Cuentos insolubles:Daniel, el preceptor y Von Richthofen

Permanezco solitario en este desierto, en este “mar de puertas”, y recuerdo al pequeñajo de Yellow Kid y como hizo aparecer aquel colchón.

El Arca de Luis03/06/2020 Luis García Orihuela
Daniel, el preceptor y Von Richtofend
Dibujo:Luis G. Orihuela
  

 POSDATA Digital Press | Argentina

Luis García OrihuelaPor Luis García Orihuela | Escritor | Poeta | Dibujante

 

 

Permanezco solitario en este desierto, en este “mar de puertas”, y recuerdo al pequeñajo de Yellow Kid y como hizo aparecer aquel colchón. Lo fácil que parecía viéndole mover sus manos. Nada más lejos de la realidad, al menos de esta realidad que me inunda con lo inusitado a cada momento que trascurre mientras permanezco en ella.

Llevo rato ya intentando con mis manos hacer un vaso con agua, y una parte de ese deseo lo consigo con inefable exactitud, pero solo una parte. La de hacer el vaso de agua, pero sin agua. Estoy medio enterrado entre decenas de vasos de plástico… Y ni una mala gota de tan vital liquido deseado. Realmente se asemeja más a un desierto este paisaje que a un mar, a pesar de que el suelo sea azul y el cielo verde. Mi desesperación y crispación se ve rota afortunadamente al escuchar unos gritos emitidos por alguien que se acerca por mi espalda. Aparto de un manotazo los vasos, a tiempo de ver un aeroplano dejando una estela de humo negro conforme se pierde detrás de una loma pronunciada. Ya de pie, veo a mi interlocutor y a lo que a todas luces es su medio de transporte, un Fokker DR.I., un triplano de color rojo, con las cruces gamadas de color negro a sus lados. Vestido de piloto militar y la cruz Pour le Mérite pendiendo del cuello, se quita los guantes de piel negro y me saluda, mientras hace señal a un Gran danés que le acompaña.

—Moritz, ahí quieto.

—Es un hermoso animal, le felicito.

—Es usted un insensato o un loco. –Me dice mientras pone a buen recaudo sus guantes de piloto— ¿Cómo se le ocurre llenar todo esto de vasos de plástico? Menuda forma de perder el tiempo más miserablemente. Permítame presentarme, soy von Richthofen.

—Ah, claro. Ya decía yo me sonaba su cara. Usted es el Barón Rojo. Yo no puedo decirle mi nombre… Aquí no tengo.

—¡Por supuesto! Aunque en ocasiones yo mismo lo dudo. Desde que en 1917  recibí una bala pérdida en el cráneo, que ando con jaquecas y algo olvidadizo –Como corroborando sus palabras, Moritz suelta un gruñido apenas mal contenido— Vamos quite todo esto antes de que pase alguien más y le llamen la atención.

—Solo quería un vaso de agua… Pero no conseguí más que vasos vacíos.

—Pero hombre, no lo haga tan complicado. –Con un gesto los vasos se compactan entre si para terminar desapareciendo, mientras acto seguido hace otros ademanes rápidos y aparece una máquina. Es de esas que poniendo dinero, puedes sacar distintos tipos de bebidas calientes. Acerca un vaso al expendedor de agua fría, y tras llenarlo me lo ofrece— Beba lo que quiera y luego acuérdese de quitar esto de aquí.

—Vamos Moritz. Continuemos. La fama nos espera.

Bebo del agua ofrecida con verdadero placer y deleite. Es limpia y cristalina. Sabe a gloria bendita. Si algún día puedo contar que el mismísimo Barón Rojo, me sirvió un vaso de agua, seré un hombre tan famoso como él o más.

            Ya saciada la sed, me encamino hacia la puerta que observo ostenta el símbolo de “Pi” (π) tallado en el interior del remate de la puerta a modo de frontσn triangular. Destaca dentro del gablete con una luminiscencia que hace imposible pasarlo por alto. Si es como me dijeron, en su interior encontrare al preceptor.

Al atravesar el umbral de la puerta, me encuentro como si hubiera regresado a donde estaba un segundo antes. El paisaje es idéntico, pero justo enfrente hay una casa unifamiliar romana, que denota un cierto nivel económico y gusto por lo bello y ordenado. Una mujer joven, con el cabello recogido con un nudo y vestida con una túnica de lino hasta los pies y cubierta de una estola, me hace señas con su brazo derecho al descubierto, indicándome me acerque hacia la entrada principal de la casa que se encuentra elevada sobre el nivel del suelo y que está enmarcada por pilastras a sus lados. A cada lado de la puerta, dos grandes habitaciones cerradas, conforman el frontis.

—Busco al preceptor.

—Sígame por favor. Tenga cuidado al subir el ostium.

Subo los escalones con cierto cuidado, tal y como me indica; parece algo resbaladizo a causa del uso. En el corredor, que ella voluntariosamente me explica se llama vestibulum, me indica aguarde sentado en un banco de piedra a la espera de ser recibido.

Minutos después regresa con la misma calma con la que partiera y atravesamos el Atrium, consistente en un gran patio central descubierto por el que entra la luz y el aire, así como la lluvia queda recogida en un pequeño estanque central que bordeamos y que ella llama al ver mi curiosidad, como el impluvium.

—El preceptor se encuentra en el tablinum, un anexo al atrio, nada más pasar el impluvium. –Hace un gesto mohín, elevando la barbilla hacia las pinturas murales del techo; como satisfecha de lo buena guía que resulta ser—

Al fondo escucho el ruido de una fuente y diviso estatuas con rostros de cabello ensortijado y barbas bien cuidadas y largas.

Un ser increíblemente alto y delgado, sale en ese momento de una de las habitaciones. Seguro que nunca antes vi a nadie tan alto, quizás ronde los tres metros contando el gorro en forma de capirote que lleva puesto y de cuyo extremo salen hacia los lados unas extrañas formas enrolladas sobre si mismas y que terminan muchas más anchas que de su origen. Viste una toga enteramente blanca, sin adorno alguno. Solo el gorro ostenta símbolos en relieve que nada me indican. En los pies lleva unas sandalias que tamizan sus pesados pasos en la estancia.

—Bienvenido a mi Domus. Ven, estaremos más cómodos para hablar en el tablinum. Lo que ves son estatuas de mis antepasados. Son mis ancestros más ilustres y que aquí honramos. 

El tablinum era una sala amplia, de techo alto como era de esperar después de ver al preceptor. Cenefas de formas geométricas, decoran y rematan en distintos colores el suelo de mármol verde y las paredes con magníficos frescos pintados de seres semejantes a él y rombos grandes oscuros enmarcados en cuadros blancos. Es un espacio grande para pasear, el cual ha de estar concebido con esa idea, ya que no tiene asientos como los de piedra del vestibulum. Aunque me siento un enanito a su lado, no siento miedo alguno. Al revés, me inunda una sensación de paz y de confianza el estar cerca de él.

—Bien, dime pues cuales son tus dudas. Intentaré aclarártelas.

            Su rostro muestra la disposición a que así sea, y en ese preciso momento me asolan todas las dudas habidas y por haber. ¿Qué es lo que realmente quiero? ¿Alguna vez lo he sabido? Sus ojos de un azul puro intenso, me interrogan, aguardan mi pregunta desde su silencio.

—¿Dudas? Simplemente déjate llevar por lo que te indique tu corazón, el te sabrá llevar.

—Creo que desde que llegué aquí, mis preferencias han ido cambiando. No se quien soy, de donde vengo… Ni tan siquiera como me llamo.

 —¿Y para ti es importante el disponer de un nombre? Yo no te dije nombre mío alguno, y sin embargo me encontraste. Quienes dejan huella en su realidad con sus actos, son recordados con un nombre. Incluso aquí, en esta realidad encontrarás quienes lo tienen. Tu has tenido distintos nombres y has sido distintas personas; obrero, artista, anarquista, político, mesonero… ¿Cuál de todos te gustaría ser? ¿Qué nombre deseas conocer? Si es importante para ti te lo diré.

—El último. Aunque no deseo saber que era lo que hacía… Quizás no me gustase.

—Daniel. Tu nombre era Daniel. Es hermoso. ¿Te agrada?

—Si, como Daniel y los leones. Su gran fe le libró de ellos.

—Así es. Daniel el profeta. También conocido como Beltsasar. Consejero del rey Nabucodonosor, al interpretar su sueño y que le llevo a nombrarle prefecto principal sobre todos los sabios de Babilonia.           

  Continuamos nuestra charla en dirección al huerto, dejando atrás las antorchas, velas y lámparas de aceite que iluminan la vivienda. Los pájaros permanecen en sus ramas, impasibles ante nuestra presencia,, trinando a modo de saludo con sus mejores cantos. Es un momento inolvidable, cuando iluminado por un sol propio del mediodía, decenas de mariposas de todos los colores y tamaños, hacen su aparición como por arte de magia y se empiezan a posar sobre sus brazos y caperuza, desprendiéndose en su vuelo de pequeñas partículas brillantes que semejan estrellas titilantes.

—¿Sorprendido Daniel?

—Es un domus muy hermoso el que tienes, preceptor.

—Gracias. Aquí es así, al otro lado de otra puerta es distinto. Cada realidad conlleva a un mundo diferente.

            Una mariposa con alas amarillas y negras se aviene a mi persona posándose en mi hombro izquierdo, mientras un jilguero todavía joven, salta a otra rama más alta del frondoso jardín.

—¿Por qué estoy aquí? En Mura. –Le pregunto—

—Aquí solo vienen quienes han terminado su cometido en vida en otra realidad o quienes buscan su cometido en la vida. Puedes estar muerto y ser este un estado de paso, puedes acaso haber terminado tu propósito en tu última realidad. En todo caso, es algo que has de averiguar tu solo.

—Pero no tengo apenas recuerdos…

—Daniel, tu eres lo que desees ser, el universo trabaja para ti en la medida que tu le pides lo haga. Tú marcas tu destino. En mi realidad de este preciso momento, yo no veo mariposas como las ves tú, sino seres a los que en otras realidades les llaman hadas. A ti te ha parecido bella mi morada, por el simple hecho de que tú la has recreado así. Cada paisaje, cada puerta, no es más que la realidad aparente de lo que tu estás deseando que acontezca. No te has dado cuenta, pero ahora vas vestido como un senador de la antigua Roma, y sin embargo yo te sigo viendo como cuando entraste aquí. Vestido con un pijama a rayas –Hace un alto en su andar y eleva el brazo descubierto. Toma aire y sopla. Y las mariposas al recibir su aliento se multiplican en el doble o triple de las que eran y elevan su vuelo— ¿Crees en el destino? ¿Piensas que está ya establecido lo que ha de acontecerte?

—Nunca lo he tenido claro… Y ahora menos aún. Pero intuyo que al menos una parte de mi destino la puedo escribir yo. ¿Existe Dios?

   La huerta, el prefector, toda la domus; todo comienza a desvanecerse ante mi presencia ante una luz blanca. El hombre que me ha dado respuestas, se despide con la mano abierta y una sonrisa beatífica. Antes de desaparecer todo y regresar al otro lado de la puerta, me parece ver decenas de hadas en el lugar de las mariposas.

—Adiós prefector.

—Adiós Daniel. Suerte En tu búsqueda.

    Soy feliz, por algo tan simple como el saber que me llamo Daniel.

 En el cielo veo al Barón Rojo haciendo piruetas circenses subido en su triplano. Sonrío a Von Richthofen y le saludo con la mano; él también tiene una búsqueda.

 

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