El milagro de la Diosa Ansenuza y la Virgen María

Cultura - Sucesos históricos24/12/2023CVA  Producciones IntegralesCVA Producciones Integrales
  
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POSDATA Digital Press| Argentina

Solo con el corazón se puede ver bien;
lo esencial es invisible a los ojos.”
Antoine de Saint-Exupéry (El Principito)

La mentalidad simbólica permite al ser humano comprender lo que está más allá de lo visible y ha sido una guía en innumerables culturas a lo largo de la historia. Los símbolos permiten hacerse una imagen de aquello que no está presente, unificando un mundo de ideas y de sentidos, con el mundo manifestado. Son puentes entre lo que existe y lo que es. Los valores sobre los que se fundaban las antiguas civilizaciones y sus destinos, estaban guardados en sus símbolos; razón por la cual estos eran fundamento de la identidad de los pueblos.

Estos comentarios introductorios nos sirven como preámbulo para adentrarnos en la siguiente historia, un relato que nos llevará a las fronteras de lo tangible y lo místico, donde las fuerzas del símbolo y la realidad se entrelazan en un fascinante tapiz de experiencias humanas.

Durante el proceso de consolidación de la nación argentina, entre los años 1850 y 1900, los enfrentamientos eran moneda corriente entre los pueblos originarios, los gauchos y los pequeños asentamientos de inmigrantes que emergían principalmente en la región pampeana. Las tensiones y conflictos marcaban las relaciones, especialmente en las áreas fronterizas. En ese contexto convulso, los encuentros más frecuentes involucraban actividades como comercio, intercambios, robos y saqueos, delineando así un panorama de constantes desafíos.

De estos cruces surgieron numerosas historias y anécdotas de bandoleros, héroes locales y acontecimientos milagrosos. Uno de estos relatos extraordinarios tiene lugar en la pintoresca localidad de Villa Concepción del Tío. En aquel entonces, este poblado se ubicaba al sur del territorio “civilizado». Villa Concepción era el primer pueblo fuera de las fronteras y como es común también en las periferias de las ciudades modernas, allí habitaban personas que habían sido expulsadas de las ciudades, es decir, ladrones, gauchos, agricultores, entro otros.

Esta localidad, inicialmente ubicada junto al río Xanaes, fue sepultada por un aluvión en 1851, cubriéndola de agua y barro. La leyenda cuenta que el agua alcanzó los pies de la Virgen de la Inmaculada Concepción, patrona del pueblo, y que, desde ese momento, el agua comenzó a retroceder. Los habitantes, rescatando la imagen de la Virgen, refundaron la localidad a 2 km al oeste de su emplazamiento original.

En este mismo territorio, cohabitaban los Sanavirones, un pueblo nativo de agricultores y alfareros. Entre sus divinidades se encontraba Ansenuza, diosa del agua y la sanación, que según las creencias habitaba en la Laguna Mar Chiquita o Laguna de Ansenuza, como también se la conoce.

La historia nos lleva a una tarde particular, cuando un malón de sanavirones se acercaba a la Villa con intenciones de saquearla. Los habitantes, entre los cuales muy pocos tenían conocimientos militares que permitieran la defensa de la ciudad, comenzaron a desesperar. Como última medida, decidieron presentar la imagen de la Virgen, quien ya los había salvado de la inundación, al frente del templo. Mientras se ocultaban en el templo, los sanavirones llegaron a la plaza del pueblo y se sorprendieron ante el desolador escenario. Pero en ese instante vieron a la Virgen María y reconocieron en ella a su diosa Ansenuza. De esta manera dijeron: “somos hijos de la misma Madre, por lo tanto, somos hermanos”. Decidieron no atacar y volvieron a sus hogares.

Aunque para nuestra mentalidad materialista parezca difícil comprender esta relación, fue muy sencillo para los sanavirones. Los guerreros de este pueblo originario, de profundo contacto con la naturaleza y de una mentalidad simbólica despierta, pudieron ver más allá de las formas e identificar a su deidad Ansenuza en la Virgen María. Ambas representaciones eran símbolos de la misma Fuerza de la naturaleza que los protegían, los alimentaban y sanaban. En el fondo, compartían la misma madre, por eso comprendieron que eran hermanos.

Esta historia nos muestra una vez más que, si logramos apartar la vista de nosotros mismos, agrandar nuestro mundo y quitar los prejuicios del momento histórico, la Fraternidad es posible. Pues todos somos parte de esta gran familia, que es la Humanidad.

Franco P. Soffietti

El autor agradece la colaboración de Ariel Maidana y de José «Toto» Paez, conocedores de las tradiciones de los pueblos nativos, por la información para completar el artículo.

Fuente:https://revistaacropolis.org/

 

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