trabajar y producir más para poder sostener este estilo de vida tan insalubre.
El consumismo se ha instalado como la vía de escape, pero a su vez es una trampa que nos ata a las dinámicas de productividad.
Descansar para salir de la sociedad del rendimiento
Aunque hemos normalizado este modo de vida, lo cierto es que resulta muy perjudicial para nosotros. El estrés constante, el nerviosismo y la hiperactividad nos agotan, generan ansiedad y depresión y nos conducen a un estado de burnout y falta de motivación.
Nuestra salud se deteriora, nuestro ánimo empeora y las relaciones también se ven afectadas. Y es que estamos tan centrados en nosotros mismos, en hacer, en progresar, en competir, que terminamos sufriendo aislamiento.
Pero, ¿qué podemos hacer al respecto? Pues bien, la clave puede encontrarse en empezar a valorar y priorizar el descanso y desligarnos de esos estándares de rendimiento autoimpuestos. Para ello, podemos realizar pequeños cambios como:
- Permitirnos sentir la amplia gama existente de emociones humanas, sin rechazar ni negar aquellas que nos incomodan. Dejar de recurrir al “hacer para no sentir”.
- Reducir la autoexigencia y establecer metas y estándares realistas para nosotros mismos, que no nos sofoquen.
- Compararnos con nuestras versiones pasadas y mirar el progreso individual en lugar de compararnos con el resto.
- Desacelerar el ritmo y aprender a vivir en el presente, disfrutando con calma de cada actividad y cada persona. Practicar el mindfulness como estilo de vida.
- Priorizar el silencio y el descanso en la rutina diaria. Dejar de percibir estos espacios como algo negativo y, por el contrario, comprender que el aburrimiento y la reflexión son necesarios para que florezcan la creatividad y el bienestar.
- Aprender a disfrutar del proceso y no del resultado. Esto implica ser flexibles y benévolos con nosotros mismos, aceptar los tropiezos y la frustración como parte natural del camino y no castigarnos ni desanimarnos por ellos.
En definitiva, la sociedad del rendimiento que se nos ha impuesto nos agota física, mental y espiritualmente, y es importante tomar conciencia y desligarnos de este ritmo frenético. No somos valiosos por lo que producimos ni por cuánto rendimos, y tenemos derecho a descansar, a disfrutar y a conectar con los otros. La vida no debería ser una incesante carrera hacia el éxito obligado, sino un camino placentero que transitar a nuestro propio ritmo.
Fuente:La mente es maravillosa
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