Deathman (Parte IV)

Elegí tu lugar ideal y sumergite en un capítulo más de esta historia de misterio y muerte...

El Arca de Luis 16/07/2020 Luis García Orihuela

Deathman parte4 -posdata digital pressDiseño:Luis G. Orihuela

POSDATA Digital Press | Argentina

Luis García OrihuelaPor Luis García Orihuela | Escritor | Poeta | Dibujante

 

 —¡Alex¡ —Casi dijo gritando al entrar al despacho el Detective Perkyns, con un montón de papeles a medio guardar en una carpeta negra—

 —Alex, mira…

 Alex era como llamaban en el departamento de la LABS, la Brigada especial de Los Ángeles, a la directora adjunta Alexandra Marquisova.

Dejó a un lado de la pesada mesa unas fotografías y subiéndose la montura de sus gafas se dirigió al detective y compañero Perkyns Malow.

 —¿Crees sería posible alguna vez, el que entres llamando a la puerta y no como un maldito ocelote en celo? ¿Cuántas veces te llevo dicho…?

—Si, si. Luego. Pero antes escucha esto. ¿Recuerdas el incidente de aquellas ratas que aparecieron muertas a millares en las cloacas?

 —Diablos Pek…¡ terminaras por destrozarme el despacho. O te calmas o voy a pegarte un tiro ahora mismo. Eres un condenado oso. —Alex lo dijo guiñando un ojo, era más de diez los años trabajando juntos, codo con codo, y los brazos que ahora casi tiraban el informe clasificado, la habían salvado en muchas ocasiones de más de un peligro. Aquellos brazos  fuertes, varoniles y musculosos de gimnasio, la espalda ancha y el cuello corto y robusto, recordaban de alguna manera su parecido con un oso pardo.

 —Tienes zarpas en vez de manos. —Alex se reclinó hacia atrás en su amado sillón de piel marrón, y tomando una amplia bocanada del aire rancio de la estancia, se dirigió a Perkyns— Claro que lo recuerdo, salió publicado en prensa. Se llevaron muestras a universidades e institutos de biología y nadie pudo aportar nada nuevo al misterio. Los informes fueron concluyentes. Muerte por parada cardiaca. Quizás se murieron de un susto.—Dijo haciendo un mohín a la vez que recogía y guardaba las carpetas en uno de los cajones—

 —Si, un susto de muerte. Lo malo es que lo que sea que les pasó a esas ratas no ha quedado ahí, y también les ha pasado a una bandada de aves migratorias. Un viejo cazador llamado Truman se presentó en la ciudad con un montón de aves muertas. Le cayeron muertas del cielo según ha contado, a montones. Personados en el lugar la policía de la zona corroboró la muerte de probablemente varios cientos de aves. Aunque no hicieron mucho más que coger unas cuantas docenas al azar y llevarlas para ser analizadas.

 —Y supongo que ahora me vas a decir, que el resultado obtenido ha sido el de muerte por fallo de sus corazoncitos. ¿N'est—il pas vrai?

 —Adivinaste. Así es.

 —Bueno Pek, es una historia muy bonita y misteriosa, pero ¿que pintamos nosotros en esto? Las muertes han sido naturales, ni siquiera son seres humanos… solo tiene el factor número como para…

 —Espera. Hay algo más. Se me ocurrió revisar las cámaras de seguridad de los túneles de las cloacas de ese día, y no te lo creerás, pero encontré esto. –De la carpeta saca tres fotos ampliadas a color.— Son ampliaciones mejoradas por ordenador de la filmación  que aquí traigo.

 Alex las contempló sin decir nada durante unos segundos, y finalmente las depositó ante sí.

 —¿Curiosas verdad Alex?

 —¿Qué es ese brillo que se ve en las manos de ese tipo?

 —Lo desconozco, pero puedo decirte algo mejor de momento…

 —Vamos escúpelo ya. Pareces un gato que termina de cazar un ratón.

 —El de la foto, es sin lugar a dudas, gracias a los programas de reconocimiento facial… Derek Hensel y vive…

 —No me lo digas. Donde las aves muertas.

 

* * * * *

 Llegamos a Kinshasa, la capital del Congo sorprendidos por una temperatura agradable. Para ser una población de unos ocho millones de habitantes, no lo aparenta. Según pone en una de las guías que llevamos en la maleta, el Congo tiene un capital humano de más de sesenta millones de almas, con una densidad de veintiséis habitantes por kilómetro cuadrado.

 Intentamos pasar lo más desapercibido posible, aunque eso es algo arto difícil en estas tierras.

Ángela se mueve con soltura desde que aterrizamos. Es una mujer sorprendente en muchos sentidos y uno de ellos afortunadamente es el que sepa hablar francés, pues ni el lingala, kikongo, swahili o el tshiluba nos resulta ni por asomo conocido.

Desde la invasión con fuerzas militares en 1996 por los EEUU en Uganda y Ruanda, han facturado gracias al coltán convertido en el codiciado tantalio en polvo más de veinte millones de dólares al mes.

 Hoy hemos decidido descansar y alquilar mañana coche y demás menesteres para salir hacia el suroeste, a Kampala, la capital de Uganda. Desde allí planificaremos el destino: Ruanda o Tanzania. 

 Dejamos atrás el aeropuerto Internacional de Kinshasa y llegamos a la avenida Batetala.  Ángela se alegra al ver el hotel Inter Continental al final de la avenida es el nuestro. Más le vale a Chip no haberse confundido al elegir plaza…

 Al día siguiente, finalmente abandonamos el hotel y salimos a reunirnos con un tal Carlos Labrada. Chip nos ha propiciado el contacto y Ángela ha acordado con él un precio para que nos haga de guía a Ruanda. Horas después iniciamos la marcha hacia nuestro destino.

 —Señor, —dice el tal Carlos— ¿Están seguros de querer adentrarse tanto? Les garantizo que es una zona peligrosa. No les gusta ver gente cerca de las minas. Acá es territorio de Ortega. Dicen que fue militar y que lo dejó para unirse a la guerrilla. Al menos viste con ropa militar según cuentan los que le han conseguido ver y vivir para contarlo. Le llaman los guerrilleros “él Capitán”, aunque los lugareños le conocen entre ellos como “El Sanguinario”.

 —No se preocupe, Carlos, solo vamos a observar. —Carlos se gira mientras conduce el cuatro por cuatro— ¿Usted ha llegado a verlo?

 —No, señor Derek, pero le reconocería enseguida sin dificultad. Su enorme mostacho de puntas hacia el suelo le delataría.

 —De acuerdo. Estaremos ojo avizor. No se preocupe.

 —Bueno, ustedes pagan. Yo ya les avisé. ¿Y dice usted señorita, que están haciendo un estudio sobre el comportamiento humano?

—Si, así es. Pero por favor no descuide la conducción, no sea que lo peligroso resulte ser el viaje. –Dice Ángela acomodándose el sombrero con lazo—

 El Sol está en lo más alto, cuando Carlos detiene el vehículo y Ángela y Derek se apean y bajan su equipo. La cacería ha comenzado.

 A unos diez minutos de donde se encuentra el todo terreno que conduce Carlos Labrada, hay una gran agitación en la preparación por parte de algunos de los miembros de la banda rival de Ortega.

—Vamos dense prisa so perezosos… como les encuentre “La Señora” ultimando los preparativos que ordenó, les bailará el látigo en su espalda.

 —Tranquilo compadre, que ya terminamos de colocar los explosivos. Será una bonita fiesta de colores y de fuegos artificiales—dice el más mayor del grupo, a la vez que se pasa el antebrazo por la frente para escurrirse el sudor. El calor qye hace es asfixiante.

 —Mira “Desdentado”, ahí llega La Señora con cara de perra en celo. Ja¡

 —Pardo, ¿Está todo preparado? Mi informador termina de avisarme de que están ya en camino. Hoy los borraremos de la faz de la tierra al Sanguinario y los suyos.

 —Atención, hacen señales con los espejos él “Niño” y “Pancho” de que alguien se acerca —indica el Desdentado.

 —¡Vamos, vamos¡ todos a sus puestos. Preparad las armas y abrir fuego a mi señal. — Los ojos le brillan como brasas a la Señora, mientras desaparece tras una gran roca que hay en lo alto.

Carlos hace mientras tanto avanzar el vehículo entre piedras y ramas en dirección a la hondonada que tienen más adelante.

En un segundo ocurre todo. Derek se sobresalta el primero al sentir muchos “pálpitos” en la zona donde no se ve a nadie. Ángela le empuja fuertemente tirándole fuera del coche, justo en el momento en que una granada hace explosión en el camión. 

El humo se extiende por la zona y el olor a goma quemada   lo cubre todo momentáneamente.                                                                                                                                

 —Idiotas ¡alto el fuego…¡ No son ellos. ¿De donde demonios abran salido estos. Pardo —dice La Señora con tono de voz seca y tajante —Elige a dos de los hombres y sacarlos de aquí. Átalos a algún árbol si permanecen todavía vivos y averigua quienes son. ¿Vosotros que hacéis ahí parados mirando, estúpidos? Apartad el todo terreno del camino y taparlo con ramas. Todavía estamos a tiempo de pillarles por sorpresa. ¡Moveos¡

 Cuando Derek despierta, descubre dos cosas: está atado a un árbol y los efectos de la explosión le han afectado a los ojos. A duras penas consigue distinguir a Ángela en situación análoga a la suya en un árbol a pocos metros de él. Lo ve todo borroso a corta distancia y tiene un fuerte dolor de cabeza.

 —Ey americano, ¿A dónde ibais por aquí? ¿Qué se os perdió, eh? —Pardo levanta el rostro de Derek estirándole de la barbilla –Nadie os invitó a la fiesta que damos hoy. Nadie.

—Te veo borroso—Dice Derek esperando ser oído por Ángela— pero me parece que ello es una suerte. No soy americano, soy alemán y quería “colarme” sin pagar en la fiesta… —Pardo le da un fuerte golpe con el puño cerrado en el estomago— Quizás la rubita sea más habladora y menos graciosa que tú. 

 Mientras tanto, a unos miles de kilómetros de Ruanda, en la mansión de Derek en Los Ángeles.

—Señorita Eva. Es la policía— dice Dimitri —Preguntan por el señor Derek… la directora adjunta Alexandra Marquisova, acompañada del detective Perkyns Malow.

—¿Porqué no les dijiste que no está?

 —Lo hice, pero insistieron en pasar…

 —Está bien. Que pasen a la biblioteca. Hablaré con ellos allí.

*** 

 El Desdentado se acerca a Pardo y le comunica las señales recibidas por el Niño. El Sanguinario y su gente están entrando a la trampa.

 —Mira gringo, alemán o lo que seas, cuando esto termine volveré aquí y seguiremos esta grata conversación en dónde la dejamos. –Se dirige al Desdentado— Vigila a los dos no se marchen… —Se ríe como si la ocurrencia fuera arto graciosa, y se aleja con paso firme en dirección al seto.

 —Bueno, ya que me pierdo la “balasera”, quizás podamos tú y yo entretenernos un rato…

 —Ponle una mano encima  a ella y será lo último que intentes en esta vida. –dice Derek sentenciador.

 —Venga, hombre… no te pongas así eh… no me mates de risa.—

 Se acerca donde está Ángela, y Derek parpadea rápido para aclararse la vista que poco a poco ha ido recobrando. Sus puños tras el tronco del árbol comienzan a despedir una aureola brillante que desprende calor.

— Arrepiéntete de tus pecados, vas a morir.—Se oye el chillido de un mono aullador

 —Mira, no voy a esperar a que…

El Desdentado cae a media palabra, y por ironía del destino se queda con la postura de la cabeza como mirando a los pies de Ángela en una bufonada ingeniosa.

 —No deberías haberlo hecho, cuando le descubran…

 —Escucha— dice Derek interrumpiéndola.

  El fragor de la batalla entre ambas bandas rivales, se escucha no muy lejos de donde se encuentran.

 He de concentrarme. No se bien el como, pero si tengo claro, que mi “don” no es medible. Quizás he de ponerlo a prueba. Exigirle esfuerzos. Llevarlo al límite si es que lo tiene. Poco a poco, el ruido se va desvaneciendo, cierro los ojos y llevo mi corazón a un estado de reposo cercano al coma. Ya nada me molesta y mi esencia rodea el tronco del árbol y llega a la cuerda que retiene mis brazos. En mi viaje astral o en mi sueño, no se muy bien, me centro en mis muñecas. Se que puedo hacerlo, estoy seguro y noto como mis manos cambian de temperatura y refulgen con una luz verdosa. A mi nariz pronto llega el olor a cuerda quemada y antes de que pueda hacer fuerza con mis brazos contra los nudos, la cuerda se combustiona. Estoy definitivamente libre y al momento lo está también Ángela.

 —Vamos Ángela, tenemos faena…

 En ese momento, se oye en el aire restallar un látigo, Ángela salta esquivándolo y al incorporarse corre hacia “La Señora” para no dejarle espacio donde volver a usarlo. Tras un impetuoso salto hacia la posición de ella, le propina una patada en pleno vuelo en la cara y una vez derribada le presiona en el cuello dejándola sin sentido. Cuando se gira hacia Derek, observa que este esta frente a un nuevo visitante.

—Así que tú eres el llamado “El Capitán”. Mal nombre para un cadáver eligieron quienes te lo pusieron —dice Derek.

—No se quien eres amigo, pero me resultas gracioso, a pesar de que si no eres de los míos, entonces es que eres un aliado de “La Señora”, y por tanto tendré que hacerte matar… —En ese momento uno que sale armado apuntando a Derek, cae muerto al suelo al ser señalado por él.

 —¿Cómo has podido…? —Empieza a temblar y mirar a un lado y otro en busca de ayuda. Suda. Aquella cara con granos estaba pidiendo a gritos las muertes que debía. No podía complacerla tantas veces… pero si al menos una. Seguro, de que sus victimas descansarían esa noche en paz.

 Derek levanta las dos manos a modo de duelo del Oeste, sus dedos empiezan a refulgir y a extenderse por ellos su verdor de muerte.

 —Te pagaré mucho dinero, lo que quieras – A su cinto lleva un arma, pero aleja la mano de ella para implorar piedad por su vida.

 — Arrepiéntete de tus pecados, vas a morir.  

 El que fuera llamado ‘El Sanguinario’, hace un último intento de abalanzarse sobre Derek. Este lo para ya muerto poniéndole un pie en su pecho y deteniendo su avance. Le mira a sus ojos vidriosos, de color almendrado y de un seco golpe en la cara dado con sus manos, lo tira hacia delante. Junta sus brazos sobre el pecho y cierra los ojos. Momentos después todo sonido de lucha ha cesado en las inmediaciones.

 —Vamos a continuar, nos queda un buen camino si no conseguimos arrancar el coche de alguno de ellos.

 —No me digas que no sabes hacer un puente… —dice Ángela riéndose mientras retira su sombrero del suelo.

 A su espalda se escucha a un mono aullador mientras se alejan del lugar.


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