El tatuaje

El trazo que dejaste al dibujar tu amor en mi persona en forma profunda, dolorosa, sangrante hasta el final de los tiempos, aunque el destino dictase que no estés a mi lado, nada ni nadie podrá borrar.

Columnas - La Palabra 18/02/2023 Jorge A. Rampinini
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Jorge-Rampinini
Por Jorge A. Rampinini |  Profesor  en Tecnologias de información y comunicación |  Escritor |  Analista Literario | Miembro de la SADE 



Publicación original:07/09/2020

La curiosidad como siempre, como tantas veces, me llego cuando tranquilamente tomando un irlandés mientras te esperaba en ese pequeño pero acogedor barcito, la moza se acercó y llamativamente observe un tatuaje que en su hombro llevaba.

Mi febril y complejo razonamiento me recordó desde las pinturas rupestres de las cavernas, los indios pintados para la guerra o a un simple make up de belleza temporaria obtenida frente al espejo.

Pero los colores con el agua o el tiempo se diluyen perdiendo el espontaneo resultado de una suave o salvaje personalidad. Vaya diversidad y contrasentido en la época que la electrónica reemplaza lo que comunicamos o queremos en definitiva decir, marcamos nuestra piel en forma profunda hasta el punto de sangrar como si fuera la tinta que yo derramo en el papel para contar y perpetuar mis sentimientos.

Platón desacreditaba la escritura pues afirmaba que esta no elige quien la lee, desde ya que la palabra oral queda en el contexto de quien la dice, lo escrito se muestra sin pudor y seguramente más allá de lo que la moderna psicología interprete sobre su origen, padrinazgo o responsables de su inducción, lo escrito “escrito está” y lo que se dice “dicho está”. Más si se tiene el coraje y valentía mostrándolo a fuego quirúrgico en la piel.

Sea con letras claras y explicitas, desde un te quiero que busca eternizarse, una gigante serpiente que a más de uno asustaría temiendo al veneno cual una pócima de amor que de todas formas atraería, animales de distintos tamaños, arabescos varios cual símbolos paganos o simplemente un corazón con iniciales que permitiría sin decirlo que esa unión jamás se acabaría.

Es cuando ya casi vacío mi pocillo quedaba, a través del cristal de la ventana, la calle te vi cruzar, fue ahí que recordé aquella tarde cuando un poco inhibido te acompañé para hacerte un tatuaje. En el dejaste mi inicial eternamente marcar en tu piel, como una mancha en la geografía de tu cuerpo.

La puerta se abrió y al entrar me mirabas directamente a los ojos. Puedo asegurar que me sentí desnudo, desprotegido ante la realidad de que al día de hoy yo nunca pensé tatuarme, pero cada fibra, cada célula en mi me muestra, cada vez que tu mano, tu boca o tu cuerpo tocan el mío, como si fuera una aguja de tatú que por siempre lo dejan marcado.

Sin apartar tu mirada de la mía me preguntas ¿por qué me miras de esta forma? Sin saber que decir te ofrecí simplemente un café, cuando la moza se acercó, más allá del pedido habitual me di cuenta que las marcas de los tatuajes que nos unen, ella también los vio.

Tomé de mi mochila la libreta y el lápiz sin decirte una sola palabra y estas líneas te escribí...

 El trazo que dejaste al dibujar tu amor en mi persona en forma profunda, dolorosa, sangrante hasta el final de los tiempos, aunque el destino dictase que no estés a mi lado, nada ni nadie podrá borrar.

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