El ángel

Los días siguientes, a pesar de que lograba seguir escribiendo, notaba que algo me estaba faltando, como si en mi interior las ideas no pudieran completarse.

Columnas - La Palabra 13/11/2020 Jorge Alberto Rampinini

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Composición gráfica:Posdata D. Press



POSDATA Digital Press | Argentina

Jorge-Rampinini
Por Jorge A. Rampinini |  Profesor  en Tecnologias de información y comunicación  Escritor |  Analista Literario | Miembro de la SADE



En medio de la noche me desperté inquieto y sin tener nada en claro.

Hacía meses que luego de muchas reuniones y horas de estar sentado con papel y lápiz en mano pude, con mucho trabajo, finalmente terminar mi primera novela.

Algo extraño e inquietante podría decirse, estaba rondando mis pensamientos.

¿Cómo se había producido el cambio?, ¿a partir de qué momento estaba logrando canalizar mis ideas y poder volcarlas al papel?

Todo parecía indicar que fue cuando, sin saberlo ni buscarlo, ella se presento ante mí. Había recibido un mail que me invitaba a la inauguración de una nueva librería.

Fui a curiosear como siempre. En ese momento había mucha gente y mientras recorría los estantes y mesas repletas de libros sin notar su presencia se apareció a mi lado.

Luego de mostrarme varios textos que yo fui proponiéndole de acuerdo a mi interés, supe que trabajaba en ese local.

Al retirarme fue como si todo cambiara. La ciudad me parecía más gris y sin embargo había sol, un sol que poco a poco se desvanecía en ese atardecer dulce y apacible, pero que se sentía como si algo en mi interior, al contrario, fuera iluminándose de otra manera, con una suave pero vigorosa energía que me permitía dejar fluir mis pensamientos y reproducirlos con tinta sobre las delicadas páginas.

A los pocos días volví a la misma librería en su búsqueda. Pero para mi sorpresa, me enteré que ya no trabajaba con ellos.

Los días siguientes, a pesar de que lograba seguir escribiendo, notaba que algo me estaba faltando, como si en mi interior las ideas no pudieran completarse, impidiéndome incluso la fluidez en la escritura que había logrado.  Como era de esperar un pensamiento fácil y rápido me sobrevino desplazando todas mis emociones, ¿acaso me había enamorado?

Estaba entregado a estos pensamientos cuando me di cuenta que no tenía un teléfono, ni una dirección donde encontrarla. Regresé a la librería donde la había conocido buscando algún dato, pero asombrosamente no encontré nada, era como si con ella se hubiera desvanecido cualquier contacto.

Pasó el tiempo, seguí escribiendo, pero algo muy profundo dentro mío y etéreo, se estaba perdiendo poco a poco, dejándome una melancólica sensación de ausencia que me rodeaba.

Fue esa tarde cuando al recorrer las calles, me encuentre nuevamente ante una librería que no conocía. Allí estaba ella, de la nada, como aquella primera vez, volví a encontrarla.  Temiendo volver a perderla hice como si nada hubiera pasado. Hablamos de textos, de autores, de un montón de cosas y yo sentía que ella no caminaba a mi lado, parecía que se desplazaba a mí alrededor. Definitivamente comprendí que estaba más que enamorado, era algo superior y magnífico, estaba extasiado. Tal, como una musa, inspiradora creaba estos instantes haciendo que vuelva a mi cuarto a escribir y soñar cosas que puedo plasmar en mis hojas.

Ahora despierto en la noche comprendiendo que ya me acostumbré a encontrarla en distintos momentos y lugares, siempre rodeada de libros. Ella continúa desplazándose lentamente a mí alrededor y de a poco, a medida que la voy conociendo, me atrevería a afirmar que cuando gira y se aleja de mi, el aire se agita, una brisa suave y cálida llega a mi rostro como si unas inmensas alas cubrieran su espalda.


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