No, las palabras no pueden ser violencia: la violencia reside en la intención

En el silogismo de Barrett reside un error lógico que fue sacado a la luz por Jonathan Haidt.

Sociedad11/02/2020CVA  Producciones IntegralesCVA Producciones Integrales
  

Posdata Digital Press | Argentina

"Si las palabras pueden causar estrés, y el estrés prolongado puede causar un daño físico, entonces parece que las palabras (al menos cierto tipo de discursos) pueden ser una forma de violencia". Este es el silogismo que se plantea en un artículo muy difundido del año 2017, publicado en The New York Times por parte de Lisa Feldman Barrett, una prestigiosa profesora de psicología e investigadora de las emociones.

Sin embargo, las palabras, por muy connotadas que estén (léase la prohibidísima "nigger") no pueden ser violentas, como tampoco lo son los cuchillos: lo violento es la intención con que las usamos.

Error lógico
En el silogismo de Barrett reside un error lógico que fue sacado a la luz por Jonathan Haidt, un psicólogo social y profesor de Liderazgo Ético en la Universidad de Nueva York, en otro artículo publicado en The Atlantic: básicamente que no podemos aceptar que el daño físico es lo mismo que la violencia.

Es decir, que las palabras causen estrés, por ejemplo, y que el estrés causen daño, no significa que las palabras sean violentas en sí mismas. Solo se establecen que las palabras pueden causar daño.

Basta con sustituir las palabras por otro acto cualquiera en el silogismo de Barrett para advertir cuán erróneo es: "romper con tu novia", "poner muchos deberes a los alumnos", "revelar que tu padre no ha sobrevivido a la operación". Todas esas palabras causan estrés, dolor, incluso dolor físico, pero eso no significa necesariamente que esas afirmaciones sean violentas, ni siquiera actos violentos.

Todavía más erróneo sería escoger una lista de palabras que, entre todos, hayamos convenido que causan estrés o dolor en sí mismas, y por tanto resulta perentorio regularlas o prohibir su uso porque no hace falta ser muy inteligente para burlar esta regulación. Por ejemplo, si no podemos decir "gordo" o "subnormal" porque estos epítetos son intrínsecamente ofensivos, entonces podemos ofender tanto o más sustituyendo esas palabras por "figurín" o "genio".

Basta con imprimirle la inflexión de voz adecuada a la palabra para que tildar a alguien de "genio" o "Einstein" y expresar que es muy tonto resulte más ofensivo. Sí, más ofensivo, porque si todos usamos determinadas palabras convenidas como insultantes, su efecto también se devalúe por el sobreuso (por ejemplo, podemos llamar "subnormal" a un amigo de forma amistosa).

En cuanto escogemos una palabra como intrínsecamente ofensiva y la sustituimos por un eufemismo, entonces si la realidad no cambia el eufemismo acabará por ser infiltrado de las connotaciones peyorativas de la propia palabra ofensiva o palabrota, lo que nos obligará a volver a sustituirla por otro, y luego por otra más... en lo que se ha venido a llamar rueda o noria del eufemismo, del que hablo más extensamente en el libro ¡Mecagüen! Palabrotas, insultos y blasfemias.

Fuente:xatakaciencia

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