El cuento de Yawasha

Un cuento infantil inédito para despertar ese niño que todos llevamos dentro.

El Arca de Luis 09/06/2020 Luis García Orihuela

EL CUENTO DE YAWASHA-posdata digital pressIlustraciíon:Luis G. Orihuela

POSDATA Digital Press | Argentina

Luis García OrihuelaPor Luis García Orihuela | Escritor |Poeta | Dibujante

 

 El día hacía bueno y en el interior del aula la siringa formada por los niños pequeños era fenomenal, una algarabía capaz de hacer desistir de dar clase a la profesora con más determinación, temple y valor en muchas leguas a la redonda. Yawasha era desde muchas décadas atrás la encargada de enseñar a los niños y niñas de la aldea, a la vez que de hacer de curandera cuando no de partera. De hecho había ayudado a traer al mundo a todos aquellos “diablillos” como ella les tildaba al referirse a sus alumnos. No por pobres y humildes faltábales libros buenos donde aprender de la vida y conocer del mundo.

 Yawasha se hizo con su silencio caramelos en mano y como quiera que deseare hacerles salir, subió a su regazo a la más pequeña de la clase, Walla; la de los cabellos negros y ojos azabaches, y sin más, a modo de ejército saliendo de maniobras, dirigiéronse al llano del bosque, formando una hilera cogidos de la mano para no perderse.

 Cuando Yawasha  alcanzó el punto elegido de la mesta, marcó un gran círculo en el suelo con su cayado e hízoles sentar a rededor de un gran tronco derribado. Obtenida su atención, dejó  a Walla a su vereda y comenzó a contarles a aquellos niños sin ganas de aprender a leer, la historia de Tharandín, el herrero de Boscania.

 Atiendan pues niños, presten atención, pues hoy les contaré la historia de un inventor sin igual. Hace muchos, muchos años, no lejos de aquí, vivió el herrero Tharandin, no solo pues hacía las labores propias de su oficio calzando a los caballos que le portaban, sino que cuando terminaba su quehacer tan valorado y nombrado por todas las aldeas, se encerraba en su taller a capa y espada a fabricar palabras, y ay¡ de aquel que osara importunarle en aquellos momentos  de asueto y holganza, pues correría el riesgo a poco me equivoque de quedarse su caballo sin calzado, cosa mala pues en estas tierras donde tan necesarios son.

 Puestas así las cosas, todos los niños querían hablar, preguntar como se podía fabricar palabras, pues a pesar de ser rapaces e infantes, no por ello dejaban de saber, que las palabras estaban en los libros y no en máquinas, pero que de ser así, ellos serían los primeros en querer fabricar también, pues no hay nada que más agrade a un chiquillo que sentirse único y por tanto admirado. No pudo por tanto dilatar más la espera de la continuación y pasó a contarles como desde  fuera de su taller oían  quienes pasaban cerca, ruidos más propios de máquina embrujada que de animal conocido y un humo denso y verdoso como las hojas de la baccata.

 Así fue la cosa del contar, con aquella voz tan dulce y calmada, que diera con Walla dormida nada más empezar, y para no despertarla del sueño, se avino a hablar más bajo, como el susurro del viento en las montañas de los Thoren al pasar por su desfiladero. Tharandín según contara Yawasha, por las mañanas, al abrir la puerta para atender su negocio, salía raudo y con presteza, fijándose bien de cerrar de pestillo y candado para salvaguardar  tan maravillosa máquina, y portando en su mandil un pliego enrollado y atado de fina seda roja, se dejaba ver con una larga lista de palabras fabricadas el día antes.

 Fruto de esta historia, todos con los ojos clavados en Yawasha y partícipes al ciento por ciento, sin parpadear apenas, dijéronle querer también fabricar palabras. Unos querían fabricar palabras de guerra, otros larguísimas; unas poner nombres raros a los animales, a las aves, otros a los colores, y así se expresaban en voz baja, no fuera cosa de que se despertase Walla y la maestra se enfadara.

Aguarden pues niños y niñas y presten atención, pues esto es importante lo que les he de decir, aquí en este  claro, donde el tronco estoy sentada, antes fuera la casa del herrero y quizás no lejos de nosotros todavía se encuentren palabras perdidas de las que fabricó entonces; pero sabed pues este secreto que os cuento…

 Algunos dicen saber que nunca hubo tal máquina, que las inventaba las palabras y quemaba hierbas raras cogidas del bosque para hacer creer la había, frotando ramas en troncos para hacer los ruidos extraños.

 Mirad, se hizo tarde y debemos de volver a la aldea, pero una cosa os digo; para inventar palabras vosotros, tendréis que sabed primero no existen. Así que estudiad y aprender a leer y escribir.

Despertada Walla poco antes, cuando contara Yawasha la ubicación de la casa del herrero, fijose en una pequeña abertura en el tronco y metiendo su manita con cuidado de no ser vista por nadie, o al menos en esa creencia estar, sacó un pergamino enrollado, atado por su centro con una tela sedosa de color rojo seco y lo escondió en su corpiño.

 De camino a la aldea Walla iba diciendo: Mira que piedra tan carandana… Aquellos pájaros cantan como vitriolos…

 Yawasha sonrió satisfecha al entrar en la aldea, carandana era un buen nombre para una piedra.

 

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