Cuando los próceres son solo humanos

¿Qué tanto son en realidad los grandes hombres que la historia oficial dicta?

Sin Filtro 25/07/2017 Darío Hernández Orjuela
BOLIVAR
Simón Bolivar Foto: Guayaquil

Posdata Digital | Argentina

Por Darío Hernández Orjuela

“He arado sobre el mar”. Esta es la frase que se le adjudica a Simón Bolívar como sus últimas palabras.

Diferentes teorías se han dado a partir de los estudios formales sobre las guerras de independencia en América Latina. Algunas de ellas tienden a dar luz acerca de los acontecimientos y protagonistas, otras se han desarrollado en contextos donde sus agendas políticas tergiversan el lado humano de los actores, desconociendo sus contextos y trayéndolos a la actualidad como semidioses, elevando a los grandes líderes independentistas a pedestales que los hicieron referentes de honestidad, valentía y patriotismo. Pero ¿Qué tanto son en realidad los grandes hombres que la historia oficial dicta?

Siempre los gobiernos de turno se han encargado de incluir en su agenda política el llamado “revisionismo histórico” y se renuevan los ideales patrióticos de estos personajes eliminando de un golpe de pluma sus errores, traiciones, malas decisiones y en algunos casos su crueldad y despotismo. La necesidad de crear memoria colectiva desde un mito y no de una realidad ha permitido que se tomen como referentes, personas que en su momento tuvieron un papel trascendental, pero que nada los pudo alejar de ser simplemente protagonistas de un contexto que exigía tomar una posición y luchar por un ideal, que en las páginas de los libros se muestran como actos desinteresados de sacrificio y servicio a una causa que implicaba mostrar su valía. Pero en la mayoría de los casos, eran sujetos egoístas que buscaban el poder y la gloria por riquezas o una insaciable y enfermiza búsqueda de su propia inmortalidad.

No se pretende restar importancia a los actos que llevaron a cabo estos hombres y mujeres. Es claro que sus actos, memorables o no, moldearon a América y le dieron a cada uno de sus países una identidad y definieron su futuro. Pero ¿Dónde están en los libros de historia, aquellos que de igual manera sacrificaron sus vidas por un ideal y que al mismo tiempo no quisieron hacer de sus actos un estandarte político?

Muchos son los innombrables, los caídos en combate, los sacrificados, los que no murieron en medio de una sala llena de copartidarios, un cura y un pintor que inmortalizara su último suspiro. Aquellos que murieron fusilados, en las horcas, en charcos de lodo y sangre, o peor aún, en el olvido. Muchos de estos verdaderos héroes han sido olvidados en el tiempo y no representan nada más que un pie de página, o su nombre se perdió para siempre.

Por qué no hablar de aquel Simón Bolívar traidor de Francisco de Miranda, el gran luchador de las guerras más importantes de los siglos XVIII y XIX, quien codo a codo peleó en las guerras napoleónicas y acompañó a Washington en la guerra de independencia americana. El mismo que inició la campaña libertadora, el cual cobardemente fue entregado encadenado a los realistas españoles por Bolívar para salvar su pellejo y recibir dinero y un salvoconducto para irse de Caracas y salvar su vida. Este mismo acontecimiento adornado por la historia como el gran sacrificio del honor por una causa mayor, es tal vez uno de los actos más viles que no se cuentan del “Libertador”. De ahí en adelante con sus éxitos y fracasos en las campañas que llevó a cabo se desdibujan cientos de anécdotas que demuestran su megalomanía y la incapacidad de verse a sí mismo, no como el caudillo y salvador, sino como el emperador y dictador.

Irónicamente, aquel auto proclamado “prócer” del siglo XX y XXI, Hugo Chávez, tomó a Bolívar como estandarte junto a una política Marxista; con el garrafal error histórico de unir en un solo movimiento político al prócer y su principal detractor. (Bolívar y Ponte. Karl Marx 1858).

De igual manera podríamos ahondar en personajes como José de San Martín, O´Higgins, Francisco de Paula Santander (otro notable traidor), y así continuar con el santoral de héroes y heroínas, de derecha e izquierda, progresistas, liberales, conservadores, fascistas o radicales, de la corriente política que sea, todos ellos merecedores de estatuas, afiches, himnos y banderas. Todos y cada uno implicados en corrupción, masacres, traiciones y actos viles. De aquí solo se salvan en su inmensa minoría los sacrificados, los muertos en combate, los que jamás quisieron ser hombres inmortales. Los que habrían preferido ser uno más de una ola de cambio y revolución y no la cabeza glorificada por aplausos y promesas de semidioses.

Es casi nauseabundo el escuchar al militante enceguecido por el discurso dogmático de la doctrina basada en los ideales de un ser imperfecto. Más cuando murió en su cómoda y ostentosa cama rodeado de “lame botas” que le recordaban día a día que eran seres excepcionales o peor aún, ser testigo de cómo continúan con vida haciendo de las suyas, llenando plazas y creando esa idea errónea de que los cambios se generan bajo la tutela de un orden estricto de creencias, eliminando de tajo el verdadero concepto de democracia y destruyendo la maravillosa experiencia del debate y la diversidad de pensamiento.

Es así como se cierran los periodos electorales en nuestras democracias adolescentes. Las mismas donde imperan los poderes corruptos manejados por los emancipadores de la libertad y la igualdad mientras llenan los bolsillos, enfrentados a ladrones y asesinos de cuello blanco que hacen uso de su brazo armado de fusiles y cruces contra los humildes, engordando a empresarios y corporaciones. No tenemos como pueblo de donde escoger. Tenemos los mismos personajes representados en cada uno de nuestros pequeños reinos, seamos colombianos, argentinos, peruanos, brasileños, chilenos o paraguayos. Panameños, salvadoreños, uruguayos, etc., etc., etc.

Somos víctimas de nuestro propio invento de historia, mientras un presidente estúpido le dice a su “querido rey” de España, que nuestros emancipadores debieron sentir “angustia” de separarse del imperio, así mismo otro más al norte, destapa una placa conmemorativa en honor a uno de los piratas más sanguinarios de la historia del caribe; asesino de miles de americanos, para hacerle un cariñito al príncipe de Gales.

Al final el “mesías” americano pronunciando sus últimas palabras tuvo ese momento de lucidez al decir: “he arado sobre el mar”. Tal vez en ese momento se dio cuenta que nunca lograríamos ser responsables de la propia tierra que heredamos, que estábamos condenados a la ignorancia, a la desigualdad y a seguir fundando nuestro presente en un pasado tan falso que nuestro futuro no se ve para nada alentador. Cada cual tiene la libertad de pensar, creer y sentir lo que se le venga en gana, el problema es no hacerlo por criterio propio, o peor aún siendo convencido ciegamente por un igual que se cree superior.

Todo se resume en las pasiones, tal vez al sentir esa necesidad de ser representados por banderas, colores, escudos e himnos, nos dan la posibilidad de alentar esas pasiones de la guerra y el deporte. Tal vez necesitamos sentirnos siendo parte de algo y buscamos a ese ser a quien admirar mirando hacia arriba, para nunca jamás sentirnos solos.

NI HINCHA, NI CREYENTE, NI MILITANTE…

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