El árbol de Navidad

Los relatos de Navidad que el autor comparte exclusivamente en Nochebuena,

El Arca de Luis24/12/2019 Luis García Orihuela
  

reno2Composición fotográfica:Luis García Orihuela

Posdata Digital Press | Argentina

Luis García OrihuelaPor Luis García Orihuela | Escritor | Poeta | Dibujante

 

La noticia había corrido como la pólvora bien seca cuando se prende. Renny había enfermado sin que al parecer nadie supiera el por qué, y no solo era el reno favorito de Papá Noel, también era quien se encargaba de dirigir la súper nave con los regalos de Navidad para todos los niños del mundo. Nadie daba crédito a la noticia, pues desde que fuera mayor de edad, Renny, nunca, nunca, había estado enfermo, ni tan siquiera con unas pocas décimas de fiebre. Era un Reno todavía joven, soltero y muy vigoroso. En combate no había quién le ganase, un solo golpe dado con sus astas resultaba tan vigoroso el impacto que muy pocos eran capaces de resistirlo sin caer rendidos al suelo o darse al momento seguido por vencido. Si esto era así… ¿Cómo era posible hubiese enfermado? Pasado el primer momento de la noticia todo comenzó a producirse conforme era lo esperado en Noelandia. Las primeras en conspirar sobre lo sucedido fueron Renicia y Renata en cuanto se encontraron en la peluquería para hacerse las astas a la última moda que les llegaba desde París, con las puntas pintadas con esmalte rosa pálido.

—¿Te has enterado Renata? He oído decir que Renny ha enfermado. Parece imposible pueda ser verdad…

—Bueno, ya sabes, Renicia, no lo creas todo lo que dicen. Es posible sea un bulo de navidad, una mentira más de las muchas que se inventan los que no tienen nada que hacer ni un sitio en donde caerse muertos. Mentiros hay muchos y la envidia por el puesto que ocupa…

—¿A que te refieres, Renata? Tus palabras parecen entrañar algún misterio —dijo Renicia en voz baja al ver acercarse a Rodolfo el peluquero contorneándose y silbando una tonadilla de villancico muy pegadiza.

—¡Señoras! Por favor, procuren no moverse tanto, o este rosa tan esplendido que les he puesto no cogerá bien y se cuarteará. U sería una pena. ¡Están tan bellas ambas con él!

Esperaron a que pasara de largo en dirección a los secadores y enseguida se volvieron a enzarzar entre las dos.

—He oído decir que le han envenenado —dijo Renata haciéndose la interesante mientras e miraba el acabado de las uñas a juego con las astas.

—¿Tú crees? —Dudó Renicia— No se… Yo no creo haya nadie capaz de hacer una cosa así, aunque claro, nunca se sabe, ¿Verdad?

—Pues a mi no me extrañaría nada. Su puesto a la cabeza de la nave de Papá Noel es muy ambicionado por todos. Son muchos los que lo desearían y estarían dispuestos a hacer cualquier barbaridad por conseguirlo.

—Pero sería muy arriesgado. Imagina si les pillaran. Mujer, a lo mejor solo es algo pasajero, una intoxicación, algo que le ha sentado mal, ya sabes… esas cosas pasan antes o después a todos.

Es una pena… tan apuesto, bueno, quiero decir tan apuesto que era. Ya debe de tener sus añitos, ¿eh? —Preguntó Renata no sin un cierto rin tintín en su voz.

Iba ya a contestarle Renicia, de hecho estaba tomando aire y llenando sus anchos pulmones como para hacer una frase bien larga, cuando entró corriendo a la peluquería Mecuelo, el pequeño castor que siempre andaba metido en todos los fregados que se cocinaban en Noelandia. Frenó en seco y resbalo durante unos metros sobe el pulido piso, mientras que a la vez se ajustaba la gorra roja con la visera hacia atrás. Antes de que tuviese tiempo de abrir la boca para hablar, se dejó oír tambores y trompetas, a la vez que una gran algarabía de gente proveniente de la avenida Felicidad.

—¡Es el desfile de los peques! ¡Viva!

Al escuchar el estruendo que les llegaba, todos salieron a la avenida a verlos pasar. Hasta doña Rufa se levantó del secador de pelo con los bigudíes todavía puestos, era una leona muy coqueta y presumida y en cuanto los vio acercarse a pocos metros de la entrada regresó de un felino salto a su asiento que todavía conservaba el calor de su cuerpo. En la puerta Renicia, Renata y Mecuelo observaban el desfile satisfechos. En primer lugar avanzaban los garrotes de colores y las piruletas de fresa y limón, flanqueadas a los lados por los cigarrillos de chocolate sin leche y unos nuevos ese año: Los cigarrillos de chocolate blanco que siendo nuevos no paraban de hacer gestos y saltos , saludando a todo el mundo a su paso.

—Fíjate —dijo Renata— Este año los hay blancos, me refiero a los cigarritos, claro —concluyó riéndose entre dientes.

—A los más pequeños les van a encantar. Hay que ver, ¡ya no saben que inventar! ¿Quién nos iba a decir veríamos nunca algo así?—exclamó Renicia con gran entusiasmo.

—Es que los tiempos adelantan que es una barbaridad. Si mi difunto Rodolfo levantase las astas… —Dijo suspirando Renicia con mucha nostalgia en el tono de su voz.

—¡Mira! Son los soldaditos de plomo y los de madera tocando el tambor. ¡Qué bien que lo hacen! Y marcan el paso al mismo ritmo —avisó Renata toda entusiasmada ante el asombro de Mecuelo que no se lo esperaba y le pilló de improviso su alegría.

—Ensayan todo el año, mi primo Memarcho desfila con ellos —Avisó todo orgulloso Mecuelo en voz alta, para ser oído entre el jaleo del desfile. Igual le veo pasar, aunque es difícil. Hay llegan los patitos.

Efectivamente, a pocos pasos de los soldaditos se encontraban docenas y docenas de patitos naranjas de plástico, todos ellos listos para terminar flotando en alguna bañera humana para deleite de los más pequeños e incluso de algunos mayores. No bien habían terminado de pasar, vieron desfilar tras ellos los caballitos de madera que se balanceaban adelante y atrás mostrando sus hermosas crines recogidas a modo de rastas.

—¡Por todas las astas del reino! —Gritó Renata al darse cuenta de la hora que era—  ¡Olvidaba había quedado con Merindi y Renotta para tomar unas pastas con café en la terracita de Boulevard Green. ¡Es tan hermoso el jardín que tiene montado! Y los asientos son súper cómodos con esos cojines que les han puesto en la reforma. ¡Me encanta! —dijo suspirando nostálgica al recordar el sitio—. Adiós.

Sin más Renata salió de la peluquería y se entremezcló con la comitiva que pasaba en ese momento, que no eran otras que las cajas de música y sus bailarinas de ballet con sus tutús rosas a juego con sus zapatillas de baile con las bandas elásticas ajustadas a sus diminutos pies.

Desde ventanas y balcones se asomaban de todas partes al escuchar el paso de la comitiva cercana a sus dependencias. Al día siguiente sería el desfile de los Medianos, y al otro el de los más grandes, pero por mucho que todos esperaban por ver los elefantes marchando, sin duda alguna la cabalgata de los más pequeños siempre resultaba la más llamativa para todos en Noelandia.

 

 

 

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