Mi Alma en el Sur: (diario de un día de viaje)

De pronto el viento levanta polvo y lo va arremolinando provocadoramente a nuestro alrededor y pienso que, en su interior vuela, como una fantasmal nube, una presencia que me acompaña y tranquiliza

Columnas - La Palabra 04/05/2021 Jorge Alberto Rampinini
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Crédito:Valeria Rampinini

POSDATA Digital Press | Argentina

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Por Jorge Alberto Rampinini| Escritor | Miembro de la SADE | Socio  de la Academia Argentina de Letras|Profesor en Tecnologias de información y comunicación

El puente cruza el, a veces tormentoso arroyo que conduce al lago.

Muchos. como si pudieran lograrlo, imaginando en el agua inquieta la tempestuosa vida correr, tratan de encontrar ese puente que evite el esfuerzo que la misma nos demanda, pero sin tener en cuenta, que al terminar de cruzarlo nos puede esperar un agreste camino como el que fuimos transitando o quizás se nos presente inevitablemente el final del recorrido. 

Dos mujeres inquietas y emocionadas tratan de capturar a toda costa imágenes del lugar, que la naturaleza les brinda, intentando, por medio de un dispositivo digital, encerrar para siempre, tal como pensaban nuestros antepasados, el alma de las cosas y poder así tenerlas para siempre. Yo creo que es ella quien ya nos ha capturado a nosotros y se nos filtró por todos los poros reteniendo para siempre nuestra energía en el lugar. A cada sitio e que vayamos nos permitirá así buscar en nuestro interior para trasladarnos al menos cuando queremos revivir esos instantes. 

Piedras de diversos tonos grises y ocres rodean el río. Verdes de distintos matices marcan la majestuosidad del bosque. Gigantes de tierra forman las imponentes montañas y el lago, en medio de todo este paisaje, nos muestra cómo en el día a día la vida se abre paso en la naturaleza y se mueve entre la animada vitalidad de la savia vegetal y la inerte y rígida roca. Entre el techo azul cielo, luminoso, con colores lejanos y cambiantes o sobre la tierra profunda y oscura y nosotros como si fuéramos el lago en medio del universo, en silencio, observando.

Nuevamente salimos a la ruta. El camino de piedras y tierra nos marca un agreste trazado, siempre bordeado por el verde de los árboles. De todas maneras, no deja de asombrarme, cada vez que un río o arroyo se cruza en nuestro camino, como si fueran las venas o arterias que llevan vida al cuerpo. Y esto me conduce, continuamente y en forma recurrente, a la inevitable necesidad de reflejarlo como si estuviera parado sobre un gigante en vida que me permite recorrerlo, para que comprenda que siempre estamos renaciendo de distintas maneras y que yo estoy dejando morir una parte de ella para que renazca nuevamente en otro tiempo y lugar.

De pronto el viento levanta polvo y lo va arremolinando provocadoramente a nuestro alrededor y pienso que, en su interior vuela, como una fantasmal nube, una presencia que me acompaña y tranquiliza, una tibia caricia de las manos de seres queridos que nos dicen que no los hemos perdido nunca, qué están aquí afuera siempre y de muchas maneras acompañándonos.

El camino sigue abriéndose y llevándome a otros lugares. Los paisajes se van transformando cada día, al fin y al cabo, se trata de un paseo.

Pero no es así, alguien dijo que la naturaleza es sabia y yo agregaría que la naturaleza es vida y nosotros estamos aquí para disfrutarla y transmitirla porque en ella también conviven nuestros antepasados que nos están dejando para nosotros y los que nos precedan la inigualable fortuna de tener una identidad que permanecerá en el tiempo mientras perdure con cada nuevo amanecer y en nuestros recuerdos.

 


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