Viur, capítulo 13: La lectora de sábanas

El Arca de Luis04/28/2025 Luis García Orihuela
  
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Luis García OrihuelaBiografía de Luis García Orihuela


««Hace un día feo, ¿Eh Viur?»».

—Es verdad, Cursiva. Fíjate en el horizonte, las nubes oscuras que se avecinan. Seguro que traen agua, y que descargarán en cuanto estén algo más cerca.

««¿Entonces no vamos a salir hoy a tomar el tren?»».

—¿Te causaría ello algún tipo de trauma?

««¿A mi? No. Para nada. ¿Por qué habría de causármelo? En todo caso a ti que te empeñas en viajar de lunes a sábado sin ton ni son. Hoy es martes, así que por eso te lo decía. Todavía vas en pijama. Perderás el tren»».

—Y me temo que tardaré un buen rato en quitármelo para ducharme. Hoy no saldremos. He dormido mal. ¡Mira! Ya caen las primeras gotas.

Así era, en pocos minutos se hizo el cielo totalmente oscuro, igual que si estuviera anocheciendo a pesar de ser de día y a primeras horas de la mañana. Un rayo cruzó el horizonte de parte a parte la ventana y una ráfaga helada de aire inundó el interior de mi frágil y desprevenido pijama.

—Será mejor cerrar la ventana, o terminaré por mojarme sin necesidad de ir a la ducha.

Una hora después, no lo pensé más y llamé a la «Sabanista» Lola. Hacía tiempo que no sabía de ella y crucé los dedos esperando tener suerte y que no hubiera cambiado de número de teléfono. En su domicilio era prácticamente improbable encontrarla, ya que su trabajo era afuera, en la calle, en la casa de los clientes en dónde ejercía su peculiar profesión. Finalmente pude oír al otro lado del teléfono su voz chillona de comadreja. Quedó en pasar al mediodía por mi domicilio.

««Entonces, de salir, ¿Nada de nada?»».

—Nada de nada, Cursiva.

««Pues que mañana mas entretenida que vamos a pasar…»».

—Si tan necesitada estás de calle, puedes salir a dar una vuelta cuando quieras. Nadie te lo impide.

««¡Ja! ¡Que gracioso estás hoy para haber dormido mal! ¿Por qué no me sacas a dar una vuelta? mira, apenas llueve. Ha debido de ser una nube pasajera…»».

—Está bien Cursiva, ¡Tú ganas! Pero el tiempo justo para hacer la compra.

No quise vestirme en el dormitorio para no alterar el estado de la cama. Lola en esas cosas era muy mirada y de arrebato rápido. En otras ocasiones le había propuesto que trabajara desde su casa con fotografías tomadas in situ por los clientes, pero ella era reacia a trabajar de esa manera, y siempre me decía que necesitaba estar presente «in situ» y sentirlas vibraciones del lugar, los olores y todas esas cosas. Así que varié mis hábitos a la hora de vestirme y llevé toda mi ropa a la sala. Allí me vestí mientras veía como el sol hacía amagos por imponerse entre las nubes que todavía quedaban.

««Anda que le consientes a la loca de Lola»».

—Si me sigues importunando Cursiva dejaré de hablarte. Quizás esté loca… quizás no, ¿Quién lo puede saber? pero tampoco nosotros somos un ejemplo de cordura. Hay quienes leen en las palmas de las manos o en el poso del café; ella lo hace en las arrugas dejadas en las sábanas.

—Lee en el poso de la cama. Ja. ¡Que bueno!

—Pues si. En cierto sentido así es.

Dejamos la conversación ahí. Tomé un paraguas de tantos del paragüero de porcelana y salí a hacer la compra.

Cuando sonó el timbre de la puerta me encontraba absorto leyendo El Juego Áureo de Stanislas Klosswski de Rola. Me sobresalté al escuchar el timbre, pues ya no me acordaba de la cita. 

 «« Ahí tienes a tu amiga. ¡Corre que no se marche! Já »».

—O te callas o te estrangulo…

««Yo de ti ni lo intentaría forastero»».

La Sabanista Lola llegaba puntual, tal y como era su costumbre y la mía. No hay nada peor que alguien que llega tarde a una cita. Bueno si, que la otra parte citada tampoco esté presente en el lugar acordado. Entró como lo habría hecho seguramente un elefante en una cacharrería, y a juzgar por el vestido algo prieto que llevaba de vivos colores, su anatomía, en el espacio de tiempo de algo mas de un año, había comenzado a semejarse en bastante a dicho mamífero. 

—¡Hola Viur! —Saludó pronunciando una erre alargada, forzada y un tanto afrancesada con dejes de imitación casera algo trasnochada y fuera de lugar. Alargó la mano tendiéndome el voluminoso maletín de cuero desgastado que portaba lleno de pegatinas de compañías aéreas— ¡No te quedes ahí quieto mirándome mis pechos y entra la maleta! Todavía he de salir por el resto del material.

««¿Resto de material?»».

—¿Resto de material?

—Eso dije, ¿es que acaso te has quedado sordo? ¡Anda, baja y ayúdame!. No seas perezoso. ¡Qué holgazanes sois todos los hombres!

Me quedé de piedra al ver cual era su coche. Un Smart blanco con publicidad de ella misma: «Videncias Sabanista Lola» y su número de teléfono de contacto. No se como del maletero pudo sacar tantas cosas y en tan poco tiempo, pero el caso es que lo hizo. Para un bulto que yo le cogía ella me daba dos. Aquel coche debía de estar «tuneado» aunque no lo aparentara, pues de otra manera resultaba impensable pudiera transportar tanto peso. Avanzó delante de mí como lo haría en un desierto una tanqueta militar estando llena de combustible. Era el vivo retrato de Julia Roberts en Pretty Woman: pero al revés. Con una caja debajo de cada brazo y el bolso en el que cabría un muerto, soltó su otra frase que le hacía sentirse bien por lo que de deseada conllevaba: «Deja de mirarme el culo, pervertido». Se alejó hacia la puerta con una imitación burda y paupérrima del andar de Marilyn Monroe. Crucé los dedos en la esperanza de que en el breve intervalo transcurrido de salir a la calle, empleados del ayuntamiento no hubieran abierto en la calzada una salida de aire a lo Billy Wilder en «La tentación vive arriba» y su falda se hubiese elevado hacia el cielo en busca de un destino mejor. Creo que habría vomitado allí mismo de darse el caso. Tuve suerte, no solo volvía a llover, abría sido inaudito que empleados del ayuntamiento hubieran hecho algo parecido. O simplemente algo.

Terminamos de entrar todo lo que faltaba según Lola, incluida una pieza plana de gran tamaño, un tablero terriblemente pesado. Dejamos atrás la entrada, el salón y llegamos como pudimos al dormitorio, en donde nos detuvimos ya exhaustos por el esfuerzo realizado. No era para menos.

—¡Bien! Ya lo tenemos todo. ¿Has tocado algo cuando te has levantado de la cama? —Dijo Lola con voz de trueno y sus ojos puestos en mí como en busca de algún conato de mentira apunto de florecer en mis labios. Abrió uno de los bolsos, el más grande, y sacó de él una prenda negra.

—No. Creo que no —Su voz tan aguda era capaz de hacer estallar en mi cerebro cualquier intento de pensamiento o recuerdo.

««Se lo estás diciendo tan convencido como lo haría un tuareg a un turista occidental de que éste conseguirá cruzar el desierto con una botella de agua de litro y medio.¡Já!»».

—De acuerdo. Lo primero de todo cierra la ventana y corre la cortina –Mientras lo decía terminó de colocarse sobre su vestido la prenda que había sacado. Parecía un monje cartujo pero sin capucha. Al menos agradecí dejar de ver su vestido aunque solo fuera por un breve espacio de tiempo.

—Bueno, bueno. Ahora, con mucho cuidado, vamos a poner estas piezas de cobre cubriendo toda la cama. Empezaremos de arriba abajo, con sumo cuidado de dejarlas caer despacio y nunca arrastrarlas. Eso es muy importante, que no se te olvide. Nada de arrastrarlas.

—De acuerdo. De acuerdo. Lo tendré en cuenta.

Utilizamos doce placas cuadradas de cobre, de treinta centímetros cada una para conseguir cubrir toda la cama del dormitorio, luego me hizo salir a la sala y esperamos algo más de un cuarto de hora para volver a entrar al dormitorio.

—Te ha quedado «cuco» el piso siendo que vives solo —dijo nada más abrir la puerta del dormitorio y dejarme entrar al mismo.

««¿Solo? ¿Y yo qué? ¿Acaso no cuento para nada? ¡Será zorra la muy cretina!»».

 —La última vez que vine recuerdo no estaba así. Para ser soltero no se echa mucho en falta la presencia femenina —lo aseveró con el convencimiento de quien se sabe una experta conocedora en ese tipo de detalles.

««Si pudiera la pateaba ahora mismo en su gordo culo»».

—Me sobra tiempo y puedo dedicárselo a la casa.

—Comprendo. ¿Tu padre, verdad? —Lo dice ya sabiendo la respuesta. Ha tomado del aparador la foto enmarcada en dónde mi padre mostraba en el momento de la instantánea el brick de doble agujero con el que se hizo millonario al cabo de trascurridos muy pocos meses de su lanzamiento al mercado por una de las compañías más importantes del país— Un hombre interesante con ese bigotito a lo Errol Flynn. Te debió dejar un buen pellizco en su herencia. 

—Todavía me dura el hematoma. El del pellizco…

««¡Já! Buena respuesta. La has dejado sin habla por fin, a la cotilla ésta»».

—Bien, es hora de volver a la habitación. El cobre ya debe de haber hecho su parte dejando la energía de Venus. No pongas esa cara Viur, el cobre es un buen elemento conductor de la energía psíquica. Te ayudará a estabilizar la tuya. Tiene efectos de protección.

—De momento a lo que me ha ayudado, ha sido a destrozarme los brazos con su peso.

Con gran parsimonia y si cabe, mas despacio en esta ocasión, con solemnidad propia de un cortejo fúnebre, fuimos quitando todas las placas sin desplazarlas por la cama, tal y como había indicado en sus instrucciones, elevándolas a pulso y sacándolas fuera de la habitación junto a sus otras cosas.

—Entonces, ¿Esto de las planchas puestas encima de mi cama todo este tiempo, era para que me dejaran sus efectos de protección? —Me pareció estúpida la pregunta nada mas formularla, pero ya era tarde. Lola me había oído.

—¡Ah, no, para nada! –Se ríe sin recato, como si alguien hubiera contado un chiste del cual yo no hubiese sido capaz de escuchar— pueden servir para eso, pero han de tenerse bajo la cama siempre, no arriba de ésta.

—¿Entonces, por que las hemos puesto arriba?

—Por el peso. Ven, ayúdame con esta caja.

—¿Por el peso? No entiendo nada…

—Así es. Saca este paquete con cuidado. Despacio, despacio.

—Pero el peso…

—¡Olvida eso ahora! Pareces un disco rayado, Viur. Ahora lo que cuenta es seguir la segunda parte del proceso.

Desconocía estar inmerso en medio de un proceso, fuera cual fuera este. Así que opté por callarme con la sana esperanza de que terminara pronto y se marchara. Me estaba arrepintiendo de haberla llamado, pero ya no había marcha atrás. Sin decirme nada mas, desplegó sobre la cama lo que podría haber sido una especie de mantel negro de papel. Salió una vez más y regreso portando al menos algo conocido, aunque para nada esperado.

—¿Dónde la puedo enchufar? —Preguntó abarcando con su mirada todo el dormitorio

««¿Pero a dónde va con una plancha la loca esta? ¿Te va a planchar ella las camisas o el pijama? ¡Já!»».

—¿La plancha?

—Pues claro Viur, no va a ser el… ¡Deja! Ya veo el enchufe. Espero que llegue, si no traigo de todas formas un alargador de diez metros. Ya perdí un cliente hace unos meses por no llevar uno. Venga hombre, ¡Anímate, que la vida son cuatro días!

Así decían, cuatro días, y yo tenía en aquel momento la desagradable sensación de estar camino de perder los que me restaran por vivir a su lado. Conectó la plancha a la toma de corriente y saco una botella de plástico de esas que se usan en las cocinas para limpiar los muebles o las encimeras, rociando repetidamente a modo de lluvia artificial sobre aquel mantel de extraño papel.

—Bien, ahora la manta. 

Lo ha dicho toda satisfecha, elevando los pechos al tomar aire. Creo que incluso se ha olvidado de que estaba allí con ella. Hablaba como dictándose a si misma lo que debía de hacer en cada momento. Es una manta muy finita la que despliega sobre la cama, de color azul oscuro y plagada de pequeñas estrellas a modo de firmamento. Nunca antes me había montado una lectura de sábanas así.

««Tranquilo, el seguro contra incendios está pagado»».

—Menudo consuelo.

—¿Eh?, tranquilo, que ya casi hemos terminado. Mira, la plancha ya está caliente.

«Fíjate bien, Cursiva, igual aprendes algo».

««¿Te he dicho hoy que te odio,? Recuérdame que te mate luego de haberse marchado ella, no quiero dejar testigos, ¡Já!»».

«Mira, Cursiva, está planchando el mantel o lo que sea eso con lo que ha cubierto la cama».

—Bueno ¡ya está! —Su cara, ahora algo mas sonrosada es un cúmulo de expresiones, se puede ver su satisfacción y gozo, probablemente superaría a la que debió de poner Leonardo da Vinci al contemplar acabada La última Cena.

Como habría dicho mi madre de estar viva, pensé «Alabado sea Dios, demos gracias al Señor…». Lola, La Sabanista, dejando la plancha en el suelo, la desenchufó y apartó a un lado, acto seguido retiró la manta.

—Y ahora –lo dice como si fuera la presentadora del circo Prince. En su caso el esfuerzo resulta patético. Aún así, le presto atención— Y ahora –vuelve a repetir— si todo ha salido bien, tendremos un negativo de la sábana y plasmadas las arrugas que dejaste en la cama esta noche pasada.

Me he quedado de piedra con la visión. Es hermosa. Ha conseguido hacer una especie de sábana Santa. Es una obra de arte adelantada a su tiempo.

—¿Es mi sudario?

—Si. ¡Por fin el bronce te ha despejado las nubes que te dejara Zeus sobre tu nublada cabeza!

««Ahora va a resultar que esta tía sabe de mitología»».

Lola se ha puesto a hablarme en un monólogo del cual yo no participo. De vez en cuando pillo alguna palabra «Aquí se ve en estas espirales tu tormento interior repetido». «Esta línea denota que te diste la vuelta huyendo de los demonios con los que soñabas…» Así sigue durante unos minutos con su perorata. Para cuando me doy cuenta, ella ya no está. Se ha marchado habiéndome vendido un marco negro de aluminio desmontable, de esos que venden en las tiendas de bricolaje para montar uno mismo, en el cual poder exponer en la sala principal mi sudario, y debajo de la cama reposan las planchas de cobre con las que aplastó sin misericordia las arrugas dejadas en la sábana de la cama. Ahora dormiré más seguro y con algo menos de dinero en mi cuenta corriente del banco.

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