El sueño de Dios

"¿Qué pasaría si un día se detuviese el tiempo?"

El Arca de Luis 03/05/2021 Luis García Orihuela

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 POSDATA Digital Press | Argentina

Luis García Orihuela
Por Luis García Orihuela | Escritor | Poeta | Dibujante


 Las cámaras de todo el planeta habían captado y registrado aquel momento único en la historia de la humanidad, conservando durante treinta años el testimonio de lo sucedido.

 Nadie sabia a ciencia cierta lo que en realidad había pasado aquel lejano jueves treinta de marzo de 2023. Tan solo, en un primer momento, algunos grupos de personas habían estado al corriente de los hechos acontecidos.

En poco más de tres horas se cumplirían treinta años del despertar del incidente. Un domingo al que nadie deseaba llegar por temor a lo que pudiera pasar. La incertidumbre imperaba en todos los corazones. Hasta los animales parecían presentir la llegada de aquel momento indeseado.

 En aquel jueves de treinta años atrás se quiso llegar más allá de lo que nunca se había llegado. Los científicos ilusionados con sus calculadoras y máquinas cuánticas quisieron demostrar al mundo que la realidad que percibíamos era falsa. Tan solo era una Matrix en la cual éramos meros integrantes de un programa.

.En alguna parte del mundo alguien había arañado aquella membrana y penetrado en ella rasgando un mundo cuya piel nunca se debía haber transgredido.

 Cuando treinta años más tarde los sobrevivientes pudieron ver y analizar los registros que habían quedado grabados de aquel fatídico día de exterminio biológico, quedaron impresionados ante la magnitud de los hechos. 

Habían querido jugar con las cosas de Dios,

 Aquel día, aquella mañana, de entre semana, se había iniciado como cualquier otra. Una mañana que podía ser de cualquier otro año u estación climática. Gente anónima entre sí yendo de un lado para otro. Siempre con prisas a cualquier hora del día o de la noche. Unos mirando a sus relojes inteligentes preocupados por sus pulsaciones o el saber si habían dormido bien. Otros, sin embargo, contestaban mensajes desde el celular mientras cruzaban por un semáforo en verde, o bien, accedían a un transporte público dirección al puesto de trabajo o los menos de regreso a su casa. Después vino lo peor, lo inesperado. Aquello que nadie nunca habría imaginado ni deseado para su peor enemigo. Las cámaras de todo el planeta reflejaron la quietud total en apenas un minuto de tiempo. Tan solo eso. El sonido de un mundo que se resquebrajaba quedó grabado como fiel testimonio para la posteridad. 

Primero fue un sonido tenue, como un chasquido apenas perceptible para el oído humano. Los poetas románticos nimioistas del momento compusieron poemas tildándolo como el «momento Fru-frú» haciendo referencia al consabido roce de la seda. Luego todo comenzó a ralentizarse, igual que si se analizara una jugada en un partido de fútbol que hubiese llevado al arbitro a pitar un penalty o una expulsión por una entrada ilegal. Igual a esa fracción de segundo en que el sol deja de estar y da paso a la oscuridad del anochecer. Lo siguiente fue lo que más costó de digerir, cuando los sobrevivientes quisieron ver lo ocurrido. El mundo, como un viejo reloj de pared se quedó sin cuerda, sin cuco que diera las horas. Así de simple, aunque no así de sencillo. Todo quedó como una película antigua que se hubiera detenido en un fotograma en concreto por encontrarse la cinta deteriorada. Y no había más. Las cámaras habían seguido grabando hasta que se agotaron sus baterías o bien los grupos electrógenos que las alimentaban dejaron de funcionar. Eso fue todo.

 En algún momento, como si algo o alguien, hubiese dado cuerda nuevamente al mundo, este comenzó de nuevo a revivir, en esta ocasión fue como si se rebobinase la cinta de un film hacia atrás. Pero algo había ocurrido. Habían pasado  treinta años desde aquel apagón, desde aquella desconexión mundial, y al reactivarse, el tiempo había transcurrido inmisericorde para todo ser orgánico vivo. La continuación de aquel fotograma detenido en el tiempo y en la historia, se reiniciaba con gente que desaparecía ante las pantallas, convirtiéndose en polvo al haber superado su límite de edad biológica. Lo mismo ocurría con los animales por tierra, mar y aire. Para todo ser vivo había pasado el tiempo, y en aquel lapsus que había transcurrido, tan solo los que eran entonces jóvenes o de muy poca edad, permanecían en él; pero con mas edad. Los demás se desvanecían ante unas cámaras que se habían vuelto a activar y grabar al gozar nuevamente de electricidad.


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