POSDATA Digital Press | Argentina
Por Luis García Orihuela | Escritor | Poeta | Dibujante
Bradley Stampton sintió demasiado tarde, como la máquina que manipulaba le atrapaba el brazo izquierdo.
La herida debería haberle hecho sufrir un fuerte traumatismo por aplastamiento en dicho brazo, con su consiguiente hemorragia y seguramente perdida de conocimiento en un primer instante, y posible amputación del brazo accidentado después.
La empresa en la que trabajaba, se dedicaba al diseño y construcción de moldes termoplásticos para los sectores de electrodomésticos y automoción. Fabricaba adaptadores para enchufar los coches eléctricos de última generación.
A sus 46 años de edad, Bradley trabajaba desde hacía más de diez años en aquella máquina. En lo que pudo ser una milésima de segundo, se vio a si mismo hospitalizado, y a los cirujanos poco después, hablando con su esposa Pamela a la puerta del quirófano, y diciéndole —en tono solemne mientras se quitaban las mascarillas verdes y los guantes—, que no habían podido hacer nada por él y le habían tenido que amputar el brazo. ¿Qué sería de él con un solo brazo? Perdería el puesto de trabajo que tanto le costara conseguir tiempo atrás. Sería un tullido, un ser señalado por los adultos y del cual los niños se mofarían a su paso por las calles en los días que el buen tiempo le permitiese salir a tomar el sol en algún jardín cercano y a ser posible poco concurrido. Todos sus sueños se venían abajo; el cambio de casa a una zona residencial mejor, las estupendas vacaciones que con su sueldo de oficial de primera se costeaban todos los años en algún lugar paradisíaco, el colegio privado del pequeño Bradley Jr. y la universidad de su hija mayor Amanda.
Le esperaba un infierno …
Con un gesto rápido, consiguió presionar el botón rojo en forma de seta y detener la máquina. El ruido que hacía la máquina cesó ipso facto. No llegó a desmayarse, y conectándola en sentido contrario, el rodillo giró facilitándole liberar el brazo izquierdo de su encierro. Nadie de los allí presentes pareció percatarse de nada de lo sucedido; cada uno, enfundado en su mono azul de trabajo, prestaba atención a su tarea y a nada más. La rutina en el trabajo era demoledora.
Debería de sentir un gran dolor y tener la manga del mono impregnada de sangre, al menos eso sería lo normal y previsible en un accidente de ese tipo, aunque que recordara él, allí nunca se había dado uno y quizás abrieran una investigación. Eso no sería bueno, pues las investigaciones siempre terminaban por encontrar lo que no buscaban en un principio.
Continuó trabajando hasta terminar su turno como si nada de todo aquello hubiera sucedido. Calló lo sucedido y recuperó el tiempo perdido para que nadie pudiera sospechar nada. No sabía como era posible, pero su brazo no le dolía nada y podía mover todos los dedos de la mano sin ningún tipo de limitación en sus acciones.
Howard Anderson cruzó el lujoso hall del majestuoso edificio de Henderson and associates robotic company, atropellando a su paso a todos los que se interponían en su camino. Era un hombre fuerte, alto, de aspecto rudo, pero de ojos claros y mirada inteligente aunque fría como el acero. Un empleado intentó darle los buenos días, pero para cuando fue a decir "el señor Muller le está esperando en su despacho" él ya le había dejado atrás y abriendo de golpe la puerta, entró al interior como si fuera una res en una estampida en el salvaje Oeste.
—¡Muller! —Gritó— ¿Qué demonios está pasando...? He invertido mucho dinero en este proyecto, como para que ahora se pueda ir todo por la borda...
—Howard, tranquilízate. Podías llamar a la puerta antes de entrar... Podía haber estado ocupado...
—Al diablo tú, tus puertas y tus putitas de lujo. ¡Quiero soluciones y las quiero ya!
Muller se arrellanó cómodamente en su asiento, y encendiendo un gran puro cubano, manipuló en los teclados de los brazos del asiento a gran celeridad para tener unos dedos tan cortos y rechonchos. La vida le había tratado bien en lo referente al dinero, y dónde no llegara su sueldo como gerente de Henderson, seguro que conseguiría añadir los ceros que faltasen por otros medios. Sin embargo, la vida no le había tratado bien respecto a su aspecto físico, dándole un aspecto vulgar y mezquino, de anchas espaldas propias de un boxeador, una estatura no más allá de un metro cincuenta y cinco y unos pies que podían ser un peligro grave en caso de pisar a alguien. El bigote negro, espeso y abundante ocultaba una boca grande de labios afresados y desafiantes, con unos dientes amarillentos fruto del mucho tabaco que fumaba. Se decía por los pasillos del complejo, —siempre en voz baja y mirando hacia los lados— que su cargo en Henderson se debía a su carácter despótico y totalitario, por no decir que los más osados fueran algo más allá en sus elucubraciones y dijeran que no solo cigarrillos con vitola era lo que fumaba. Una compuerta oculta de la pared giró ocultando la biblioteca y dejando ver un completo y suntuoso bar. Se giró con dos grandes copas de cristal de Murano, sujetas por unas manos nervudas de anchas muñecas.
—Bien, cuéntame en detalle cual es el problema, mientras nos tomamos un buen trago de Bourbon escocés; Highlands.
Bradley, al día siguiente se incorporó a su puesto de trabajo como si nada hubiera pasado. Su mono azul relucía, perfectamente planchado y la raya hecha en el pantalón. Su brazo se movía bajo la manga como si nunca hubiera sufrido un percance como el ocurrido el día anterior. Conectó la máquina que le pillara el brazo sin ningún resquemor, y los rodillos comenzaron a girar en el sentido de las agujas del reloj y ha dejar oír su inefable sonido "trash, trashh" una y otra vez. Su mente fluyó lejos de allí, muy lejos.
Muller despidió a Howard Anderson de su despacho. Parecía más calmado que cuando entrara media hora antes. Su empresa no podía dejar de producir los pedidos de sus clientes, era vital solucionar los problemas rápidamente o sería él quien pasaría a tener problemas.
—Bueno Howard, vigile a sus empleados de momento. Esta misma semana se acercará personal cualificado de Henderson y eliminará todas las anomalías que hayan surgido. Puede ir tranquilo.
El Sr. Bradley se puso a pensar en su familia, sus hijos, su esposa... y entre el ruido de fondo característico de la máquina con la que trabajaba, su perpetuo "trash, trashh" "trash, trashh" se percató de que algo no funcionaba como debiera. No solo no consiguió recordar el nombre de su mujer, sino que no pudo recordar siquiera cuantos hijos tenía, o como era su hogar... Es más, fue incapaz de recordarse a si mismo fuera de la instalación, por más que lo intentó no llegó a tener en su mente una imagen siquiera borrosa o incompleta de como era el exterior de la fábrica. Continuó con su tarea sin reducir el ritmo de su producción; y de sus labios, de haber habido alguien cerca, podría haberle podido escuchar como decía en voz muy baja y monocorde: Me llamo Bradley... me llamo Bradley...
A los cuatro días, un camión trailer de grandes dimensiones, con los logotipos en el costado con las siglas HARC en letras doradas, entró al recinto que regentaba Howard. Efectivamente se trataba del personal de Henderson and Associates Robotic Company. Descendieron una docena de fornidos hombres con aspecto de quienes han sido contratados para realizar una mudanza. Todos vestían de negro y eran idénticos como una gota de agua a otra. Esperaron. Accedió detrás de ellos un turismo descapotable, del que descendió Muller. Abrió la puerta de atrás y salió un hombre impecablemente vestido de blanco y de rostro hermoso e infantilizado. Era el Sr. Henderson en persona. Se espolsó los pantalones, se ajustó el sombrero de ala ancha y cubrió sus ojos con unas gafas negras de diseño.
—Adelante Muller, no perdamos el tiempo. Demuéstreme que lo que le pago está bien justificado.
Accedieron al interior en absoluto silencio. Era una comitiva bastante llamativa, todos de negro menos Henderson de blanco y Muller con un traje a rayas y una camisa estampada. No pareció importarle mucho el detalle a Howard cuando les dejó pasar a la parte de la fábrica donde se producían las piezas de recambios.
—¿Quien es Bradley Stampton? —Dijo Henderson con voz fuerte para ser oído por todos los presentes.
Todos los trabajadores se giraron al unísono. Todos eran Bradley Stampton.
—¿Se da cuenta Sr. Henderson? Ahora todos creen tener un nombre, y todos piensan que se llaman Bradley Stampton. Una de ellos está convencido de tener una esposa y unos hijos fuera de aquí —Dijo Howard— Cómo si alguna vez desde que fuera creado hubiera llegado a salir de la fábrica. ¡Es de locos lo que está pasando!
—Por favor señor Muller... Proceda con sus operativos. No nos demoremos más. El Protocolo 404 ha de efectuarse sin más dilaciones.
A la orden de Henderson, Muller se giró hacia los hombres de negro.
—Adelante. Procedan con el Protocolo 404. Subsanen el error.
Dos de los operativos, con movimientos idénticos, se separaron del grupo que se encamina hacia los maquinistas, y con gestos enérgicos aprisionaron por los brazos a Howard.
—¿Pero que demonios hacéis? ¡Soltadme! ¡Soltadme he dicho! ¡Malditas máquinas!
Los gritos de Henderson retumbaron por la quieta fábrica durante unos minutos, el tiempo necesario para ser sacado en vilo del recinto.
—Bien Muller, aquí termina todo y usted ganó la apuesta... al menos de momento —Dijo Henderson.
—Ya le dije que el empleo del hombre para tareas de trabajo y dirección especializado en los campos de la cibernética no darían resultado fuera de la Tierra. Nuestra ingeniería genética queda muy lejos todavía para que pueda ser entendida por ellos. La biología sintética, la biorrobótica no está a su alcance.
—Es posible sea como dice, Muller, por cierto, recuérdeme le haga ver sus preferencias en cuanto a elección de la ropa. Sus camisas...
Salieron sin llegar a escuchar un tenue murmullo que salía de los labios de uno de los operarios de las máquinas.
—Me llamo Bradley... me llamo Bradley... Stampton.
Publicación original:21/06/2020