Auxilio

Amores de estudiantes.

Columnas - De mí hacia ustedes 03/07/2020 Cecilia Marsili
despeinada
Foto:Pinterest

POSDATA Digital Press | Argentina

Cecilia MarsiliPor María Cecilia Marsili | Narradora Oral |Escritora 
Pta: Presidenta de la Asociación Civil 
Compartiendo Miastenia Gravis

Amores de estudiantes, amores de un día son…¡no, ni ahí!

Si, desde el tercer año de la secundaria, con Roque nos mirábamos y nos incendiábamos, aunque había que apagar las llamas enseguida; hasta el matrimonio, nada; igual noviamos un tiempo hasta que por esas cosas del…

No, que cosas del destino, boludeces que uno comete y debe hacerse cargo. Al final yo terminé mi profesorado, me casé con Evaristo y tuve tres hijos.

Roque se casó con Evelia (no sé por qué me suena a edulcorante), tuvo mellizos  y sigue en el mismo barrio, en el mismo kiosco, lo mismo que su padre.

Cuando enviudé y cada uno de mis hijos tomó su ramal, yo volví al barrio,  al departamento que era de mamá, en diagonal a la casa de Roque.

Me costó superar la muerte de Evaristo, no por nada en especial, sino por no quedarme sola, pero el día que me enteré, volví a la juventud otra vez.

Según la enciclopedia del barrio, dícese de la encargada del edificio, Roque se había separado de su esposa y ella se estaba mudando.

No me alcanzaban las excusas ni el stock del kiosco para ir a ver a Roque. Fotocopias,   lapiceras, alfajores que no comía, sobres,  hasta era capaz de ir a comprar de a un cigarrillo.

Tanto fui a acompañar sus tardes con unos amargos que al final, ¡siiii! Le avisó a la empleada que lo cubra una tarde y me invitó a salir.

 Del placard, me probé  varias etapas:  de flaca, de gorda,  de gordita, de  más gorda. Los zapatos fue otro tema, acomodar los hallux valgus no es fácil. Dudé entre las chatitas y  tacones, tenía que ser algo glamoroso que no dañe los juanetes.  Me bañé tres veces y me peiné otras tantas; quería impactarlo, gustarle…

 Nos encontramos a unas cuadras por las dudas, yo llevaba apenas siete meses de viuda y él dos de separado.  Cuando descubrí el auto, me puse los stilettos rojos y tiré la bolsita donde los llevaba. Dimos muchas vueltas o me pareció, por la ansiedad, que habíamos ascendido al Aconcagua.

 Paró en un barrio tranquilo,  totalmente desconocido para mí, frente a un paredón, pero bueno para chapar y ponerse al día, mejor un lugar desolado.

 Cruzamos algunas palabras y algunos besos y abrazos también, algunas manos se dejaron llevar por tanta lívido acumulada,  cuando de repente, Roque apoyó su cabeza sobre el volante. Le acaricié sus canas, le besé el cuello, el lóbulo de sus orejas, parecían no molestarle los mimos, pero tampoco demostraba disfrutarlos. Hasta que pensé…viuda otra vez.

 Me bajé del auto y empecé a gritar. No conseguí nada así que en la primer casa que ví, toqué timbre. No se cómo habrá sido mi cara, yo solo gritaba “-yo no fui, por favor no quiero ir presa, yo no fui”. El matrimonio estaba casi tan anonadado como Roque. Me hicieron pasar, yo seguía gritando…me calmaron, me alcanzaron un vaso de agua. ¡Qué suerte que todavía hay gente servicial y confiada!

 Llamaron a la policía, casi me amordazan para que pare de gritar “-yo no fui, no quiero ir presa.” Gran actor había resultado el amable vecino. Convenció a la policía de que hacía varias horas que en el interior de un vehículo, justo frente a su puerta se encontraba  un NN masculino, con aspecto cadavérico.

Yo observé la escena detrás de un sillón, pensando en mis hijos y nietos. ¡La abuela presa! Cuando estuve segura de que todo estaba tranquilo, ya era de madrugada, dejé descansar en paz a tan buena gente y en un auto que me pidió el dueño de casa, me fui a la mía.

Me costó reconocerme en ese espanta pájaro que se reflejaba en el espejo del ascensor. Diez minutos más y me cruzo con la encargada, que brete…a quien iba a gritar auxilio allí!

 Ahora voy a recostarme un poco, luego pensaré que me pongo para ir al velorio…¿¿o no voy??

 

 

 

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