Trabajos que matan (Juan Palomo)
Eran las seis y diez cuando Juan Palomo salía a la calle en dirección a la parada del autobús. Comenzaba a amanecer un nuevo día del mes de agosto.
El Arca de Luis26/04/2020 Luis García OrihuelaImagen:eldoce.tv
POSDATA Digital Press | Argentina
Por Luis Gacía Orihuela | Escritor | Poeta | Dibujante
Juan Palomo incorporándose de la cama con movimientos mecánicos, enfundó sus pies en las chanclas que tenía junto a la mesita de noche, conectó la luz de la lamparita y cogiendo un cigarrillo del paquete, se lo llevó a la boca y partió hacia la cocina medio arrastrando los píes, era como si las chanclas tiraran de él al comprobar que sus piernas todavía no eran capaces de reaccionar de una manera natural
Llegó a la cocina y prendió fuego a la cafetera que había dejado preparada horas antes, después cogiendo una botella de leche calculó la que necesitaba para su desayuno, cogió un cazo para calentarla y volcándola en él, lo deposito en otro fuego. Acto seguido mientras guardaba la botella en la nevera, cogió el azucarero y tras servirse dos cucharadas copiosas volvió a dejarlo en su lugar. Mientras se giraba, la cafetera con su característico ruido y olor a recién hecho, anunció que ya estaba preparada.
Una vez en su dormitorio con el café con leche ya preparado, comenzó a vestirse entre sorbo y sorbo con el uniforme de la empresa para la que trabajaba.
Eran las seis y diez cuando Juan Palomo salía a la calle en dirección a la parada del autobús que se encontraba cercana al colegio de Torrefiel. A las seis y veintidós llegó con exacerbada puntualidad él autobús “seis”. Comenzaba a amanecer un nuevo día del mes de agosto.
Como todos los días, Juan se bajó del autobús en la parada de la calle de la Paz he hizo transbordo con la línea setenta, que le dejaría inexorablemente a las siete y un minuto en la avenida del Cid, junto a la puerta del Hospital General.
Juan trabajaba desde varios meses atrás como limpia cristales en el Hospital, tenía un contrato eventual que deseaba mantener a toda costa, pues aunque el sueldo no fuera una gran cosa, era lo mejor que había conseguido en mucho tiempo, perderlo significaría pasar a engrosar las largas listas del paro y el subsidio en el caso de que se lo diesen, aparte de ser una miseria no duraría eternamente.
Todavía era de noche cuando Juan cruzaba la puerta del hospital y con el cigarrillo encendido en la comisura de los labios atravesó el recinto por el empedrado que bordeaba el jardín sin llegar a cruzarse con nadie.
Los martes y viernes tenía a primera hora una faena adicional que realizaba con otro compañero, tenían que barrer el aparcamiento que se encontraba en la puerta del tanatorio, pues los pinos allí plantados lo cubrían todo con su pinocha, aunque esto no era lo peor, pues las palomas que en ellos se posaban lo dejaban todo perdido de excrementos blancuzcos y amarillentos.
Un frenazo en seco del autobús hizo que Juan se despertara de su sueño. Sobresaltado miró por la ventanilla con la intención de comprobar en donde se encontraba en esos momentos. La oscuridad de la calle hacía que no se pudiese ver el exterior a causa del efecto de las luces del interior del autobús, que al reflejarse en los cristales de las ventanas creaban el efecto de un espejo. Se refregó los ojos y acerco aún mas su rostro adormilado a la ventanilla con la intención de descubrir entre reflejo y reflejo algún rotulo de la calle que le resultase conocido. Pero el intento resultó inútil, pues aparte del mismo solo se veía al pasajero que se encontraba al lado contrario del pasillo. Iba ya a levantarse con la intención de acercarse al conductor para preguntarle dónde estaban, cuando de repente algo le hizo volver a mirar de soslayo a la ventanilla; el viajero se giraba en ese momento mirando hacia él.
La sangre de pronto pareció congelarse, los latidos de su corazón comenzaron a acelerarse y su rostro totalmente blanquecino se quedó rígido con los ojos fijos en la ventana.
El pasajero no tenía rostro, ni ojos. Su cabeza era un cráneo pelado con las cuencas de los ojos vacías.
Su mano huesuda asomó por la manga de la chaqueta y entonces el esqueleto viviente apretó el botón y sonó el timbre de solicitud de parada. Acto seguido comenzó a levantarse.
Juan Palomo empapado en un sudor frío y copioso comenzó a girar lentamente la cabeza.
La situación era totalmente irracional, surrealista, una película de S. Spielberg interpretada por Woody Allen y con guión de Stephen King podría considerársele muy parecida. Su cerebro sumido en un torbellino de ideas e imágenes realizó un esfuerzo por encontrar una solución. Tenía que hacer algo, quizás el resto del pasaje...
¡Oh, no! No podía ser lo que estaba viendo, todos los pasajeros del autobús presentaban las mismas características, todos estaban muertos, o por lo menos así debía de ser, aunque no parecían ser conscientes de ello.
Uno de ellos con un cigarrillo en la mano intentaba dejárselo en la oreja, la situación resultaba de lo más dantesca, pues una y otra vez cuando lo soltaba en el lugar donde antes debía de haber estado la oreja se le caía. La escena si hubiera correspondido a alguna de las películas de Indiana Jones habría conseguido la risa del publico por lo cómica que resultaba, pero desgraciadamente ni era una película ni el era Indiana Jones.
La histeria se apoderó de él haciendo que le diese por reír sin poder contenerse.
El autobús se detuvo con un chirriar de frenos junto al paso del semáforo mientras el del cigarrillo cansado de repetir la operación de dejárselo en la inexistente oreja optó por llevárselo entre los dientes mientras “miraba” al que se encontraba detrás de él vestido con un mono de limpieza de jardines del Ayuntamiento, el cual sacaba de su mochila una radio.
Le llamó la atención del color del mono, en lugar del habitual tono verde, este era de color grisáceo, pero no era esto lo único llamativo, todo el autobús era gris; las paredes, los asientos, los esqueletos y sus enseres, todo. Todo a excepción de él mismo.
Se observó y al comprobar que él seguía siendo como siempre, respiró aliviado mientras se enjugaba el sudor que le corría por la frente con el reverso de la mano. Su sudor era caliente y denso, pegajoso. Se miró la mano con que se había limpiado, Era sangre, ¡sangre roja!. Juan Palomo ya no aguantó más y sin poder soportarlo por más tiempo, comenzó a gritar.
-¡Pare!, ¡Pare!, ¡Detenga el autobús!
El conductor asomando su pelado cráneo, mostró su boca carente de labios con unos grandes dientes grisáceos, intentando en un banal intento conseguir una expresión de sonrisa.
Juan Palomo despertó tembloroso sobre su cama. Todavía asustado encendió la luz de la mesilla y con las manos temblorosas cogió el paquete de tabaco y se encendió un cigarrillo. Tenía la boca y los labios totalmente secos, pero aunque se hizo daño al despegar el cigarro de los labios, la “calada” le supo a gloria. Estaba vivo.
¿O estaba todavía en el autobús, se había quedado dormido y el sueño era que se despertaba?
Quizás el paso del tiempo le diera la respuesta.
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