Andá a cantarle a Gardel
Informe.- Jamás se había reunido una multitud semejante, ni aún la que había acompañado los restos de Hipólito Irigoyen a La Recoleta en 1932
Cultura - Sucesos históricos02/06/2024CVA Producciones IntegralesPOSDATA Digital Press| Argentina
Por Omar López Mato* El texto de este artículo fue extraído de su libro Ángeles de Buenos Aires (Olmo ediciones, 2011).
Carlitos Gardel está solo y espera en esta, la última esquina de Buenos Aires, en el corazón de La Chacarita. El zorzal se convirtió en bronce –ese que solo alcanza a los grandes–, con flores a sus pies y rodeado de placas que le agradecen haber sido como fue y de la musa de la música transida de dolor que lo acompaña en mudo contrapunto. Gardel sostiene un pucho entre sus dedos, que sus admiradores, a setenta años de su muerte, aún le convidan para aliviar su larga espera. Esta comenzó el 24 de junio de 1935, cuando se estrelló el avión que partía desde Medellín para una gira por América Central. Mucho se especuló sobre esta muerte impensada. Se habló de una rivalidad entre pilotos y hasta de disparos en la cabina, más cuando se encontró, en el tórax del Zorzal, una bala. Pero esta había estado allí desde hacía más de veinte años cuando, en una noche de copas, había sido atacado por tres jóvenes “pitucos” en un confuso episodio.
Armando Delfino –su apoderado desde que Gardel se había peleado con Razzano por manejos turbios de su fortuna– tuvo que comunicarle a Berta Gardés la infausta noticia. Ella se encontraba en Toulouse, Francia y, desde allí, autorizó que su hijo fuese enterrado en Buenos Aires como hubiese sido su voluntad. Entonces comenzó el trayecto póstumo del cuerpo de Gardel. Este debió ser trasladado a Nueva York por el vapor Pan América, que lo conduciría hasta el puerto de Buenos Aires, con forzadas paradas en Río de Janeiro y en Montevideo. No fue fácil este trayecto y, en una parte del viaje, el féretro del Zorzal fue transportado a lomo de mula por las montañas colombianas.
La Comisión pro Homenaje –que el mismo Delfino presidía y que contaba con figuras como Francisco Canaro, Azucena Maizani, Jaime Yankelevich, Mercedes Simona, Libertad Lamarque y otras estrellas locales– comenzó los trámites ante el Consejo Deliberante para erigir un mausoleo en el Cementerio de La Chacarita. A instancias del concejal Boullosa, se presentó un proyecto para la cesión de dos lotes en este lugar. Una colecta popular juntó dinero para la construcción del mausoleo, pero un malintencionado comentario periodístico sobre el posible desvío de los fondos, obligó a la comisión a poner fin a la colecta. La madre de Gardel finiquitó la obra con su propio peculio (la bóveda costó $19.345, de los que ella aportó $14.369, incluyendo un catre más para su propia sepultura). El joven escultor marplatense Manuel del Llano fue designado para la ejecución del bronce de Gardel y de la musa que lo acompaña. Al arribo del féretro –el 5 de febrero a la una del mediodía–, se instaló una capilla ardiente en el predio del viejo Luna Park. Durante catorce horas, un desfile ininterrumpido le brindó el último adiós al ídolo. Como cierre dramático, las orquestas de Canaro y Lomuto ejecutaron el tango Silencio. En la madrugada del día siguiente, se procedió a un cambio de ataúdes. La multitud se abalanzó sobre el féretro vacío.
En pocos minutos, este fue reducido a astillas, que los presentes atesorarían como verdaderas reliquias. Una carroza tirada por ocho caballos negros condujo los restos mortales del Zorzal hacía el Cementerio de La Chacarita. Jamás se había reunido una multitud semejante, ni aún la que había acompañado los restos de Hipólito Irigoyen a La Recoleta en 1932 podía compararse con esta muestra de fervor ciudadano. El ataúd fue depositado en el Panteón de los Artistas, donde Alberto Vacarezza pronunció un discurso en honor al amigo perdido. Raúl González Tuñón también puso versos a aquella jornada: “… si parece mentira saber que yace allí, polvo, ceniza, nada, quien tanto amó al amor, a la gente, a la vida”. Pasaron veintiún meses hasta que los restos de Gardel reposaran en este mausoleo construido para su eterno descanso. Su madre, su querida madre, se unió a su hijo el 7 de julio de 1943, después de haber visitado cada semana, durante todos esos años, la bóveda que entonces ella pasó a habitar. Su mausoleo, al igual que el de la Madre María (Salomé Loredo), es objeto de veneración popular, en lo que Horacio Salas llamó “una suerte de canonización laica”. Algunas placas agradecen “favores concedidos” y hasta curaciones sobrenaturales. La inocente humorada de colocar un cigarrillo entre los dedos de la estatua forma parte de esta liturgia gardeliana. Con los años, el mausoleo se convirtió en improvisado escenario para cantores aficionados que homenajean al “troesma” evocando sus antiguos éxitos. De allí, esta frase tan porteña: “Andá a cantarle a Gardel”, el Mudo, el Zorzal Criollo, que cada día canta mejor. El 12 de diciembre de 2006, el Poder Ejecutivo Nacional dictó el Decreto 1939, por el cual declaró Sepulcro Histórico a la bóveda que guarda los restos de Carlos Gardel.
Fuente:
Revista Legado-2018- La revista de los Archivos de la Nación de la República Argentina
* Es Médico, escritor e investigador de historia y de arte. Autor de más de 20 libros sobre temas
históricos. Es columnista del diario La Prensa y colabora para diversos medios gráficos y televisivos.
Conduce, junto a Emilio Perina,Tenemos Historia por Radio Concepto.
El texto de este artículo fue extraído de su libro Ángeles de Buenos Aires (Olmo ediciones, 2011).
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