
POSDATA Digital Press| Argentina
Hace tres años que doña Marta (88), mi madre, vive conmigo. Y hoy, cuando la miro, veo a otra persona. No entraré en detalles, solo diré que el amor logró su recuperación física, emocional y sobre todo, espiritual. Agradezco cada día por la oportunidad de convivir en esta etapa de su vida con ella.
En la mesa del desayuno, entre risas y recuerdos, una anécdota me llevó a su mayor pasión, su arte y su sustento por varios años: el pan casero. Comenzó a producir en nuestra casa familiar un oficio heredado de varias generaciones. Con su venta crió a sus hijos en una época de poco trabajo fijo y sin darse cuenta tejió una tradición con sello propio que aún perdura en sus descendiente.
Hoy, más que nunca, ameritaba que lo hiciéramos juntas, mientras seguía relatando cómo hizo para continuar con solo 32 años, viuda y cinco hijos por criar, enfrentando la adversidad como quien navega a solas contra la tormenta, aferrada a la fe, a la voluntad y al amor que la sostenía.
Seguí su receta, ajusté las medidas bajo su mirada experta. Y cuando la masa estuvo lista, según su intuición precisa, ella comenzó a darle forma en su mesita diaria donde desayuna, sentada en su silla de ruedas. Observé sus dedos delgados, frágiles y que apenas pueden moverse, hoy, lograron lo impensado. No pude evitar registrarlo, filmarla en ese instante único donde el pasado y el presente se encuentran en un gesto, en la memoria de tantas veces verla amasar.
Verla ahí, moldeando con el mismo amor de siempre, me dejó una lección imborrable: lo que se siente, lo que se aprende y se ama, nunca se olvida. Y esos momentos compartidos, esos instantes donde la vida se hace palpable, quedan para siempre.
En cada etapa de mi vida, mi madre ha sido mi mayor inspiración. pero hoy lo vi con una claridad renovada. Recordé nuestra infancia, los días en los que apenas alcanzaba para comer una vez al día, pero nunca nos faltó ese plato de comida rica en nuestra mesa hecha por sus manos, tenían un no sé qué...había algo que para nosotros era el mejor manjar. Cuando alguno se lamentaba por la ausencia de carne, ella respondía con certeza: —"No hay que fijarse en lo que falta, sino hacer con lo que tenemos". Y sucederá la magia.Y valla si sucedía: el milagro del pan y la taza de mate cocido nos llevaba a dormir con la panza llena.
Y así crecimos, los hijos de doña Marta y don Antonio Ponce, aprendiendo a construir con lo que tenemos, con lo que sabemos hacer, luchando siempre hacia adelante y esquivando los vientos contrarios. Porque la vida, con amor y voluntad, siempre encuentra el modo de obrar maravillas.

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