POSDATA Digital Press| Argentina
Por Eduardo Servente | Ingeniero Civil| Conductor y productor de contenido de radio
Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué se yo, ¿viste?
Y las vereditas también, y ahora inclusive las calles.
Ya escribimos mucho sobre los beneficios que tienen algunos para estacionar y hacer uso de la vía pública con privilegios, pero ahora quiero dedicar unas líneas a aquellos resabios que han quedado de una pandemia y la insufrible cuarentena que nos han hecho pasar.
Ante las medidas restrictivas que soportamos durante la pandemia y ante la imposibilidad de poder abrir al público bares y restaurantes para no agolparse en lugares cerrados, se implementó de manera inteligente el uso de veredas y calles para poder dar servicio al público al aire libre.
Fue un éxito rotundo. La gente, cansada de estar encerrada en sus casas optó por esta alternativa con alegría y le tomó el gusto a las comidas y reuniones al aire libre.
La pandemia terminó, las restricciones acabaron, pero esa costumbre de comer en las veredas o en las calles quedó implementada.
Reconozco que muchas veces es muy agradable, en otros momentos fui un gran promotor de esas ocupaciones en lugares donde no molestaran.
Hoy quedaron instalados, vemos veredas ocupadas y hasta calles tomadas restringiendo así el tránsito y estacionamiento.
Muchas veces la molestia no es importante y el beneficio logrado para atención al público es muy grande. Pero debo decir que otras veces no es así.
Estas ocupaciones de las calles han llegado para quedarse, pero es entonces que debemos hacer hincapié en aquellas que valen la pena y las que no.
Hoy en día los restaurantes han multiplicado su capacidad debido a estas expansiones aumentando sus negocios de manera de tener la posibilidad de recuperar lo perdido por las restricciones impuestas.
Deberíamos ahora analizar si dichas extensiones son realmente útiles a la comunidad o bien solo entorpecen la movilidad.
Con solo recorrer las callecitas de Buenos Aires podremos ver algunos muy pintorescos y atractivos, otros invasivos y excesivamente extendidos sobre la vía pública y otros que no cumplen su función porque se posee otros lugares más interesantes para estar.
Por supuesto que los primeros deberían quedar, solo habrá que aclarar cuánto se le paga al gobierno de la ciudad y a los frentistas por el uso del espacio.
Los segundos deberían eliminarse y que la movilidad pública recupere esos espacios. Se notan algunos que ocupan espacio excesivo entorpeciendo el tránsito, por lo que se debería recuperar el espacio para transitar o estacionar.
Y los terceros, llamativamente en algunos restaurantes muy concurridos por la clase política. Por ejemplo, en una conocida pizzería que ya tenía una hermosa y amplísima extensión sobre la avenida, la extendió sobre la calle perpendicular entorpeciendo el tránsito y estacionamiento y nunca tiene un lleno tal que denote una necesidad de la misma.
En definitiva, es una normativa que supo paliar las necesidades del momento y ahora sería el tiempo oportuno para reverlas a la luz de la normalidad.
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