Presunción de inocencia

Seguimos viviendo los tiempos de la inquisición, con otros métodos, pero casi tan crueles como entonces

Opinión - La columna de Eduardo 08/03/2019 Eduardo Servente

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Posdata Digital | Argentina

Eduardo ServentePor Eduardo Servente | Ingeniero Civil

Días atrás conversando con mi amigo Alfredo nos planteábamos el siguiente interrogante: para la justicia una persona es inocente hasta que se demuestra su culpabilidad, eso está claro y es correcto, pero no es algo que se pueda extender a otros órdenes de la vida.

Si llegáramos a tener un conflicto con la dirección impositiva (Afip) o bien con seguridad social (Anses) el planteo es exactamente a la inversa, seremos las personas más deshonestas, corruptas, viles, delincuentes, las peores basuras del universo hasta que no demostremos nuestra inocencia.

La sociedad moderna suele encasillar y calificarlo detractando sin justificación a cualquiera, y más aún con la explosión de las redes de hoy en día. Que Fulano es abusador y violador, que Mengana es drogadicta y prostituta, que Zutano es ladrón y corrupto…, nos encanta injuriar a cualquiera sin razón, o bien sin los elementos suficientes para dichos epítetos.

Es una enfermedad social, quizás mundial, aunque seguro que debe haber pueblos más respetuosos que el nuestro.

Mucho tiempo atrás era en cierta manera común denunciar ante la Inquisición conductas extrañas de distintas personas, las que eran sometidas a estudios, juicios, generalmente injustos, y la persona acusada terminaba torturada o quemada en la hoguera.

Los fuegos de esas hogueras ya hace tiempo que están apagados, ya no se queman las brujas, pero siguen fuertemente encendidos en el vulgo y más fuertemente aún en las modernas redes sociales para quemar simplemente a cualquiera.

Y así de la misma manera que es difícil desmentir o revertir una injusta acusación y volviendo a lo que decíamos antes, notamos que tanto la dirección impositiva, como seguridad social y como varios organismos del estado tienen la tendencia o la costumbre a tomar esa posición por la cual uno es el gran culpable y merece las peores torturas de la Inquisición hasta que demuestre mi inocencia.

Es tan injusto el procedimiento como la fatal hoguera que nos espera si no demostramos nuestra falta de culpa.

Supongamos el siguiente ejemplo, un empresario pyme era director de su empresa y de alguna otra, aportaba a seguridad social como director de empresas; pero llegó la crisis del 2001, su empresa voló por los aires, los directorios no renovaron, se quedó sin trabajo y con la única preocupación de cómo iba a seguir manteniendo a su familia. Con el correr del tiempo, cuando pudo recuperarse a pesar de todo, empezó a poner sus cosas en orden y notó que seguridad social lo tenía castigado con una multa por intereses millonaria por no haber hecho los aportes. En medio de la crisis, la persona del ejemplo lo último que iba a acordarse era declarar ante el organismo que ya no era director de ninguna empresa, pero ahora debe probar su inocencia. Debe buscar en los libros de las empresas, que al estar en convocatoria o en quiebra no son de fácil acceso, buscar actas que justifiquen que no era más director y luego contar con la buena voluntad de quien lo atienda en seguridad social para que consideren que solo fue un olvido totalmente lógico por no haber avisado su cambio de categoría. Mientras tanto: culpable y cifras millonarias escritas en rojo de deudor en su cuenta.

Ese es el proceder del estado. Somos culpables cuando en definitiva el gran culpable es ese estado mismo monstruoso que nos ahoga día tras día.

La presunción de inocencia no existe, seguimos viviendo los tiempos de la inquisición, con otros métodos, pero casi tan crueles como entonces.

Pero en definitiva, los grandes culpables somos nosotros mismos que seguimos dándole poder con nuestro voto a una casta política que lo único que hace son negocios propios y jamás, jamás piensan en el bienestar de la población.

 

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