
"Un viaje rutinario transformado en un escenario surrealista, lleno de simbolismo e ironía, reflejando la fragilidad y el drama de lo habitual."
Un episodio conmovedor que revela la magia de lo extraordinario en lo cotidiano.
El Arca de Luis03/13/2025 Luis García Orihuela
POSDATA Digital Press | Argentina
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Hoy es domingo de mayo, festivo por lo tanto para muchos grisáceos trabajadores y para algunos menos afortunados un día como cualquier otro, en el que hay que madrugar igualmente y salir a trabajar. Como todo día resaltado en el calendario de rojo, los horarios de frecuencia de paso sufren cambios y alteraciones sobre su programa, y por fortuna para mí en este caso, la afluencia de público para subir al tren disminuye de manera ostentosa.
El día, a pesar de ser una hora temprana, había prometido un clima benigno para el domingo, sobre todo por la hora que era y porque no hacía nada de frío como sucediese días atrás. La máquina había llegado puntual y se había detenido sin mayores problemas en el apeadero, haciéndolo justo delante de mí. No es cosa del azar, ni de la suerte que pueda tener. Yo se sin temor a errar, en donde he de situarme en el andén para que cuando esto ocurra, la puerta al abrirse quede a mi alcance, siendo yo el primero en subir a su interior. Así ha sido hoy.
En cada vagón no había más allá de dos o tres parroquianos. Con ropas sin remiendos y sin malos olores, pero con rostros que transmitían tener menos dinero invertido en la Bolsa que un pez de colores. Hoy me abría gustado estar en la estación de Gare du Nord, en Francia.
««Querer es poder, Viur. La conoces de memoria por el cine»».
Así las cosas, en aquel momento no había ninguna presencia humana destacable, nadie de quien pudiera decirse valiera la pena fijarse. Nadie con «pinta de asesino».
««Y ahora di, que por eso te has acordado de la «Loca de Dolores» —dice Cursiva interrumpiendo el hilo de mi cronología»».
Es verdad, la primera vez que la vi fue algo espectacular e inaudito, inusual; aunque solo en aquella ocasión en concreto fue capaz de conmover mí alma como lo hizo. Eran las primeras horas de la mañana, esas horas en las que todo el mundo parece tener prisa por llegar puntual a su punto de destino, y muy pocos viajeros por llegar a algún lugar en donde pasear con tranquilidad y disfrutar del cálido sol de la mañana, y las suaves brisas de esos días de comienzos de mayo. Hacía unos pocos minutos que me encontraba sentado en uno de los asientos de aquel primer vagón, y como siempre, mirando de forma que la ciudad, mi destino, quedara a mi izquierda, una mas de mis múltiples manías. A mis oídos llegaban desde los pinganillos puestos algún programa bajado desde la red, preferible de misterios, de la Segunda Guerra Mundial o de actualidad científica; cuando eso fallaba, acudía a la música basándome en un único principio. No era el que me gustara la música en sí, sino que la pudiera subir de volumen lo suficiente como para no tener que escuchar lo que ocurriese a mí alrededor. Las voces que daban los viajeros, sino se entendían no causaban daño, y eso era en concreto lo que buscaba con ello, abstraerme de todo aquello tan mundano y pleno de un devorador bullicio que en nada me beneficiaba.
Se detuvo el convoy en una de sus habituales e ineludibles estaciones, y tras abrirse la compuerta de acceso desde el andén, irrumpió quien luego me enteraría se llamaba Dolores. Aquella mujer ostentaba la increíble facultad de poder quebrarle el alma a cualquiera, destrozándole los nervios y dejándole con un espíritu atormentado para el resto del día. Pero antes hay que poder visualizarla. De edad cercana a la jubilación, pero con esos aires que algunas personas propagan a los cuatro vientos de negarse a la evidencia y querer aparentar que todavía son jóvenes y vigorosos físicamente, con mucha cuerda por delante todavía, cuando en la realidad es una mera mecha de «traca» de la que echan a los novios al casarse con el fin de festejar el gran momento con ruido y un fuerte olor a pólvora.
««¡Oh! ¡Qué hermosa analogía! —exclamó Cursiva condescendiente por vez primera en mucho tiempo»».
—Deja de sublimarte y enaltecerte con tu lado oscuro de Saruman (1), y permíteme seguir presentándola.
««¡Oh! Es tu tesoroooo…»».
—¡Perversa!
««¡Oh claro, discúlpame! No quería interrumpir al icor(2) de los dioses que corre por tus venas»».
—¿Te pasaste al sarcasmo, Cursiva?
««No me mal interpretes. Continúa por favor. Continúa…»».
—De no más de metro y medio de estatura, en su cabeza ostentaba un cabello corto, de esos que llaman «corte de chico», pero con unas crestas asomando desafiantes por detrás de su cuello. Es un cabello grisáceo, grueso, de aspecto basto y duro, a la vez que ensortijado, y retorcido como lo es ella. Con apenas cejas y unos ojos pequeños y claros, de color gris como un día de lluvia de invierno, mostrando una nariz…
««¿Afilada y ganchuda?»» —dijo Cursiva realizando una incursión cortante en mis pensamientos.
—Si, perfecto. Afilada y ganchuda —Consentí a Cursiva la definición—. Una nariz tipo a la de Sherlock Holmes, y adecuada para cualquier metomentodo. Así es ella, además de un mentón prominente y desafiante, propio de quien avanza inclinado con la cabeza hacia adelante, más avanzada que el cuerpo. Su forma de vestir es peculiar y llama la atención de cualquiera que pueda andar cerca de ella. Sus vestidos recuerdan a esas cortinas de las cocinas antiguas, con sus dibujos estampados de fresas o cerezas, o a los manteles con motivos florales, o quizás a los trajes folclóricos andaluces. Así ataviada permitía cada día poder ver los blancuzcos brazos y unas piernas asomando nerviosas y musculadas por el extremo de su falda. Son faldas normalmente abotonadas por el centro, cubiertas ligeramente por un enorme bolso del tamaño de una pizza gigante, de formas inciertas y de color marrón acharolado. Ideal para dejar K.O. a cualquier loco —porque habría de estarlo a ciencia cierta— que intentase sobrepasarse con tan venerable mujer de aspecto gallináceo. Los brazos y piernas me recordaban de alguna manera a seres anfibios salidos de alguna novela de Julio Verne. Si tuvieran escamas no mostraría ningún aspaviento al contemplarlos. Son brazos y piernas en definitiva de alguien que ha trabajado seguramente toda su vida en tareas de limpieza para alguna empresa privada y que al término de su jornada de trabajo, se ha desplazado a hacer lo mismo en el domicilio de un particular y lo que hará al llegar a su propia casa. Ahora sus piernas muestran unos gemelos grandes y caídos como melones marchitos, los cuales permiten ver sin tener que adivinar, la ubicación de sus huesos y la incipiente ramificación de sus varices trepadoras en busca de aquellos tiempos felices ya olvidados. De donde antes hubo unos aguerridos y firmes bíceps como resultado de apretar la fregona en el cubo del suelo, ahora ya solo quedaban unos brazos menudos emergiendo de un tronco que semeja ramas resecas de un otoño inesperado.
(1) Saruman: es un personaje de ficción y uno de los antagonistas principales en la novela fantástica El Señor de los Anillos, creada por J. R. R. Tolkien.
Icor: En la mitología griega, el icor era el mineral presente en la sangre de los dioses, o la propia sangre. Esta sustancia mítica, de la que se decía a veces que también estaba presente en la ambrosia o el néctar que los dioses comían en sus banquetes, era lo que los hacía inmortales.
"Un viaje rutinario transformado en un escenario surrealista, lleno de simbolismo e ironía, reflejando la fragilidad y el drama de lo habitual."
Un retrato introspectivo sobre la relación del protagonista con su psicólogo.
"Aquella mujer, extraña e inolvidable, parecía llevar consigo un misterio que no podía apartar de mi mente."
Un episodio conmovedor que revela la magia de lo extraordinario en lo cotidiano.
Un retrato introspectivo sobre la relación del protagonista con su psicólogo.
"Un viaje rutinario transformado en un escenario surrealista, lleno de simbolismo e ironía, reflejando la fragilidad y el drama de lo habitual."