Hamel

Micro cuento con una cierta moraleja. En los pueblos, los lugareños tienen el dicho de 'Quién a hierro mata, a hierro muere'. Cuanta razón tienen.

El Arca de Luis 20/06/2020 Luis García Orihuela
HAMEL
Ilustración: Luis G. Orihuela

POSDATA Digital Press | Argentina

Luis García OrihuelaPor Luis García Orihuela | Escritor | Poeta | Dibujante

Hamel ya de pequeño había sido un ser solitario, ruin y mezquino, al que nada le importaba y todo le daba lo mismo. En la escuela era un autentico desastre en los estudios, no solo no se presentaba a las clases casi nunca, sino que cuando lo hacía su mente se marchaba bien  lejos de donde se encontraba, con la única finalidad de pensar nuevas diabluras que cometer cuando saliera, favorecido para ello por el destino, al ser un niño muy alto y corpulento para su edad.

 Años después, buscado por la policía por agredir a su padre estando borracho y fuera de si, escapó de su casa escondido en un camión de transporte de aves de corral. Quizás fue uno de esos momentos, aunque breves, que pensó con lucidez para no dejarse capturar. Desde aquel día su odio a las aves y todo tipo de animales se incrementó.

 Ahora vivía igualmente solo en una cabaña, lejos de todo y de todos, solo se acercaba al pueblo más cercano los jueves a por suministros y provisiones necesarias para su subsistencia y algunas botellas de ron.

 En el pueblo poco más sabían de él, aparte de su nombre, su carácter aguerrido y violento, y que vivía en la zona más espesa del bosque, donde ningún animal u hombre se atrevería a acercársele. Todo lo llenaba de trampas de todo tipo para alejar a los animales de su presencia. La edad le había convertido en un ser  más cruel y su aspecto descuidado, taciturno, sombrío, con una espesa e irregular barba a causa de un corte de navaja que le hiciera en la barbilla años atrás en una reyerta, el dueño de un perro pastor alemán, al descubrir a este  envenenado por culpa de él.

Aquella mañana, decidió cambiar el orden de sus prioridades e ir primero al pueblo a comprar comida y después cuando regresara, revisar las trampas puestas la noche de antes.

 Thomas, el hijo del tendero, yendo de  regreso a la tienda de su padre tras terminar sus clases del día, atajó camino metiéndose por el lindero cercano a la casa de Hamel, tal y como hiciera en otras ocasiones a pesar de tenerlo prohibido por parte de su padre. Sabía perfectamente que si su padre se enteraba se llevaría una buena zurra, pero él estaba decidido a vengarse de quien matara a Yaco, el perro de su tío con quien él tanto había jugado y querido durante varios años de su infancia.

Encontró las trampas amartilladas y poniéndose a buen recaudo Thomas las hizo saltar una a una a golpe de piedras. Orgulloso de su proeza inició el camino de regreso, cuando encontró ante sus pies una liebre muerta. La observo con detenimiento, no tenía herida alguna y era joven todavía. Supo que había muerto envenenada sin ningún tipo de dudas. Iba a apartarla del camino, cuando de repente cambió de idea. Era jueves. Salió corriendo como alma que lleva el diablo con la liebre envuelta en su zamarra.

 Hamel se detuvo en la bodega, tomó un trago allí mismo, compró dos botellas de ron barato, y tras pagar la cuenta se fue a comprar el resto a la tienda de Fran.

Thomas sonreía todavía con la respiración alterada por la carrera, al ver como su padre metía en la bolsa de la compra de Hamel todo lo necesario para hacer como todos los jueves una buena fritura de caza.

 Hamel murió horas después entre grandes dolores de estómago al ingerir fritura de liebre envenenada sin tener tan siquiera un perro que aullase por su perdida, ni a nadie que le echara en falta.

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