Escribir, un sueño posible (3ra. parte)

"Cuando las palabras se abren al espíritu soñador y a la fortaleza del alma. Cuando la cursiva se suscribe a la naturaleza de las emociones, y al ímpetu idílico que nos permite Ser"

Opinión - En perspectiva 06/03/2021 Sil Perez

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POSDATA Digital Press | Argentina

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Por Sil Perez | Escritora | Poeta | Miembro de la SADE


Bueno, esto del cafecito se hace un hábito tan placentero que no solo relaja el paladar, sino que nos  devuelve el sosiego. Es como escuchar llover y, en la fugacidad de una luz tenue, dejarnos llevar por el éxtasis provocado por una lectura atrapante; el deseo de cualquier escritor. Ya en varias oportunidades me referí a la sensación de palpar las emociones en el trayecto intempestivo de la palabra. Y, ¿saben qué?, no es un dato menor, pues esa cursiva efusiva que plasmamos en un papel, o en una pantalla plana, se alimenta de emociones, de esta alteración del ánimo que se caracteriza por ser de mayor intensidad que el sentimiento. A veces confundimos la definición concreta entre uno y otro pero, a decir verdad, y desde mi perspectiva, los sentimientos son las consecuencias de las emociones. A partir de ahí, tal vez las podamos expresar de diversas maneras. 

ABUELA ESCRIBIENDO (1)

Veámoslo de manera concreta: la memoria se encuentra colmada de emociones y sentimientos. Estos son a diario los motores de nuestros recuerdos, de nuestras nostalgias. Se instalan para siempre en nuestro cerebro y nos ayudan a reconstruir nuestra identidad y personalidad. Todos asimilamos la vida, conforme nuestras vivencias y a partir del entorno que haya sumado a nuestra percepción y, en definitiva, a nuestras valoraciones y estimaciones. Sin duda, de ese manojo de subjetividades, afloran las motivaciones que nos impulsan a desarrollar, de manera inconsciente, un texto lírico o en prosa. Nada es casual. Estamos hechos de partículas que nos reconcilian con el tiempo vivido, con el que estamos transitando o tal vez con el que vendrá. Escribir nos asocia a la quietud de detener esa fracción de tiempo y acoplarla a la sinfonía de las letras. ¿Para cautivar a quién? Esta es la gran pregunta. Cuando escribimos, lo hacemos para nosotros o para el lector. ¿A quién va dirigido exactamente el cuerpo del escrito? Qué difícil se pone la cosa, ¿no?  Pues, a criterio personal, lo entiendo como el desahogo de ese espíritu frenético colmado de emociones que no solo pretende explayar su verdad sino, además, asociar esa realidad a la del lector. Que ambas convivan y que, de esa interacción enriquecida, surjan nuevas miradas, resultantes a su vez de nuevas subjetividades. Y, entonces, encontramos que la historia que eventualmente nació con el autor tomó, en manos del lector, un vuelo imaginario único e irrepetible. 

JOVEN ESCRIBIENDO

Hace poco tuve el honor de ser convocada como miembro de dos concursos literarios de manera simultánea. Uno de estos tuvo la particularidad de estar dirigido a un público segmentado por personas que no se encontraban asociadas a las letras de manera directa. En esa situación concreta, pude percibir que la mayoría de sus escritos respondían a vivencias personales, situadas en un contexto doméstico y narradas, en su mayoría, en primera persona. Esto me llevó a la conclusión de que, ante la inminente decisión de transitar por los rieles de las letras, la primera idea que surge lleva consigo el sello indiscutible de la emoción. Lo que sintió esa persona cuando perdió a su primera mascota; cuando su padre abandonó a su madre y generó un sentimiento de desolación y angustia en su entorno familiar; cuando debió despedir a su mejor amigo, porque la vida y sus leyes caprichosas así lo decidieron. Las narraciones no eran ficcionales, sino hechos que se palpaban concretos, definidos por la simbiosis entre un lenguaje ameno y un espíritu a su vez soñador. 

Entonces, y para ir cerrando, les comento que bucear en las emociones puede servir para conciliarse con el pasado, para sacar a la luz alguna vivencia que creíamos olvidada y para que, de alguna manera estas repliquen en el lector con un guiño de complicidad. Una manera de revertir o de conciliarse tal vez con su propio pasado. 

Desde mi perspectiva, creo que escribir, más allá de ser una acción noble y genuina, debería ser una actividad creativa a desarrollar de manera habitual en la sociedad. Un recurso tendiente a focalizar la iniciativa cursiva a través de las instituciones, y de los diversos ámbitos culturales. Sobre todo aquellos abocados a la atención directa de la tercera edad. Por mi experiencia laboral en ese terreno, puedo garantizar que es precisamente en ese periodo de la vida donde las nostalgias se apoderan de las personas mayores y logran establecer mayor susceptibilidad emocional. Los recuerdos de vivencias pasadas regresan para instalarse  en el presente de manera asombrosa. Esta regresión afianza sus emociones y las sensibiliza de manera exponencial. Se logra así un vínculo nuevamente cercano, aunque con una mirada internalizada en una realidad diferente. Esa persona mayor, más allá de un abrazo cálido  y de una mirada atenta, necesitará de un lápiz y de un papel. Entonces, las ideas y los pensamientos, increíblemente, se asociarán a las emociones, y escribir pasará a ser la extraordinaria manera de relacionarse con su presente más legítimo. ¿Pues no es, en definitiva, el lugar donde en realidad vivimos? Tan cercanos y tan distantes, tan reales como una hoja otoñal que cae vencida. Nos sumergimos en el pasado, o nos enmarañamos en los días futuros, sin pensar siquiera que escribir también es nuestra verdad y nuestro presente, y que las reglas y los secretos para hacerlos residen simplemente en narrarlos con el alma. 

Si escribir es un sueño latente, será posible siempre.

¡Anímense!


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