POSDATA Digital Press | Argentina
Por Edgardbett | Escritor
THOM BROOCKS estiró sus brazos mientras bostezaba. Señal de cansancio, luego observó su viejo tissot viendo que las manecillas acusaban las 2 a. m.
Le costaba dejar atrás esa paz, cogió su sobretodo gris y luego de realizar el habitual forcejeo con aquella puerta ya hinchada, quizás de vieja o de humedad, logró cerrar la puerta de aquella vieja oficina.
Caminaba lento, como que algo le impedía irse, la melancolía, el fracaso o quizás un devenir incierto.
Una vez que salió de aquel viejo edificio, una maraña de pensamientos y recuerdos abrumaban su mente. Cada paso le hacía rememorar los consejos de sus allegados. —¿Te parece? —¡Justo ahí!
Pero como ex policía que era, no le gustaba mucho eso de los consejos sin importar de quién viniese.
Retirado y solterón empedernido, nunca le dio mucha importancia a su vida privada y, por sobre todo, a esto último, el amor en su vida.
Aunque su madre, como único hijo que era, se lo repetía cada vez que lo veía: —¿¡Hay hijo para cuando te casas? ¡Consíguete una chica y cásate, yo no me quiero ir sin un nieto!
Y ahí, justo cuando estaba sumergido en su propia catarsis caminando por la calle Madison dudando si su idea fue o no la correcta, solo a mí se me ocurre poner una agencia de investigaciones en pleno Bronx.
Ya había caído toda esperanza de conseguir que sin más no sea un buen cliente. Avisos clasificados y comerciales baratos fuera de hora no dieron resultados. Hoy sería su último día por la mañana, devolvería las llaves.
Fue de repente casi susurrando cuando escuchó la voz femenina —¡ Mr. Broock! —y nuevamente— ¡Sr. Broocks!
Él, continuaba sabiendo y conociendo la clase de personas que habitaban aquel sitio por las noches.
—Thom brooocks —gritó categóricamente—, ¡deténgase!
Ahí se detuvo y comenzó a buscar a la portante de esa voz encantadora.
Ahí estaba parada. Una mujer menuda, vestia un pantalón celeste y un buzo gris en un rincón alumbrada por una tenue iluminación, hermosas facciones y un rostro casi angelical que lo dejo mudo.
¿La conozco? —Preguntó dudosamente.
Ella respondió con suavidad: — ¡No! Usted no me conoce pero yo he tenido el gusto de verle trabajar y creo este caso es para usted.
—Bueno debe de haber una confusión, —respondió.
—Yo solo hice un par de casos de infidelidad nada más, inclusive hoy es mi último día. Pero gracias por brindarme tan grato halago.
En un brusco cambio de tema la interrumpió —¿le parece señora si regresamos a mi oficina?
—¡Señorita, — dijo ella, no señora, pero busco a mi príncipe.
Él se sonrojo pero no negaba en su interior que ella le gustaba.
—Mi oficina esta solo un par de calles, aparte no es bueno que una mujer tan bonita como usted ande por este lugar tan peligroso, podrían robarle o lo que es peor podrían matarle y garantizo que nadie saldrá a mirar siquiera.
—Gracias por lo de bonita, pero eso que dijo no es agradable.
—¿Qué parte, lo del robo? — Dijo él.
—No —dijo ella, eso de que podrían matarme.
—Es una forma de decir, aparte quedese tranquila estoy yo para cuidarla.
—Lo sé. — Dijo y su rostro cayó en tristeza.
Luego de renegar con la puerta dio un par de golpes abrió e ingresaron, puso a calentar la cafetera quizás para aplacar el sueño.
—¿Bueno, ahora sí, ¿en qué puedo ayudarle?
—Quiero que me ayude a buscar a alguien.
Thom la miró intentando disimular que el atractivo de ella le producía un cosquilleo.
—¿Familiar, amigo?
—Una persona muy cercana, podría decir que compartimos unas vidas juntas.
—¿Por qué esta tan segura que esta persona esta desaparecida?
—¡Fe! —Dijo ella.
Tomó su anotador suavemente y preguntó —:¿Nombre?
—Lilian Paterson.
—¿Edad?
—Cuarenta y dos. —¿cuándo le vio por última vez?
—¡Ayer! —dijo ella, —Él interrumpió la conversación— ¿no le parece demasiado pronto para buscar un detective?
Cambió de repente su actitud pensando que alguien le jugaba una broma de mal gusto, demasiado bueno para se verdad, ella hermosa y él un fracasado, mientras crecía su mal humor.
Ella le miraba, extrajo una medalla de entre sus ropas que colgaba en su cuello mientras enrulaba la cadenita nerviosa.
¡De golpe pegó un grito que llegó a asustarlo, sus ojos abiertos de par en par— calle Rochester mil doscientos, segundo piso —¡¡Apúrese, puede ser tarde!!
Culminó de hablar y las luces parpadeaban constantemente hasta quedar un segundo completamente a oscuras.
Luego que el sistema eléctrico se restituyó constató la soledad del ambiente, pero sin entender que pasaba—, ¿pero...? recorrió el apartamento y ni señal de ella, a patadas cerró otra vez la puerta mientras despotricando caminaba por Nueva York. ¡Qué manera de joderme la vida! —Decía
—¡Ya van a ver cuándo me entere quién me hizo esta broma! habría caminado ya unas siete calles, extrajo de su bolsillo un paquete de cigarros y comprobó que solo le quedaba uno, lo sacó e hizo un bollo, cuando estaba al punto de encestarlo en la basura se quedó paralizado al ver un cartel que indicaba: PASAJE ROCHESTER.
Fue en ese instante cuando se le vinieron las palabras de la mujer, Rochester, Rochester.
Comenzó a buscar la dirección mientras repetía constantemente —mil doscientos mil doscientos.
—¡Es aquí!, — dijo.
Aquél edificio estaba en ruinas, unas maderas forzadas hacían de barrera, completamente sin luz pero el como buen detective que era siempre llevaba una linterna en su gabán.
En este caso era pequeña, pero cumplía con su objetivo.
Su arma, un pequeño colt, en su otra mano.
Mientras alumbrando subía las escaleras, las ratas corrían atemorizadas por el intruso.
Al llegar al segundo piso, observó un bulto. Al enfocar, comprobó atónito que era la misma mujer que hacía diez minutos habría estado con él, estaba muy malherida, su ropa arrancada a jirones.
Desnutrida y con señales de varios días de sufrimiento sin dudarlo llamó a una ambulancia y la policía.
No comprendía la situación y estaba fuera de todo suceso racional pero ahí estaba ella, la mujer hermosa que lo hipnotizó desde un comienzo.
Pasaron varios días de vigilia ella en su internación y él a su cuidado, sin irse hasta encontrar sentido a lo vivido.
Poco a poco fue recuperándose pero aún no se animaba a ingresar,
¿Qué le diría?
Tomó coraje y no dudó en contarle lo que había pasado.
—¡Usted pensará que estoy loco o algo asi!
Ella le tomó una mano envolviendo con ambas la de él.
—Sé quién es, le conozco, no sé dé dónde pero le conozco, usted es el hombre de mis sueños.
Él se sonrojó — perdone, quise decir que yo soñé con usted.
—Permítame presentarme: soy Thom Broocks detective y soltero, — agregó mientras sonreía.
—Lilian Paterson. También soltera —dijo y río junto a él.
—¡Gracias!, de no haber sido por usted yo estaría muerta, permítame invitarle tomar algo cuando salga de aquí.
Mientras hablaban ninguno de los dos soltaba la mano del otro, sus ojos no se separaban. Hay veces que una mirada dice más que mil palabras.