La carta

Columnas - La Cima Del Tiempo 16/06/2022 Sil Perez

LA CARTA

POSDATA Digital Press | Argentina

 

sil Pérez
Por Sil Peres | Escritora | Poeta | Miembro directivo de SADE (Lomas)

Escribo estas líneas en un desorden escalofriante. Los estruendos aturden mis días de eterna soledad. El ruido me perturba y me paraliza, aunque no tengo miedo. A estas alturas, ya no existe esa barrera inquietante en mi mente. El cielo está cubierto por una nube espesa que se inmiscuye en una masa de llanto. Yo escribo, con la necesidad imperiosa de perderme en el silencio que me provee esta hoja en blanco. Tal vez sea la excusa de saberme vivo, aunque ya no tenga más palabras que la propia sangre.

 Ayer, mamá salió por provisiones, y aún no ha regresado. El viento cala los huesos. Los serrucha como si fuera una madera seca. No sé cuándo regresará papá. Los meses trazan, en el tiempo, una trinchera vacía. Una nada que estanca el motivo de la existencia. No tengo palabras que describan el infierno. Tal vez porque las llamas devoraron el presente. Lo aniquilaron, lo torcieron, como se tuerce el cuello de una gallina. Sin piedad corren las horas, y el instante se afianza en la verdad más cruda. Viste su sepultura con una mortaja oscura y siniestra. 

En esta se cubren las almas que, repentinas, abandonaron el plano de lo posible. Yo sigo inmutado, con la palabra que aún no puedo desprender, porque el hambre no me deja pensar, no me deja ver el horizonte donde antes lo encendía la mañana, donde el sol se desperezaba sin temor y sin ruido. Hoy siento miedo de despertar. No quiero ver los retazos de estos días que batallan mis esperanzas. 

La luz de lo que es hoy el día alumbra la desolación y la barbarie. Las paredes se han desplomado ante las explosiones que, como truenos, retumban la superficie. El llano blanco es más llano que nunca ante el dolor y la miseria. No hay cuerpos que justifiquen la decisión de matar, ni fronteras que escuden al odio y a la codicia. 

La hoja aún sigue en blanco, aunque del llanto brotan palabras sin consuelo. Mamá aún no llega con los huevos ni con el kalach para saciar mi hambre, ni con la incertidumbre de estas horas de desasosiego. La oscuridad adormece la fe y estremece el instinto de supervivencia. Mis amigos Demyan y Oleksanrd ya no viven cerca (al menos, eso es lo que me han dicho). 
Los truenos incendian el cielo y abren, en el surco del infinito, un fuego eterno. Se abre, en la trinchera del absurdo, la duda inminente del destino, el de mis vecinos Tarsa, Andryi y Yure, a quienes solía ver jugar detrás de las frondosas caraganas de lo que fue mi hogar en Mariupol. 
Hoy el terror se acumula en estos escombros y edifica una mutilación constante. En la casa que aún habito, lucho por la razón propia, que es hoy mi último suspiro. 

El frío, el hambre y el viento gélido de esta noche espeluznante alcanzaron por fin el sueño infinito. Ya no pienso que mamá regresará para complacerme con su sabroso Medovic. Ya no tengo apetito, ni espero a nadie en estas tierras desoladas. Me llevo las letras de esta carta inconclusa, pues las evidencias no necesitan pluma cuando la historia se escribe con la sangre del pueblo. 

 

 

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