El trapecista

Siento que me paralizo, quiero gritar. Cierro los ojos y en ese momento dos brazos me sujetan fuertes y seguros.

Columnas - La Palabra 29/05/2021 Jorge Alberto Rampinini
  
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 POSDATA Digital Press | Argentina

Jorge-Rampinini
 Por Jorge Alberto Rampinini  |   Escritor | Miembro de la SADE | Socio  de la Academia Argentina de Letras|Profesor en Tecnologias de información y comunicación  

 
 

Subí la escalera de cuerdas lentamente. Arriba me esperaba la plataforma de madera y mi nueva compañera de espectáculo. Las manos me transpiraban, la ropa se pegaba a mi cuerpo mucho más de lo habitual. Sentía las lentejuelas cocidas cuidadosamente en la malla que cubre mi torso y que forma un aguerrido halcón, símbolo de nuestro grupo al que llamamos los halcones de plata. 

Mis abuelos crearon el dúo de trapecistas mas reconocidos de su ciudad. Los siguieron mis padres, tíos y yo que en este momento soy la última generación. Todo indica que si Lina mi compañera de siempre acepta mi propuesta formaremos una familia y tal vez continuará la tradición.

 Fue así hasta la semana pasada, cuando todo cambió abruptamente. Lina pisó mal al bajar del auto, se torció el tobillo y en pocos minutos se hinchó al doble de su tamaño. Esguince diagnóstico el traumatólogo. Le recetaron antiinflamatorios, le colocaron una férula y le dieron mas de un mes de reposo. ¿Ahora qué hago? Me pregunté. El circo ya tiene vendidas todas las localidades y nuestro número debe realizarse.

Mi padre recordó que unos amigos, también trapecistas tenían una hija que sigue el oficio y la llamó. Se llama Roberta, es muy simpática y ágil, pero no es Lina. Enseguida comenzamos a ensayar. Mal no lo hace, pero todavía falta mucha practica para lograr sincronizarnos y es muy poco el tiempo del que disponemos. Para colmo ella está muy tranquila, parece dominar la situación. Yo dudo y le recrimino que me arroja el trapecio muy lentamente, fuera de tiempo y así yo caería al vacío inexorablemente. Pánico tengo, ese es el verdadero nombre de lo que me pasa. Rápidamente llegó el día. Una hora antes de comenzar, mientras me estoy cambiando Lina vino a desearme suerte, a Roberta creo que mucho no le simpatiza. Apurado como estaba no pude seguir esperando, producto de mi temor a que algo me ocurra le pido a Lina que si todo sale bien cuando ella se recupere nos casemos. Ella me miró algo asombrada y dijo que no. Que estaba muy bien conmigo, que le encanta que subamos al trapecio juntos, pero quiere otro futuro para su vida, no el peligro del trapecio.

Aquí me encuentro ahora, tal como comencé esta historia, subo a la plataforma a tomar el trapecio. Roberta está en el otro extremo sujetando su trapecio. Se balancea hacia adelante, yo saltó, me elevo y a unos cinco metros me suelto, doy dos vueltas completas en el aire, la llamada doble mortal, estiro mis manos hacia adelante. De pronto recuerdo que Lina ya no está. Siento que me paralizo, quiero gritar. Cierro los ojos y en ese momento dos brazos me sujetan fuertes y seguros. Abro los ojos y veo que Roberta me sonríe. Abajo el público aplaude y entonces comprendo que la seguridad debe pasar por uno mismo, por mí y al verla pensé, tal vez Roberta forme parte del equilibrio que busco para mi vida o no, solo el tiempo me dará las respuestas, todavía tengo varios saltos mortales por delante pensé saludando con una reverencia a mi público.

 

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