POSDATA Digital| Argentina
Por Luis García Orihuela |Escritor | Poeta |Dibujante
Publicación original:05/10/2018
El hombre pez se llamaba Gregg y, sobre todas las cosas, era un romántico empedernido de los llamados chapados a la antigua. Para tratarse de un hombre pez era bastante alto y bien parecido, un auténtico gentleman dentro de los de su raza, apuesto y siempre bien vestido, ropa cara y a la medida, siempre de diseñadores de prestigio internacional, a la última moda en Shilanova, su ciudad natal. Sus grandes ojos laterales le conferían la apariencia ante los demás de estar siempre muy atento ante todo, aunque a la hora de la verdad, Gregg era bastante despistado y solo tenía ojos para su amada Akuarella.
Justo allí, había conocido, crecido y jugado con Akuarella, con la cual estaba prometido desde los once años de edad y enamorado perdidamente. Sus familias no tomaban demasiado en serio su presunto noviazgo, Ambas familias estaban bien posicionadas socialmente y tenían muchos recursos a su alcance, y eran de la opinión de que todavía eran demasiado jóvenes e inexpertos para casarse y formar una familia. Tiempo abría de sobra, pues los hombres y mujeres pez eran de una longevidad conocida por todas las razas. Ahora, a sus veinticuatro años, Gregg estaba a punto de casarse con Akuarella, tal había sido la insistencia de los dos y sus muestras de amor mutuo, que las familias habían finalmente dado su consentimiento a dicho enlace, Tan sólo restaba una semana para que viesen su sueño cumplido. Se casarían conforme a los santos rituales del antiquísimo pueblo sumergido de los Resbal, ya desaparecido al haberse adaptado sus habitantes con el paso de los siglos a vivir en la superficie terrestre, Después de todas las mutaciones biológicas, ya no eran capaces de respirar bajo el agua tal y como siempre habían hecho, si bien, seguían todos siendo unos expertos nadadores, capaces de aguantar la respiración bajo el agua por más tiempo que ninguna otra raza. Cosa de la cual se sentían muy orgullosos todos ellos. Y no era para menos. En verano eran venerados en las piscinas por los chiquillos de otras razas que no gozaban de las facultades que tenían los Resbalianos para aguantar la respiración sin salir del fondo de la piscina. Ni que decir tiene, que Gregg trabajaba de socorrista en la piscina municipal de la localidad; no es que fuera un gran salario lo que recibía, pero junto con el sueldo de funcionaria de Akuarella, habían calculado podrían vivir holgadamente y ser felices sin necesidad de recurrir a los contactos familiares como tantos otros habían hecho sin ningún tipo de escrúpulo, «la familia para eso estaba», se decían convencidos como si tratase de una oración al dios Fishh.
De camino a casa, después de visitar al sastre para hacerse con el traje de boda ya terminado, tomó por el mercado nuevo para echar un vistazo a las reformas que habían realizado, Desde que terminaran las ampliaciones no había vuelto a pasar por él, y el olor cercano del puerto, al mar y al salitre, el sonido de las gaviotas sobrevolando el paseo Marítimo le influía como un canto de sirena hechizándolo, Si bien había muchos parroquianos en la plaza dando voces e interrumpiendo su paso, pensó bien valla la pena con tal de estar menos tiempo expuesto al sol. A su piel, todavía escamosa, no era precisamente lo que mejor le iba. Gregg fue esquivando a la gente conforme podía, se dijo que con aquellos arreglos, el Mercado había incrementado en mucho el paso y la presencia de gente. De pronto, un chico de aspecto enclenque que subía por la cuesta empinada de la calle Sornillss, transportando fruta metida en dos grandes cestas, perdió pie, resbaló, y las cestas antes repletas de granadas, sandías y melones cayeron al suelo emprendiendo una rápida carrera a la que muchos de los allí presentes se apercibieron y fueron prestos a recogerlas y guardarlas en sus carritos a pesar de que al caer casi todas se partieran y reventaran llenándolo todo de variados colores y olores. Temeroso Gregg de ensuciarse su flamante traje de boda, tomó por la calle de la izquierda, con la intención de salir del mercado, pero todavía quedaba un contratiempo más: El puesto ambulante del pescado. Expuesto así como estaba al sol, con apenas algún que otro trozo de hielo, recibió el penetrante olor que desprendían. El tendero, levantando un gran trozo de pez espada, hizo amago de ofrecérselo y una nube de moscas y mosquitos levantaron el vuelo al sentirse zarandeadas. Fue entonces cuando Gregg notó que le picaban en distintas partes de su rostro. Aterrado por lo sucedido, cambió de planes, y tomando un coche libre estacionado en su parada, se personó en la consulta de su médico particular en un visto y no visto. Sabía lo que había en juego…
El doctor, tras hacerle una analítica total de emergencia, fue claro y contundente una vez tuvo los primeros resultados entre sus manos. Todo parecía indicar a priori que los mosquitos le habían inoculado con sus picaduras un virus conocido con el sobrenombre de «Regresión». Los resultados definitivos tardarían varios días en ser concluyentes, pero el doctor no quiso darle muchas esperanzas en cuanto a que pudieran cambiar de forma notoria los resultados mas exhaustivos.
Aunque Gregg, —lo mismo que todos los de su especie— era conocedor de sus efectos, el médico le fue concretando más y más detalles sobre sus síntomas. El virus se iría extendiendo a lo largo de los días por todo su cuerpo. Poco a poco la sensación de sequedad en la piel, en su boca, de necesidad de agua, iría en aumento de una manera progresiva (a juzgar por los pocos datos que se habían divulgado y llegado a estudiar de una manera científica). La respiración se le haría más dificultosa, y al parecer, iría perdiendo el habla, y el conocimiento total del idioma. El resto sería una pura metamorfosis al pasado de su especie. Una regresión genética. Nadie podía saber si llegado ese momento los recuerdos perduraban o morían al momento.
Quizás le quedase una semana… quizás, incluso menos. ¿Cómo saberlo? No había cura. Los efectos de la picadura eran hasta la fecha irreversibles y letales. Gregg pagó la minuta de la consulta sin rechistar y salió de allí sin despedirse, como un fantasma.
Ya en la calle, Gregg sacó su celular con intención de llamar a Akuarella y contarle… ponerla al corriente de todo, pero desistió. No podía decirle algo así a su amada, a su prometida, ¡Oh!, ¿por qué le tenía que haber pasado a él y no a cualquier otro? Al menos a otro que no estuviera a punto de casarse. Eso habría sido lo correcto. Gregg estaba locamente enamorado de Akuarella, haría cualquier cosa por ella, como estaba seguro del amor de ella y su disposición total a dar su vida por él. Con aquellos pensamientos tan amargos en su mente, sintió sequedad en la boca y la lengua como acartonada, igual a las veces en que de joven había salido de fiesta por la noche y al día siguiente despertado en la cama con resaca y dolor de cabeza, sin llegar a recordar como había llegado hasta allí. Lo que habría dado por que fuera ahora ese su caso. ¿Sería ya el primer síntoma aflorando en tan poco tiempo transcurrido?
Akuarella se desmoronó y cayó desmayada al suelo nada más oír la nefasta noticia en boca de Gregg. Su Gregg con «Regresión», ¿cómo podía haber un dios tan injusto? ¿Qué mal habían hecho? Abrazados, se juraron amor eterno y se prometieron no decirles nada a sus respectivas familias. ¿Qué pensarían sus amigos más íntimos si se enterasen? Seguro habría gente mala que iría con el cuento de que Gregg había contraído el virus visitando algún prostíbulo del cercano puerto. Gregg decidió seguir adelante mientras ello le fuera posible y las fuerzas no le abandonasen, y acudir diariamente a trabajar a la piscina como siempre había hecho, como si realmente nada hubiera pasado. Según el médico le había dicho, «Regresión» no era un virus contagioso, o al menos, eso pensaban, pero para evitar cualquier posibilidad al respecto, en la piscina no dijo nada, y con Akuarella no cedió ante la insistencia de ella por reunirse como todos los días en el parque cercano a su casa para pasear y hablar de sus cosas, de su futuro. No le sentó bien a Akuarella, intentó convencerle de que debían de seguir viéndose, de buscar una solución ellos mismos, ¡debía de haberla! Uno de sus primos, Pastracc, tenía una empresa farmacéutica con grandes medios a su alcance, quizás si hablaran con él… pero todo fue en vano. Sus ruegos resultaron inútiles y Akuarella se despidió con un beso dejándole el rostro mojado por sus furtivas lágrimas. El amor les había unido y ahora el destino les separaba.
Dos días después, Gregg daba saltos de alegría al escuchar como su médico le aseguraba, por centésima vez, que los resultados habían dado negativo y no le pasaba nada. Todo había sido una pequeña alergia y nada más. Bendijo al médico, lo abrazó y salió disparado a casa de Akuarella. No se podía creer la suerte que había tenido. Aunque con retraso, la boda tendría lugar tal y como estaba prevista desde meses atrás.
Nada más llegar a las inmediaciones de la mansión de Akuarella, sintió un cosquilleo en la nuca, y al acercarse a la gran puerta de madera de la entrada, supo con certeza que algo malo había pasado.
Como siempre le abrió la puerta Edgard, el mayordomo, que apunto estuvo de caer desmayado al verle ante sí. Rápidamente cruzaron explicaciones y Gregg se pudo enterar de todo lo que había pasado en su ausencia. Akuarella llevada de su amor hacia él, había contactado, a escondidas de sus padres, con su primo Pastracc, consiguiendo de este una muestra del virus que supuestamente afectaba a Gregg. Queriendo acompañarle en su trágico destino se había inyectado el virus y dirigido al puerto para lanzarse al mar. No sabiendo cuanto debería inyectarse se puso una buena parte y se llevó la jeringuilla con ella. La dosis fue tan elevada que al bajarse del taxi que había tomado, su rostro ya había cambiado y el chofer salió huyendo al verla, sin esperarse a cobrar la carrera. Gregg todavía llegó a tiempo de verla de espaldas sobre una gran roca que se adentraba en el mar. La llamó a gritos haciéndole señales sombrero en mano, corriendo desesperado hacia dónde ella estaba. Akuarella pareció por un instante dudar y girarse, pero ya no podía hablar y necesitaba del mar para poder sobrevivir. Se zambulló cuando Gregg ya casi llegaba a su lado. Gregg tomando la jeringuilla que Akuarella había dejado tirada en el suelo, se inyectó como pudo lo que restaba y saltó sin pensárselo tras su amada Akuarella.
Luis García Orihuela, Escritor, poeta y dibujante. Vive en Valenciana, (España)..
Embajador del idioma español en el mundo.
Fundación Cesar Egido S
Es autor del libro de relatos cortos SUEÑOS INSOLUBLES, la novela Libro de Arena y Mary el cuento infantil El Ejército de las Palabras, todos ellos publicados en EEUU, en Nueva York. CAFÉ Y COPA EN EL QUESADA: Poesía, LOQUESYNOES: Poesía bilingüe, EN LA ARENA MARCIANA: Relatos breves entre otros.
Ha trabajado en radio, en la realización de series infantiles de TV, avaladas por premios de animación como el Tirant de Valencia.
Editorial Libros Mablaz le publica Enhebrando tardes de invierno (Madrid, 2014). Un poemario bilingüe Español-Francés, traducido por Ana María Marquéz.
- Te puede interesar -arca-de-luis
- Libros:s/LUIS-GARC%C3%8DA-ORIHUELA
Suscríbete a sus PODCASTS
"MUFASA: El Rey León, ¿quién es quién en las Tierras del Orgullo?"
Mirá la galería de fotos exclusiva de MUFASA: El Rey León. Estreno el 19 de diciembre, solo en cines.
¿Qué sucede cuando el legado de una líder política se enfrenta a la justicia?
PODCAST-. El análisis notable de un doctor en psiquiatría, Claudio Plá y un ingeniero civil, Eduardo Servente sobre la realidad política y económica de Argentina y el mundo.