POSDATA Digital Press| Argentina
Por Edgartbett| Escritor
¡Qué calor!—, repetía constantemente Alejo mientras pasaba por su frente la mano secando la transpiración.
Allí, a su lado yacía el árbol recién talado, la motosierra aún humeaba, señal de que había dado batalla y sobre todo ganadora invencible, después de todo que podía hacer aquel pedazo de madera contra cientos de dientes acerados golpeando en un constante girar destructivo.
Marcando una verdad, la temperatura en verano suele ser bastante elevada en este selvático monte.
Por lo general este tipo de trabajos no se realizan con calor excesivo, pero a este personaje porfiado por más que se lo digas era duro de convencer. Podías informarle que la tormenta se avecinaba; sin embargo, él, a pesar de ver las nubes hasta que no volaba alguna chapa o el cielo se venía abajo, no daba razón.
De todos modos, a pesar de lo mañoso era muy bueno en su trabajo, ser ebanista era una profesión que viene de familia, su padre, su abuelo y tatarabuelo habían aprendido el oficio y traspasado de generación en generación.
Él, era quien elegía su propia madera y salía a recorrer en su vieja camioneta Bronco largas distancias, se detenía y observaba el que más le gustaba, cargaba su mejor hacha que viajaba en la caja de la camioneta y siempre llevaba por si acaso su moto sierra.
El oficio se la paso su padre, más la experiencia la anido con los años. Era más el amor a su carrera que a su propia vida, por ello era un hombre fornido y solitario y detrás de su frondosa barba se encontraba un caballero que no era tan mal parecido; sin embargo, por diferentes circunstancias de la vida la repentina muerte de su esposa le hicieron casi un hermitaño peculiar y poco a poco fue endureciendo su rostro. Aquellos que lo conocían tenían a primera vista una impresión que los atemorizaban un poco por su imagen robusta. Vivía de sus propias creaciones al punto qué, grandes y famosos personajes pagaban muy buen dinero por sus obras y varios de ellos le habrían dicho que se retire y disfrute la vida, pero simplemente con levantar la mano te pedía sin hablar que te calles la boca y créanme no era alguien al que te gustaría enfrentar.
Una vez pregunto alguien que se acercó al pueblo:
—¡Busco al hachero Páez!, ¿podrían decirme cómo lo reconozco?
—Sencillo—, respondieron:—-, siga derecho uno dos kilómetros y donde vea una cabaña muy bonita de mano izquierda junto a un montón de maderas, esa es la casa, y si quiere más detalles seguro va a ver un gigante de casi dos metros; camisa a cuadros, pantalón vaqueros y barbudo.—, ¡Ahí localiza a Alejo Páez!
Es esta precisa historia que quiero contarles cómo él llegó a abandonar el trabajo que tanto amaba y precisamente me quiero remitir a los hechos.
Como les decía, en un principio y retornando al bosque. Aquel día ni bien culminó de obtener el material que requería solo se sentó sobre el tronco a descansar un poco, la tarde estaba óptima y el verde estaba más marcado que lo usual, nunca se había percatado lo grandioso y rara que es la naturaleza hasta aquella tarde cuando de improviso una lluvia comenzó a caer. —Raro —,pensó.
Miró al cielo y éste se encontraba completamente limpio, ni siquiera una nube lo cubría.
—¡Pero qué carajos! —supuse que podría ser sabia.
Comenzó a recorrer el lugar para detectar la fuente, pero aun sin entender veía como las hojas goteaban cada vez más fuerte. El suceso era extraño, pero más extraño fue lo que aconteció después. Mientras regresaba al árbol tropezó y se cayó bruscamente, se levantó confundido y a la vez refunfuñando y buscó con qué había trastabillado y descubrió semi enterrado un cartel que decía lo siguiente:
"Cuide la fauna del lugar, no pode los árboles, ellos también tienen vida y sufren por su maltrato" En ese instante se dio cuenta de que el cartel había caído por accidente. Continúo caminando para juntar la madera y al ver de frente ciertos pequeños detalles le llamaron más y más su atención…
El árbol caído continuaba en su sitio, a un lado otro árbol que no sé por qué razón sintió y le encontró un algo femenino, más delicado, quizás.
El tiempo transcurría y la tierra continuaba humedeciéndose y de pronto observó dos pequeños arbustos inclinados y en toda esa soledad escuchaba un chillido que bien podría interpretarse como un lamento...o un llanto.
Fue un momento mágico, podría decirse y ahí comprendió.
Todos esos árboles eran familia, su rostro se entristeció como no lo hacía en muchos años, se arrodilló y lloró abrazando el árbol.—¡Perdón!—, Dijo y de repente las gotas dejaron de caer lentamente hasta detenerse.
La rama de aquella planta en pie tocó suavemente la cara del hachero y este se levantó y le dijo—: ¡prometo que lo voy a cuidar!, cargó el leño en su camioneta y ese fue su último trabajo.
Y juro que doy fe de lo que digo, esta historia me la contó Alejo Páez, yo era quien le buscaba aquella vuelta y el trabajo que le encargué fue una mesa que incorporaría su arte.
¡Créanme que mientras les redacto esto mi mesa está goteando. La acaricio y le digo!
—¡Tranquila amiga, no llores, te prometo que voy a cuidarte...!
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