Sueños de colores

El reflejo de tu mirada 02/05/2024 Mirta Noemí Pavón
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POSDATA Digital Press| Argentina

Mirta Pavon

Por Mirta Noemí Pavón | Escritora| Docente | Técnica en Minoridad y familia

Aquella habitación pequeña, oscura, húmeda, revestida con planchas de chapa de zinc, escondía en un rincón un grillo con el que había tejido una amistad. Guardián, protector de miedos. Justito detrás de un latón viejo, colgado en un rincón que amplificaba los sonidos. También un agujero que dejaba atravesar un rayo de luz, convirtiendo las mañanas en un arco iris.

Estos son vagos recuerdos de su infancia.

Teñidos de colores. Una de las hermanas, la más pequeña, había disfrazado sus recuerdos para olvidar, que en esa habitación había algo que emitía un sonido semejante a un grillo.

En un principio, sus padres no pudieron descubrir de dónde provenía.

Hasta que se presentó y fue notorio que ese ruidito intenso… era de ella.

Allí estaba… peluda, con sus patas, reflejando su imagen aumentada en la pared.

Fue confundida, por un momento, con la pequeña muñeca negra con rulos.

Pasaron el palo de la escoba por encima, tiraron la estopa.

Luego su padre se acomodó nuevamente, sin descubrir nada.

La muñeca negra cayó al piso.

El ruido incesante, era más fuerte cada día que pasaba.

Empezaron a tener miedo al entrar a la habitación, a toda hora.

El corazón latía fuerte, las manos transpiraban.

Un velador de metal, enchufado en la habitación contigua, agarrado con un gancho al cabezal de la cama.

Más de una vez, fue motivo de que les diera una patada por introducir mal el enchufe.

A veces por el apuro tocaban las patas del enchufe, siempre lo hacían desde su dormitorio, pasando solo el brazo sin mirar.

La luz la encendían, a la hora de acostarse.

"¿De dónde había salido?"  "¿Cómo llegó allí?"

Quizás había viajado en esa bolsa de lana que vino desde Santiago del Estero. Lo cierto es que su padre, la había sacado de allí, tirándole insecticida.

Al ingresar a la pieza, tanto la oscuridad, el latón y el sonido, seguían allí.

Cada noche, al entrar a la habitación, temblaban, rezaban al ángel de la guarda y al Niño Jesús, pidiéndole despertar a la mañana siguiente.

Ir al baño era otra situación difícil, cómo continuar en tren fantasma.

Iban armadas con linternas, porque quedaba en el patio del fondo. Corriendo para no ver nada extraño. Ese momento era por demás traumático.

Lo atravesaban con sobresalto, todo movimiento era asociado con figuras fantasmales.

Las imágenes más horribles pasaban por sus mentes, y la tía las acompañaba. A veces, se le ocurría hablar de finados justo en medio de esa negrura.

Había que hacerle frente a la noche, en esas épocas.

Ni bien se acostaba, la pequeña, se sumergía en un sueño profundo, que termina en pesadilla.

Sus manos apretadas, el cuerpo se endurecía como un tronco.

Con mucha fuerza, como si su cuerpo se convirtiera en un arma, para vencer esos fantasmas que la sorprendían todo el tiempo.

Una imagen con alas, verdes y hermosas se desvanecía, porque un murciélago lo espantaba. Se preguntaba todas las mañanas cómo transformar esos sueños, para dejar de sentir tanto pánico.

Entonces una noche empezó a pintar a ese horrible mamífero con alas, cambiando su fisionomía.

Así, fue cómo volvió el quetzal que había huido atemorizado. Dejándole una sensación de alivio.

Atrás quedaron esas vivencias espeluznantes.

Ahora es una joven valiente.

De tanto en tanto se enfrenta con situaciones amenazantes.

Pero supo y sabe abrazar a esa niña que fue, frágil, temerosa.

La que le enseña a superar las piedras del camino.

Salteando dificultades.

Cómo cuando jugaba a la rayuela.


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